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Sociedad cómplice, crisis de principios

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Sociedad cómplice, crisis de principios

Si no recuerdo mal fue César Zumeta quien señaló a la venezolana como una “sociedad de cómplices” en tiempos de la tiranía de Juan Vicente Gómez. Zumeta, escritor yaracuyano nacido en 1860, fue de los que sufrieron persecución y exilios de sucesivos opresores criollos como Guzmán Blanco, Joaquín Crespo y Cipriano Castro, aunque respaldó al dictador tachirense cuando se produjo el asalto europeo a Venezuela. Pero criticarlo le costó su tercer exilio. Regresó y fue colaborador de Gómez. Tras la muerte del dictador, Zumeta se exilió voluntariamente en París, donde murió ya casi centenario. Curiosamente los restos mortales de este brillante escritor, fueron repatriados por el dictador, Marcos Pérez Jiménez.

 

 

La dura descripción no fue propiamente contra Gómez sino crítica de aquella sociedad que bajó la cabeza y soportó, con la mayoría de los ojos y oídos cerrados ante barbaridades de nuestros regímenes militarizados. Se refería a la mansa y a veces entusiasta aceptación de las sociedades a decisiones de los gobernantes, las cuales llegaban al punto de complicidad. Por miedo, quizás, pero complicidad al fin; y quien es cómplice se convierte en parte del delito y asume responsabilidades. No hay tiranos ni gobiernos malos sojuzgando a poblaciones débiles e inocentes, hay colectividades que se pliegan al poder por cobardía o conveniencia. Sociedades civiles, empresariales, religiosas, políticas y militares. Lamentablemente, Zumeta, amigo y colaborador de próceres como José Martí y crítico de agresivos generales, pero finalmente entró a formar parte del club de intelectuales –Laureano Vallenilla Lanz, José Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll y Pedro Manuel Arcaya- que respaldaron al más feroz y duradero de todos, el Benemérito.

 

 

La más perversa de las complicidades es la moral, la que renuncia a sus principios y valores, la que se resigna a la corrupción, a los desmanes, abusos y a las faltas de ética, aún más las aprovecha; la complicidad de individuos y grupos sociales que se hacen la vista gorda y ven hacia otro lado ante las faltas de los integrantes y los favorecidos de los poderes obedeciendo sin chistar, pero en beneficio propio –sean favores políticos, sociales y más frecuentemente económicos.

 

 

Los venezolanos descuidamos el significado de los principios, valores morales y éticos, además de olvidar las buenas costumbres ciudadanas, porque sometidos a sistemas educativos mediocres -normalmente espejos de actitudes e intereses de los Gobiernos de turno- conocemos nuestro pasado por una simple sucesión de fechas, batallas y algunos nombres, pero no en alguna profundidad y sin el menor análisis. Historia de Venezuela es una materia para ejercer la memoria “caletre” en los exámenes estudiantiles, no para generar conciencia de nuestro origen y de nuestro proceso a lo largo del tiempo. Nuestros mandatarios hablan, pero no escriben. Especulan con fraseología política, pero no planifican. Los funcionarios y amigos de cada régimen se escogen por afinidades, lealtad en forma de obediencia absoluta, y complicidades de negociados al voleo; las estrategias personales han llegado a ser una: enriquecerse.

 

 

En esta Venezuela adicta al petróleo, con una mayoría de mujeres y hombres que trabajan duro, se produce al mismo tiempo esa tranquilidad de la complicidad. Es una temática conflictiva, compleja y áspera que al comentarla puede herir a muchos inclusive conocidos y hasta amigos, algunos de los cuales he perdido por no silenciar esta angustia, muchos muy queridos y apreciados pero que se sienten indirectamente perjudicados. Lo lamento, pero no puedo evadir lo que considero el deber de continuar escribiendo las verdades que algunos -muy pocos-, nos atrevemos a expresar con espíritu de cruzada permanente.

 

 

Algunos “dirigentes” políticos con su proceder y traicionando sus ideologías han permitido –por no decir incentivado- la pérdida de nuestros valores y principios, una perversión que no ha sido exclusiva de ellos, también en los mandos militares, directivas, gerencias empresariales y, en general, en el conglomerado socioeconómico venezolano, se presenta este cáncer que ha venido creciendo y nos está poniendo contra la pared. Iniciativa y labor de minorías desfachatadas y poderosas. Una iniciativa, dicho sea de paso, cuya erradicación puede que esté o no en las atribuladas cúpulas de poder, pero que sin duda alguna debe comenzar y desarrollarse con solidez en las familias, de donde han salido siempre las conductas morales e inmorales de los ciudadanos.

 

 

Basta estudiar sin necesidad de profundidades el comportamiento general de los grupos masivos de menores recursos en nuestros centros urbanos, parroquias, barrios, ranchos y apartamentos, sectores de donde sale la mayoría de los delincuentes, ciertamente, pero afortunadamente también muchísimos más obreros, técnicos, deportistas, policías, profesionales y, en general, la base real de la población. Es lo que llamamos “clase media” y “clase baja” que suelen clasificar los especialistas, aunque es de señalar que la voluntad de esforzarse con honradez, decencia y empeño, no es ventaja ni característica de clases sociales, sino valores inculcados en el ambiente familiar y desarrollados en la convicción de cada individuo.

 

 

La otra verdad es que hace ya mucho tiempo los sucesivos gobiernos, partidos políticos y agrupaciones civiles venezolanas han descuidado estas cuestiones –recordemos décadas atrás desde que materias fundamentales como Moral y Cívica y también religión, fueron eliminadas de los programas educativos-, y por si fuera poco han amparado amigos, militantes y funcionarios que están duramente cuestionados, procesados en tribunales, que han violado derechos humanos, quebrantado leyes, traicionado valores éticos y buenas costumbres ciudadanas.

 

 

En algo tranquiliza que todavía contamos con un pueblo mayoritariamente íntegro y trabajador, el desmoronamiento moral aun es minoría -aunque se perciba como mayoría por su poder- y hace pensar que sería relativamente fácil de cauterizar si se toman los correctivos necesarios con una permanente y bien diseñada campaña educativa donde el amparo de alto nivel no sea el premio a la corrupción, la viveza y el delito, que lleve a los ciudadanos de todos los sectores socioeconómicos a no ejercer ni aceptar la complicidad y rechazar, al menos socialmente, en nuestros círculos familiares y de amigos a estos sinvergüenzas que pululan sin recato y contaminan día a día; más que por su comportamiento, por su impunidad.

 

 

Las promesas y compromisos se deben cumplir, son parte esencial, del diario ejercicio, de los principios, valores éticos, el  comportamiento y la actitud de cada ciudadano. Aún más los políticos, dirigentes gubernamentales, civiles y militares, porque son –o deben ser- los guías de la población, responsabilidad que atañe a los miembros de los gobiernos y de los partidos, como también a líderes empresariales, religiosos, sociales, deportivos y de cualquier campo de desempeño público o privado. Violar esos principios es una falta grave a los ciudadanos que votaron por sus postulados, a los millones de hombres y mujeres que trabajan en los organismos gubernamentales y en las empresas que compran sus productos y servicios, los que conforman la vida diaria del país.

 

 

Algunas organizaciones actúan habitualmente como mafias que protegen a sus integrantes y especialmente a los que llevan vidas amorales no tan ocultas, y hacen pactos entre ellos que benefician a las organizaciones pero no necesariamente a la ciudadanía en general.

 

 

Pero esos desempeños y de esa manera, no es algo nuevo, ni es desconocido por los ciudadanos. Todos sabemos que hemos empeorado esa riesgosa y vergonzosa realidad de sociedad de cómplices que no sólo rinden pleitesía a dirigentes políticos, militares y otros referentes que practican a sus anchas la corrupción, el negociado, la maniobra, abusando del poder que detentan y que, con excepciones, no ganaron por sus cualidades sino por los votos atraídos y engañados por despliegues de propaganda y el uso de los medios en base a conveniencias de individuos y grupos que, con una manipulación grosera y descarada, nos los expusieron como buenos sin revelar negociaciones turbias entre gallos y medianoche. De otra manera no es posible explicar la presencia de algunos en el ámbito nacional y nefastos funcionarios en las burocracias tanto del Gobierno en particular, como incluso de algunas empresas, otras asociaciones y hasta en la Asamblea Nacional.

 

 

Es un clamor público la urgencia de averiguar quiénes se han robado los dineros públicos, con cuáles métodos, complicidades y testaferros, para ser investigados, enjuiciados y llevados a la cárcel y, obviamente, poder desarrollar la estrategia para recuperar los dineros mal habidos que, si se hace, ayudarán a mitigar –sin duda- esta crisis que hoy padecemos.

 

 

Venezuela requiere sacudirse, limpiarse de toda esta inmundicia impuesta por  bolichicos, boliburgueses y banqueros corrompidos, pranes, políticos corruptos, militares sin escrúpulos y por supuesto, narcotraficantes que son causantes esenciales de delincuencia y bandidaje juveniles. Y todo ello con una certeza fundamental: algo peor que un político corrupto es el ciudadano que lo defiende y lo tolera.

 

 

 

@ArmandoMartini

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