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Quieto y fuera

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Quieto y fuera

Mi amigo no es un creyente. No va a misa ni les prende velas a los santos. Se ha declarado ateo y no pierde oportunidad para indagar en la historia los grandes desaciertos de los rezanderos organizados en iglesias o de manera tribal. A veces la coge con Torquemada y con su irracional disposición a llevar a la hoguera a los herejes y marranos; o con su costumbre de rebuscar entre las cenizas de los achicharrados como si intentara encontrar un mensaje o una clave.

 

Se conoce poco sobre la Santa Inquisición en América, pero son muchos los estropicios cometidos a lo largo y ancho del continente. La convivencia aconseja no desenterrarlos. Fue un momento oscuro de la humanidad, del florecimiento de la sinrazón en el nombre de la voluntad de Dios. Superado ese mal paso, otros, con idéntica maldad y apoyados en verdades que consideran tan irrefutables como las que defendían las hordas inquisitoriales, trajeron también sangre, sufrimiento y miseria.

 

Hitler, a quien se lee poco pero se imita mucho en estas veredas del planeta, escribió en Mi lucha que “la fundación o destrucción de una religión era un hecho más trascendental que la fundación o destrucción de un Estado o de un partido”. Si ponemos atención a su obra, su intención fue imponer una nueva religión.

 

La digresión viene a cuento no solo porque empiezan a difundirse supuestos milagros relacionados con asuntos tan lejanos al Creador como la inflación y el PIB, sino también por un peligro mayor: que quienes tienen la responsabilidad de actuar se abstienen de hacerlo en espera de la intervención del difunto aquel a través de su vástago más grandote.

 

A mi amigo, que suelta una carcajada cada vez que los momios hacen su declaración de fe en el socialismo y demás regorgallas, le preocupa la inacción. Es grave que los “sumos sacerdotes” hayan abandonado sus deberes y solo se dediquen a la súplica de un gran milagro que salve la revolución, aunque lo llamen “sacudón”.

 

Si los intelectuales pequeñoburgueses que asesoran al régimen fuesen tan conocedores de los textos de Gramsci, Marx y Maquiavelo como dicen, ya se habrían dado cuenta de que sus catequizados juegan con flores al borde del abismo. La incapacidad de resolver problemas simples como el control del mosquito patas blancas los descarta para actuar en asuntos más graves. Vendo par de tabletas de acetaminofén.

 

Ramón Hernández

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