Esta semana, Ernesto Samper se ha despedido como secretario general de la Unasur. Previamente, como presidente de Colombia, Samper había sido acusado de recibir dinero del narcotráfico para su campaña electoral; aunque fue exonerado de dicha acusación por el Congreso colombiano (no por un tribunal de justicia), el gobierno de Estados Unidos le retiró la visa para viajar a ese país porque, según Bill Clinton, quienes colaboran a sabiendas con el narcotráfico no son bienvenidos en Estados Unidos. Sin embargo, Ernesto Samper era buen amigo de Chávez y del régimen instaurado por este; esta circunstancia es lo que llevó a su designación como “acompañante” del diálogo entre el gobierno de Venezuela y la oposición.
Como tantas cosas que ha inventado el chavismo, la figura del “acompañante” no existía como mecanismo de solución de controversias. Existen los “negociadores”, que representan directamente a las partes en conflicto, y cuya misión es intentar alcanzar un compromiso que ponga fin a la controversia; también hay “mediadores”, que son terceros ajenos al conflicto y que, utilizando distintas técnicas según el mandato que les hayan conferido las partes, procuran que estas lleguen a un acuerdo; además, con un papel menos protagónico, están quienes ofrecen sus “buenos oficios” para facilitar un canal de comunicación entre las partes. Pero, en su infinita sabiduría, el chavismo inventó la figura del “acompañante”, sin explicar qué la distinguía de un mediador o de un buen oficiante, y cuál era su función en el diálogo entre el gobierno y la oposición; ahora, gracias a Samper (¡y a Rodríguez Zapatero!), lo tenemos claro como el agua.
En su último informe como secretario general de la Unasur, refiriéndose a la crisis venezolana, Samper manifestó que es necesario “que la Asamblea Nacional vuelva a sus funciones y que reconozca al presidente Nicolás Maduro, elegido democráticamente. Luego se trabajaría en una agenda electoral”. Dos afirmaciones que, por su ligereza y su estulticia, de no provenir de alguien que, hasta hace solo unos días, ocupaba un cargo institucional tan importante, no merecerían detenerse en ellas.
Para Samper lo único relevante es que Maduro fue elegido democráticamente, de igual modo que otros tiranos, o que otros ex gobernantes como él mismo. En su opinión, no importa si el poder se ejerce legítimamente, apegándose a la Constitución y respetando los derechos de los ciudadanos, o si se utiliza para favorecer a grupos dedicados a actividades criminales. No importa que la Asamblea Nacional sea el contrapeso del Poder Ejecutivo y que también haya sido elegida democráticamente; no importa que Maduro y sus secuaces, incluido un TSJ tomado por asalto, hayan desacatado todo lo que la AN ha aprobado en ejercicio de sus competencias. No importa que nuestro César imperial haya asumido poderes que la Constitución no le confiere y que gobierne bajo estado de sitio. Para Samper, esos son detalles insignificantes, que no disminuyen la legitimidad de Maduro en el ejercicio de su mandato.
Samper sostiene que solo después de que la AN haya reconocido a Nicolás Maduro como el presidente democráticamente elegido “se trabajaría en una agenda electoral”. Es necesario recordar que nadie niega que Maduro haya sido “democráticamente elegido”; lo que no se acepta es que se comporte como un tirano, cargo para el cual no fue elegido. Pero es bueno que Samper sepa que la agenda electoral está establecida en la Constitución y no es materia de negociación. Eso es algo que ya está acordado, y al gobierno (y a sus secuaces en el CNE) solo le corresponde darle cumplimiento.
Ahora ya sabemos para qué sirve un “acompañante”. Como decía la publicidad del perro junto al gramófono de la RCA Victor, por allí sale la voz del amo.
Héctor Faúndez
