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Es una sensación de aridez argumental. Como si todo hubiese sido dicho y mil veces impugnado. Incluso los mitos, convertidos en dicotomías irreconciliables, expresiones, tal vez, de los desencuentros que son el signo de una sociedad escindida y para colmo quebradiza. Otros dirán hartazgo.

 

El tropezarse con la misma piedra una y otra vez, como si estuviéramos pagando una culpa colectiva, de esas que nos extravían en el descreimiento y la mutua recriminación. En eso consistió Babel como castigo a la arrogancia de los que quisieron retar a Dios y alcanzarlo en la altitud de su morada. Simplemente los confundió y allí donde había planes y proyectos comenzó a haber discordia y egos. El mal es eso, confusión.

 

Por eso tenemos que ser más cuidadosos que nunca en eso de separar el trigo de la paja. Y aguzar el oído para escuchar cómo crece la hierba muy a pesar de nuestros malos augurios. De más está decir que estos son los estragos de muchos años de lucha que fueron a la vez aprendizaje y despojo. Seguimos siendo esa tribu originaria que busca afanosamente la fusión entre el cacique y el piache y que con esos atributos nos dirija en los planos de lo humano y de lo divino. No es fácil dejar de creer en ese realismo mágico que nos permite soñarnos como irredentos constantes de las leyes sociales, políticas y económicas.

 

Seguimos fieles al barajo artero que nos lleva al punto de partida sin retener siquiera la experiencia de lo vivido. Nos “jugamos a Rosalinda” cada vez que lo consideramos propicio sin que para nada pensemos en el prójimo al que vemos mejor como competidor desleal que como compañero de ruta. Nos cuesta lo sistemático y no nos sienta muy bien eso de la persistencia.

 

Eso sí, somos esencialmente resilientes aunque sin el atributo de la adaptación y el foco en un proyecto futuro. Ya sabemos que somos incrementales y que nos reflejamos en eso de que vamos resolviendo. Tampoco podemos olvidar que somos rentistas, que antes fuimos contrabandistas, y que por eso nos bamboleamos entre la Compañía Guipuzcoana, las libertades de una Capitanía General y los milagros distributivos de PDVSA

 

Y sin embargo hemos resistido y no hemos dejado de intentar aproximaciones a lo que intuimos es la solución. Enfrentarnos a este inmenso aparato de propaganda y represión (la idea es de una sesuda amiga) nos obligó a la unidad “mientras tanto”. La necesidad de contar con unas reglas del juego centrípetas para atajar “lo electoral viciado por el ventajismo” nos hizo construir una institucionalidad suprapartidista llamada Mesa de la Unidad Democrática.

 

Atajar los demonios del ego político y construir una legitimidad basal nos hizo organizar y participar en unas elecciones primarias que nos proveyó de líderes y candidatos sin que las fisuras fuesen peligrosas. Y todos ellos han cumplido con bastante acierto cada uno de sus ciclos. Cada una de estas soluciones, provisionales y contingentes, han sido eficientes en la misma medida que se han parecido a lo que realmente somos.

 

Falta tal vez capacidad de darle significado político a todas estas iniciativas y conjugarlas en este largo camino hacia la liberación de todo lo que hemos sido y seguimos siendo. A lo mejor nuestro mercadeo no ha sido de los mejores y, como caribeños al fin, nos sienta mejor el bolero atormentado que un ritmo más triunfal. Estas últimas elecciones nos tomaron con la moral baja, el cansancio alto y la malcriadez en sus máximos niveles. Se nos secó la capacidad de análisis y le dimos paso al reconcomio más primitivo.

 

Las explicaciones suenan más a tormento y venganza que a la búsqueda de caminos hacia un más allá que la represión no deja ver. Y la perplejidad de no saber responder a la demagogia y al populismo. Algunos dicen que hubo un impacto electoral a la embestida del gobierno contra la economía.

 

Otros comenzaron a buscar culpables entre los economistas. La diáspora (para mi pesar cada día menos asociada a lo que está ocurriendo en el país) comenzó a señalar a los de aquí de faltos de coraje y de calle, y otros comenzaron a impugnar el camino recorrido para recomendar otros más inciertos y más sangrientos. Estamos secos de serenidad, mustios de solidaridad y muy escasos de reconocimiento fraternal. Porque mejor que la búsqueda de culpables es concentrarnos en hallar un puñado de soluciones.

 

El salmo 94 tiene una plegaria que se repite todas las mañanas en la oración del Laudes: “ojala escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras…” Cuarenta años de desierto y de incertidumbre fueron los castigos.

 

Cuarenta años negados a la tierra prometida, sometidos a un eterno recomenzar, desterrados de la esperanza. Estamos secos, ojalá esta sensación pase y seamos capaces de oír en nuestras mejores acciones la voluntad de Dios transformada en liberación y progreso.

Víctor Maldonado

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