Sin derechos
agosto 3, 2013 10:44 am

Alguien desde el más alto y único poder, el Poder Ejecutivo, ordenó que al comisario Iván Simonovis Aranguren lo condenaran a treinta años. Se desconocen las razones para tanta injusticia junta, pero pronto el comisario cumplirá nueve años preso sin que se haya aceptado la revisión total de un proceso que fue írrito desde el mimo momento de su aprehensión en el aeropuerto de Maracaibo. No había orden de detención ni fue sorprendido cometiendo un delito.

 

Todo el proceso para sentenciarlo fue una farsa, pero sirvió para mantener entretenidos a los sectores más radicales del oficialismo, siempre hambrientos de sangre, balas, venganza y violencia, sin importar cuántos libros cargan en las alforjas. Si se revisara el expediente se comprobaría cómo la ley y todos los procedimientos legales fueron pisoteados. También cómo la jefa del tribunal declaraba “sin lugar” toda petición, reclamo, testimonio y prueba que presentaran los acusados.

 

Un gobierno que se negó de manera canalla y reiterada a investigar los hechos ocurridos el 11 de abril de 2002, mantiene a Simonovis en prisión como si se tratara de un trofeo. Aunque en el proceso la Fiscalía no pudo demostrar algún tipo de vinculación del comisario con los hechos que llevaron a renunciar al entonces presidente Hugo Chávez, como lo anunció esa noche el general en jefe Lucas Rincones, la juez lo condenó por complicidad correspectiva, que en castellano no significa nada, pero que en el lenguaje de los jueces implica algo así: “Usted es inocente, pero va preso; fue la orden que me dieron y yo no voy a perder mi carrera en la magistratura”.

 

Simonovis fue enviado a un calabozo sin luz en el cual circulaba el aire con dificultad y que, además, apestaba. Ahí se acostaba desnudo en el piso para poder soportar la alta temperatura del sitio, más de 46 grados centígrados, y ahí se enfermó. No le permitieron tomar sol durante años y los huesos se le convirtieron en galletas por la descalcificación. Cualquier movimiento brusco, ese sencillo que cualquiera hace para tratar de evitar que el vaso caiga al piso, lo puede dejar inutilizado, inválido, para el resto de su vida. En prisión sus males estomacales se agravaron: la úlcera se le perforó.

 

No ha habido trato humanitario, tampoco justicia. En lugar de liberarlo y pagarle una indemnización por haberle causado tanto daño a su persona y a su familia, optaron por trasladarlo a la prisión militar de Ramo Verde, en donde, al menos puede tomar sol. Un nuevo episodio de la desidia lo vivió la semana pasada. Casi muere de peritonitis, algo que en los tiempos modernos sólo puede ocurrir en el medio de la selva. Iván Simonovis Aranguren no ha estado rodeado de vegetación, sino de salvajes que manejan el sistema de justicia a su antojo, un delito que no prescribe. Vendo alarma y despertador para sociedad dormida.

 

Por Ramón Hernández