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Republicanos en fuga

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Republicanos en fuga

Esperemos que la retirada de apoyos a Trump en su partido no llegue tarde

 

Donald Trump, durante el segundo debate televisado de las presidenciales de EEUU. SCOTT OLSON AFP

 

 
Aunque a estas alturas pueda parecer imposible, las declaraciones de Donald Trump continúan superando sus propios límites de vulgaridad alcanzando unos niveles nunca vistos en la política estadounidense y solo rara vez en determinadas tabernas. La grabación filtrada en la que el magnate se refiere a lo que piensa de las mujeres muestra a un bocazas egomaníaco convencido de que puede hacer cualquier cosa. Tratándose de alguien que aspira a ocupar la Casa Blanca, esta actitud lejos de servir como argumento a todo tipo de chistes debería causar una profunda preocupación. No puede pues extrañar que destacadas figuras republicanas —como hizo ayer el senador y excandidato presidencial John McCain— comiencen a desertar. Esperemos que no sea demasiado tarde.

 

 

 

El candidato republicano ha hecho del lenguaje machista y avasallador una de sus banderas. Tanto él como sus partidarios se jactan de la ocurrencia descarnada travistiéndola de sinceridad frente a lo que califican lenguaje hipócrita políticamente correcto del establishment de Washington que para ellos encarna la aspirante demócrata Hillary Clinton. Este es un buen ejemplo de la perversión de conceptos que Trump emplea como estrategia desde que comenzó la campaña de las primarias republicanas. Como cualquier niño pequeño sabe, la vejación y la degradación no tienen nada que ver con la sinceridad y son absolutamente incompatibles con la rectitud de intenciones. Del mismo modo que una ruinosa gestión económica de los negocios propios —con denuncias de estafa de por medio como en el caso de la fantasmagórica Universidad Trump— es todo lo contrario a un manual de bienestar aplicable a la economía de un gigante como Estados Unidos.

 

 

 

Otra de las estrategias emponzoñadas que está empleando Trump es convertir unas elecciones presidenciales en una especie de plebiscito emocional donde lo importante es su personaje. Así quienes se sitúan en el campo contrario lo hacen por una irrefrenable manía personal. Pero al mismo tiempo él centra su discurso político en los insultos personales y las amenazas. En EE UU —y países vecinos— cada vez resulta más complicado encontrar algún colectivo que no haya sido insultado por el millonario: mexicanos, mujeres, periodistas, congresistas, el presidente de EE UU, varios expresidentes de EE UU, musulmanes, los republicanos que no le bailan el agua, hispanos, europeos… Los ataques que durante el debate de la madrugada de ayer dirigió contra Hillary Clinton son vergonzosos; las alusiones al escándalo sexual protagonizado por el marido de Clinton durante la presidencia de éste no tienen absolutamente nada que ver con las elecciones de dentro de cuatro semanas. Y las amenazas de encarcelar a Clinton en casa de victoria son más propias de un matón que de alguien que aspira a ejercer el puesto político más influyente del planeta.

 

 

 

Es importante no caer en la trampa de descartar las posibilidades de Trump y de no tomar en serio la hipótesis de su triunfo en noviembre. De hecho, su rival, Clinton, no lo hace. Es tal el poder distorsionador que este personaje ha introducido en la democracia estadounidense que sus escándalos lo refuerzan. Trump es peligroso para todos.

 

 

El País

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