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Secuestro aéreo

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Secuestro aéreo

Lo que les voy a contar nos ocurrió a Leonardo Padrón, César Miguel Rondón y a mí, el día 5 de diciembre de 1980. Leonardo, como siempre, estaba enamorado. La joven era trilliza y vivía en Cumaná. Sí, eran tres bellísimas e idénticas muchachas: Jennifer, Jeimmy y Jéssica, que era la que a él le gustaba.

 

En esa época sólo podíamos lucirnos con las damas a punta de labia, muela y algo de talento, porque los tres, además de feos, proveníamos de familias honorables, pero lamentablemente honradas, es decir, estábamos en una peladera de bola bíblica; por eso y para no quedarnos vírgenes, teníamos que inventar poemas, marionetas, pan de jamón, serenatas, o exhibir cierto virtuosismo en la ejecución de algún instrumento, como lo hacía César Miguel, quien tocaba el cuatro arrechísimo y utilizaba unas alpargatas que tenían unas maracas que en la punta decían: “Vene” en una, y “zuela” en la otra. Por mi parte, yo andaba con Albajadmamad, una marioneta que bailaba árabe.

 

Con semejante talento nos la hemos arreglado siempre para andar acompañados de hermosas e ingenuas mujeres, a quienes les hacemos creer que somos bellos.

 

Un día, emocionado, Leonardo habló de su novia tripocha y César Miguel dijo: “…Y para variar: los Beatles”. Yo pregunté: ¿Y eso qué tiene que ver con las trillizas? Él, todo circunspecto, contestó: “Nada, pero me provocó decirlo”.

 

Lo cierto es que teníamos curiosidad por conocer a las hermanas, y llenos de lujuriosas ilusiones decidimos ir a Cumaná. Compramos pasajes para volar en un DC-9 de Aeropostal y partimos hacia nuestro utópico destino.

 

No habían transcurrido ni 10 minutos del despegue, cuando nos percatamos de que el avión estaba siendo secuestrado. En esa época, la moda era llevar los aviones secuestrados a Cuba o a algún país árabe.

 

Nos asustamos y recuerdo que Leonardo dijo: “Esta es una historia para Los imposibles”. “¿Cuáles imposibles?”, preguntó César. Yo, por mi parte, para no quedarme atrás con el futuro, dije: ¡Coman hueeevoss!

 

Leo, en el colmo de los nervios, agarró un lápiz Mongol número 2 que siempre llevaba detrás de la oreja, y, como quien se despide del mundo, dijo con voz grave: “Escribiré mi último poema antes de morir”. Y sobre una bolsa de vómito, así lo hizo: Hacia ti voy/ mi último poema trilliza/ con mucho amor te escribo/ por si acaso este avión no aterriza.

 

El avión comenzó a bajar para aterrizar: “¡Qué arrecho! –dijo Leonardo–. ¡Por fin en Cuba!”, mientras César Miguel, mirando por la ventana, gritaba: “¡Por la destrucción de las calles y sus puentes, estoy seguro de que estamos aterrizando en la Palestina bombardeada! ¡Muera el imperialismo sionista!”. Yo lo increpé: “¿En Palestina?, ¿tan rápido?”. A lo que brincó Leonardo: “¡Pero claro, animal!, es que cuando estamos nerviosos las horas parecen minutos”. A lo que César replicó: “¡Es al revés, ignorante!”.

 

Yo, emocionado, pensaba: estamos aterrizando, pronto vendrán a rescatarnos y seremos héroes. En realidad, sí estábamos aterrizando, pero en un abandonado aeropuerto en Higuerote. El avión fue secuestrado porque llevaba la increíble cantidad, para la época, de 8 millones de bolívares.

 

Los choros escaparon y, bajo aquel solazo de Higuerote, regresamos a Caracas en un autobús destartalado, humillados por el secuestro aéreo más chimbo del mundo.

 

—Cuba… ¡Qué bolas! –dijo César

—Y tú, ¿qué vas a decir…? ¡Palestina…! ¡Palestina…! –acotaba burlón Leonardo.

Yo, por mi parte, me quedé con las ganas de conocer a las trillizas.

 

 

Por Claudio Nazoa

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