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¿Se puede ser feliz aquí?

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¿Se puede ser feliz aquí?

 

 

Me preguntas sobre el sentido de la vida. De repente me recuerdas cómo comienza “La Rebelión de Atlas”, ese maravilloso libro escrito por Ayn Rand, que algún día leerás. En algún momento se plantea una pregunta crucial. Se la hacen dos niños que luego serán adultos, pero que en aquel momento tenían tu edad, o la edad que tuviste hace muy poco. Se interrogaban sobre lo que iban a hacer cuando fueran grandes. Ya ellos intuían que de lo que se trataba la vida era de acumular logros, pero que esos logros eran necesarios pero no suficientes. Ellos tenían claro el guión de lo obvio porque todo parecía encauzarlos hacia la obtención de un título universitario, la fundación de una empresa o de acumular experiencias. Sin embargo esa no era toda la respuesta. Había que hacer lo correcto con todos esos dones. Tenían que sacar lo mejor de cada uno de ellos, esforzarse, ganar batallas, transformar sus mundos y hacer la diferencia. ¿Ser sal y luz?

 

 

 

No hay respuestas unívocas. Para hacer lo correcto primero hay que descubrirlo. Y luego tratar de alcanzar la condición y la convicción para transformarlo en un hábito. Porque no se trata de hacerlo una sola vez, y con eso conjurar todas las deudas cósmicas que puedas haber acumulado. Es algo menos espectacular pero más sistemático. Significa vivir de acuerdo con tus convicciones pero con responsabilidad. Max Weber, un sabio alemán, dijo que la política debían vivirla los políticos con pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. ¿Solamente los políticos para la política? Yo me atrevería a decir que así deberíamos vivir nuestra vida en relación con los otros, que son diversos, pero que coinciden con lo que somos aquí y ahora. La pasión tiene mala prensa, porque la gente la confunde indebidamente con locura y pérdida de la cabeza. No creo que el talante alemán de Max Weber dé para tanto desvarío. El proponía la pasión en el sentido de positividad, de entrega comprometida y responsable a una causa. Parte del secreto asociado a hacer lo correcto es encontrar más temprano que tarde una razón trascendente a la que podamos entregarnos con pasión responsable, dicho de otra forma, reconciliarnos con nuestras propias metas hasta el punto de lograr que aquello que nos mueva sea también el vector  que organice nuestra vida. ¿Y la mesura? Dice Weber que es para no perder el sentido de realidad, ni la serenidad que se necesita para guardar la distancia adecuada que siempre nos permita apreciar las cosas tal y como son y no como nosotros la queremos imaginar.

 

 

La vida se hace con la cabeza, y no con otras partes del cuerpo o del alma. Allí tienes una clave de esa pregunta que tanto te inquieta, porque si pierdes la cabeza, también vas a perder la posibilidad de hacer de tu vida algo que luego te resulte ganancioso. Cuídate por tanto de la vanidad que sin darte cuenta acaba finalmente con tu serenidad y mesura, desviándote de la ruta que te ha fijado la causa que con pasión razonada tienes que abrazar para darle sentido a tu vida. La vanidad podría hacerte confundir entre tu propio yo y tu propósito trascendente. Por eso te pido que en la medida de lo posible no caigas en la tentación de transformar toda tu capacidad  para mejorar al mundo en pura embriaguez personal.

 

 

Te confieso que toda embriaguez termina fatalmente en esa condición de desolación fatal en la que ni la mente ni el cuerpo ni el alma se ensamblan apropiadamente. A veces simplemente no tiene nada de divertido el transformarnos en nuestro propósito narcisista, entre otras cosas porque perdemos visión de conjunto –dejamos de ver al otro- y porque nos amargamos en la misma medida en que dejamos de sacar buenas cuentas sobre finalidades y responsabilidades. Te recuerdo que en la vida nunca es cierto que cualquier medio sea bueno para alcanzar cualquiera de nuestras metas. Tampoco lo es que cualquier meta es valiosa. Por eso es qua a aquellos niños les perturbaba tanto ese vacío de certezas sobre lo que finalmente iban ellos a hacer de sus vidas.

 

 

No creas que estoy olvidando que lo que me estas preguntando es si aquí, ahora, en estas condiciones y con este país se puede ser feliz. Entiendo que tus incertidumbres estén remarcadas por la estampida de los otros y también porque los demás insistimos en decir que todo esto está perdiendo sentido. Te pueden parecer muchos los que se van pero te aseguro que son más los que se quedan. Estos serán nuestros compañeros de ruta y también los mutuos espectadores del maravilloso espectáculo de realización sensata de cada una de nuestras metas. No juzguemos, simplemente mantengamos el foco en lo realmente importante que es ir descubriendo cual será la causa que nos hará dejar legado. También te pueden parecer más los errores que los aciertos de los que vamos delante de ti. Tal vez eso sea cierto pero no hasta el punto de poder descartarnos. Creo que uno de los pecados que hemos cometido ha sido precisamente el establecer una relación perversa y mutuamente excluyente entre las generaciones que hemos coincidido en esta época. Te explico. Los más viejos creímos que los más jóvenes tenían la capacidad para arreglarnos el mundo y se lo entregamos demasiado temprano. Los más jóvenes entendieron que nada debían y nada más podían aprender de los más viejos. Abrimos un abismo de suspicacias allí donde debían colocarse puentes de confianza. Nos enfrascamos en buscar culpas y  culpables, y este es el resultado: la interrogante abierta como una herida sobre si podemos ser felices aquí.

 

 

La ecuación es diferente al egocentrismo excluyente y sectario. También a la estrategia que marca la milla y trata de buscar allá lo que no ha podido crear aquí. El que aquí puedas ser feliz comienza por elaborar argumentos de arraigo y conseguir algo más que ese vacío de realizaciones y de realizadores con el que injustamente calificamos nuestra propia época. El arraigo debe ser más sólido que la evocación del paisaje verde y la frescura de nuestras montañas, pero debe incluirlo. El compromiso debe fundarse en la belleza de esas aves que surcan nuestros cielos y que todas las mañanas nos llenan de alborozo con su alboroto. Cientos de veces las vemos perplejos preguntándonos cómo ellas pueden vivir con tanta violencia a ras del suelo. Reitero que es el paisaje, la poesía y la música. Pero no son suficientes si a toda esa belleza natural no le aportamos esperanza. No bastan si a toda esa contemplación no la recreamos en términos de un futuro mejor que solo va a ser posible si es el resultado de nuestros propósitos. Nadie nos va a regalar la felicidad. No es un don.

 

 

Se trata de convocar al esfuerzo constructivo de una casa para todos. Esa casa se llama Venezuela y debería poder ser tan atractiva como para ser parte de los compromisos valiosos y las invocaciones de todos los venezolanos. Ahora no lo es. Sigue siendo una obligación impuesta por las circunstancias que nunca son propicias, pero ahora menos que nunca. Me has oído muchas veces que tenemos que vivir la vida que nos toca vivir. ¿Se entiende? Nacimos aquí y en esta época. No podemos asumir la nostalgia porque ella nos puede hacer encallar en la melancolía. No podemos transcurrir en desventurada espera sin perder en eso la vida y su alegría. No podemos conformarnos con mirar al cielo esperando el milagro, porque nunca va a llegar otra cosa que el desvarío misticista. Se trata de tomar decisiones de vida, convertirlas en proyectos factibles e ir midiendo los pequeños progresos que se logran con el paso de un día tras otro.

 

 

La pregunta que me haces es capciosa. Porque me estas pidiendo una solución y un guión. Y no los tengo, y si los tuviera no te los daría porque esa pregunta solo te la puedes formular y responderla tú mismo. Te contemplo y deseo que vayas descubriendo que no hay mejor causa que la realización de la libertad, cuya premisa es tan sencilla como obvia: ser libres es evitar la servidumbre propia y ajena. Ni hincarte ante nadie ni esperar que nadie se hinque ante ti. Ni depender de nadie ni endosarle a nadie la responsabilidad de construir tu propio destino. Usar al máximo tus talentos y no esperar que otros sean tus muletas. Usar siempre la cabeza y desde la cabeza amar y comprometerte con lo que es esencialmente valioso. No caer en la estética de la partida si antes no has llegado a ser autónomo, justo, prudente, fuerte y ponderado. La felicidad es comprender que hay un tiempo para todo, y que estos que lucen tan desoladores son buenos para la esperanza que se nutre de la reflexión y la realización. Ser feliz es vivir en tiempo presente, sin ser esclavo del mito pasado y sin buscar afanosamente ese Dorado que siempre fue y será el mito de la evasión. El tesoro está aquí y ahora, eres tú mismo que has decidido asumir la vida tal y como va viniendo, sin temores, sin espantos, sin desespero y sin desolaciones. Ser feliz es ser libre y encontrar todos los días razones y fuerza para seguir adelante. Y esa condición no debería ser arrebatada por ninguna circunstancia. Pase lo que pase esta es la vida que nos ha tocado vivir y no podemos hacer nada mejor que seguir adelante apostando a la libertad y construyendo un país en el que todos podamos ser libres.

 

 

Víctor Maldonado C

victormaldonadoc@gmail.com

Twitter: @vjmc

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