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Sin geometría

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Sin geometría

En la impaciencia podría estar la clave de que tratemos con desdén la geometría y nos atrevamos de retar y violar las leyes de la física, y fracasemos en tareas en las que, con apenas algo de denuedo, resultan airosos los demás habitantes del planeta.

 

No me refiero al control de la inflación ni mucho menos a la comprensión de los números irracionales, sino a la falta de aguante para esperar la normal evolución de los procesos, como otros permiten la lenta y necesaria maduración de los vinos.

 

La alegría con que tantos acogen el término “revolución” se emparenta con el éxito en ventas de los hornos microondas, ambos prometen cumplir sus objetivos en poco tiempo, y sin ensuciar mucho.

 

El gran fracaso del siglo XIX venezolano fue que las numerosas revoluciones, cada una con el nombre más rimbombante que la otra –una se llamó “La Restauradora”, qué bolas–, ofrecían resolver muy rápido problemas que, por su naturaleza, necesitaban tiempo y reflexión, como la educación y la discusión de las leyes.

 

Las constituciones eran desechadas antes de entrar en vigor, porque una revolución en puertas decía traer, entre sus máuseres y machetes, ideas más modernas y rápidas de aplicar. Por esa impaciencia, el país no tuvo códigos –ni civil, ni de comercio ni de nada– hasta bien entrado el siglo XX.

 

Fue por tozudez de un campesino, que aplicó las leyes de la naturaleza a la sociedad, que el país dejó de regirse por la normativa española, de la cual se había separado teóricamente cien años atrás.

El socialismo ha dado grandes lecciones con sus apuros. El Gran Salto hacia Adelante de Mao Tse-tung retrasó el proceso industrial de China, costó millones de vida y sumió en la penuria a toda la población. La zafra de las diez millones de toneladas destruyó la industria azucarera de Cuba, el principal exportador del mundo, y convirtió a los cubanos en zombis en short, camiseta y chancletas que gritan: “Gracias, Fidel”.

 

Poco más de diez años le tomó a la revolución del siglo XXI entender la gravedad del problema de la vivienda en Venezuela. Aunque el deslave de 1999 se lo había advertido, los derrumbes e inundaciones de 2010 les abrieron los ojos; lamentablemente, los electorales, no los urbanistas. Empezaron a construir casas con el apresuramiento y los errores del que quiere superar un inconveniente, pero no hacer las cosas bien.

 

No se urbanizó, que es una tarea multidisciplinaria, sino que con albañiles de pico y pala se levantaron edificios en sitios inconcebibles, sin los servicios ni los materiales apropiados –gavetas para meter pobres, como acuñó Fruto Vivas–, y con el apuro se olvidaron del riesgo sísmico y de las torrenteras, de la catástrofe que puede ocurrir con un terremoto de cierta magnitud u otra calamidad natural.

 

No todas las leyes se pueden violar con impunidad o simplemente obviarlas, la naturaleza cobra y no da vuelta atrás. Vendo whisky 18 años acabadito de hacer.

 

 Ramón Hernández

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