Se partió en Nicaragua…la democracia
agosto 7, 2016 5:32 am

Se instaura un régimen de partido único, el partido “Ortega-Murillo”

 

Se partió en Nicaragua

Otro hierro caliente

Con que el águila daba

Su señal a la gente

 

 

Se partió en Nicaragua

Otra soga con cebo

Con que el águila ataba

Por el cuello al obrero

 

 

 

Así cantaba Silvio Rodríguez. Eran los años tiernos de una revolución inspirada en los sueños de Sandino. Muchos de sus combatientes eran mujeres y sus líderes más conocidos, poetas y sacerdotes. Como aquel Cortázar, encandilado en Nicaragua tan violentamente dulce, quien en su travesía a Solentiname—y en el avión con los poetas—reunió a Rimbaud con Marx y Castro en el mismo párrafo.

 

 

 

Fue casi una revolución literaria, la última gran esperanza humanista. Hay que decirlo, quienes iban a la brigada del café no eran únicamente los chicos y chicas del partido comunista. Redistribuir tierra, derechos y cultura en un país pobre y durante la Guerra Fría era una aspiración por demás noble. La vía nicaragüense consistía en hacerlo equidistante de Washington y de Moscú.

 

 

 

No sería fácil en la recesión de los ochenta y con Reagan en la Casa Blanca, librando la última batalla de la Guerra Fría en el Caribe y América Central. La elección de 1984 fue una concesión a la amplia coalición anti somocista, pero poco tuvo de libre y justa. Lejos de ser neutrales, las instituciones del Estado estaban al servicio del partido oficial. La alternancia democrática no era parte de la agenda: la magnitud de la operación Irán-Contras tal vez les diera la razón.

 

 

 

La sorpresa fue cuando en 1990 el gobierno reconoció la derrota electoral y entregó el poder a Violeta Chamorro. No sin antes asegurarse el control del ejército y “la piñata”, la reprivatización de activos previamente nacionalizados en beneficio de los jerarcas, la familia Ortega entre ellos. Dio inicio a una cierta transición latinoamericana, aquellas cuya fragilidad emanaba de la dificultad en imponer límites constitucionales a militares autónomos del poder civil y coludidos con grupos económicos concentrados. Excepto que en Nicaragua todos esos eran “de izquierda”.

 

 

 

Esa izquierda luego pactó con la derecha de Alemán para excluir a los demás, como en las democracias restringidas del siglo XIX. Acordaron la reforma electoral, un traje a la medida con un sistema francés de doble vuelta pero a la nicaragüense. Otorgaba la victoria en primera vuelta con el 35% de los votos y 5% de diferencia con el segundo. Así regresó Ortega a la presidencia, en 2006.

 

 

 

Era la época de los petrodólares chavistas, la oposición fragmentada y los grandes acuerdos de negocios, condiciones ideales para la perpetuación. El capitalismo avanzado le pone cloro al alma roja, alguna vez escuché decir a uno de esos revolucionarios felizmente exiliados en el Upper West Side de Manhattan. Pues el capitalismo tardío le pone cloro a los principios legales de los inversores extranjeros. Con riesgo cero gracias a la discrecionalidad del presidente, no se les escuchaba hablar de Estado de Derecho.

 

 

 

Así como la herencia reproduce la riqueza en el tiempo, el nepotismo hace lo propio con el poder

 
A diferencia de quienes prolongaron su permanencia en el poder por medio de reformas constitucionales, Ortega tomó un camino más simple. Presentó su candidatura en 2009 y la Corte Suprema sentenció que era legal. El más alto tribunal violando la ley suprema para satisfacer los deseos del jefe del Ejecutivo, igualito a los Somoza. La elección de 2011 le dio su tercer período, segundo consecutivo, ambas condiciones inhabilitantes según la constitución.

 

 

 

Reformas posteriores otorgaron al Ejecutivo amplias facultades para legislar. Una buena parte de los medios de comunicación quedaron bajo propiedad del oficialismo. El presidente también pasó a controlar la justicia, las agencias de seguridad, la autoridad electoral y el Poder Legislativo. La reciente remoción de 28 diputados lo ilustra de manera concluyente, dejando sin ciudadanía a miles de votantes despojados de representación parlamentaria. Sin contrapesos democráticos, es un “fujimorazo” que instaura un régimen de partido único.

 

 

Un régimen amarrado en el partido “Ortega-Murillo”, aclárese. De manera predecible, la esposa del presidente es ahora candidata a la vicepresidencia, pero antes fue vocera del gobierno y canciller en funciones, y varios de sus hijos son funcionarios de la presidencia. El nepotismo garantiza la concentración endogámica del poder.

 

 

 

Es el microcosmos del patrimonialismo, sistema de dominación en el que el límite entre lo público y lo privado es difuso. El presidente, caudillo o líder administra la cosa pública como su hacienda o su canal de televisión. Una vez que el Estado de Derecho se erosiona, las relaciones de parentesco naturalizan la arbitrariedad. Así como la herencia reproduce la riqueza en el tiempo, el nepotismo hace lo propio con el poder, lo privatiza.

 

 

 

Es una historia que se repite, un ciclo frecuente en la izquierda revolucionaria latinoamericana. Comienzan románticas y moralmente abnegadas, con una narrativa que cautiva. Luego viene la fase de la hipocresía, seguida por la corrupción, el enriquecimiento y el despotismo cuasi dinástico. El relato pierde tracción, se convierte en pieza arqueológica. El realismo descarnado ahuyenta a la poesía. Y al final la política deja de ser aquel sueño colectivo basado en nobles ideales para ser mero poder. Poder desnudo que ejercen igual que aquel que derrocaron con su revolución. ¡Izquierda dirán ellos!

 

 

 

@hectorschamis