Que no se calle la calle
marzo 2, 2014 6:42 am

No hay más silencio en las calles de Venezuela, ni tranquilidad, ni paciencia, ni resignación para que los grupos armados del gobierno o del hampa dispongan de la vida, libertad y hacienda de los ciudadanos a su haber y entender.

 

Es el fin de la licencia para matar de bandas que, ya sea por instrucciones de los mandos políticos y judiciales oficialistas, o de las mafias de paramilitares asolan las calles, pero cuyos crímenes serán juzgados más temprano que tarde en tribunales nacionales e internacionales.

 

No es una aspiración nueva de la Venezuela democrática, puesto que ya en el 2002, 2003 y 2004 la oposición tomó ciudades y pueblos para que los irregulares del oficialismo entendieran que la destrucción de Venezuela no ocurriría sin lucha, acusaciones, juicios y castigos pero que, dado los altibajos de la política, se contuvo, pero no detuvo.

 

Lo básico a destacar en el contexto, sin embargo, es que, ni siquiera con los errores de la oposición en el 2005, y los inmensos recursos que manejó el chavismo a raíz del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), el proyecto neototalitario se hizo de una mayoría de venezolanos que le permitiera sentar tienda y, muy al contrario, se dispersó con tumbos, vaivenes y barajos que ya lo hacían avanzar, ya retroceder.

 

Son los tiempos en que Chávez se ve forzado a recurrir a la ayuda política extranjera, y en un acto de incalificable violación de la soberanía nacional, cierra un pacto o alianza con la dictadura cincuentenaria cubana de Fidel y Raúl Castro, por el que intercambian la reinstauración en la isla del subsidio soviético, a cambio de que el castrismo le suministrara apoyo para controlar, vigilar y reprimir a la oposición democrática.

 

Pero ni aun con ello el chavismo se construye posiciones y trincheras para avanzar, así como tampoco lo logra con la audaz política clientelar que lo impulsa a crear el ALBA (Cuba, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia en un solo bloque) o comprar el apoyo de gobiernos de países como Brasil. Argentina, Uruguay, y parte del Caribe y Centroamérica, que le devuelven muy poco mientras se engullen más de la mitad del billón y medio de petrodólares que ingresó al tesoro nacional como consecuencia del boom petrolero.

 

En la contención, no hay dudas que jugó un papel invaluable la política unitaria que desde el 2006 comenzaron a implementar las organizaciones políticas opositoras, y que, a partir del 2007, fueron anotándose éxito tras éxito (elecciones parlamentarias en el 2008 y para gobernadores en el 2010) hasta llegar al punto de “quiebre e inflexión” que significaron las elecciones presidenciales del 14 de abril del 2014.

 

Conviene detenerse en la fecha, pues está en el origen de la actual protesta nacional anticastrochavista, así como en el sacudón de la política unitaria que, sí persiste, es porque su dirigencia ha tenido la amplitud necesaria para oír y plegarse a otras voces.

 

Lo que sucede es el fin del chavismo como mayoría política (si es que alguna vez lo fue) a causa de su derrota o casi derrota (apenas habría ganado con 200 mil votos, y si fue derrotado sería con un millón de votos) por el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, quien, o debía imponerle al chavismo su triunfo, o convertirse en un líder político nacional para el cual la conquista del poder no admitía plazos.

 

Para ello, tenía que agitar la denuncia del fraude, pero no solo en instancias jurídicas nacionales e internacionales, sino, básicamente, en las calles de Venezuela que debían ser el gran centro o batalla para el reconocimiento de su triunfo.

 

Capriles hace un primer intento, el país se moviliza, pero alegando que no respaldaba acciones violentas y que podía convencer a multilaterales como Unasur, Mercosur y la OEA que había ganado, inicia una campaña internacional que logra imponerle a Maduro un reconteo de los votos, pero “a la manera” de Maduro.

 

Conocemos el resultado de esta estrategia como para “recontarla”, así como de la siguiente batalla en la cual Capriles piensa ganar lo que había perdido en la calle y en las multilamentarias del 2015.

 

sin protestar, legitimaron a Maduro y de paso soltaron que la pelea continuaba pero en las elecciones parlaterales, y que concluye en un estruendoso fracaso, pues Maduro lleva a cabo un gigantesco fraude, y no solo se impone en las elecciones municipales por mayoría de votos, sino que se alza con el 70 por ciento de las alcaldías.

 

Pero el mayor triunfo madurista fue que la MUD y Capriles, en representación de la oposición, aceptaron los resultados sin protestar, legitimaron a Maduro, y de paso, soltaron la perla de que la pelea continuaba pero en las elecciones parlamentarias del 2015.

 

Fue el fin de facto de la unidad opositora que venía construyéndose desde el 2006, pues el Secretario General de “Voluntad Popular” (partido que había sido el “fenómeno” de las elecciones del 8-D, pues se había convertido en el cuarto partido nacional al sumar 400.000 votos y ganó 15 alcaldías), Leopoldo López, más la diputada, María Corina Machado, y el Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, empezaron a declarar a los medios que se debía retomar la movilización que se había truncado el 16 de abril y empezar a capitanear la protesta popular ante un modelo político y económico cuyos resultados no podían portar sino la etiqueta de “ruina”.

 

Venezuela a comienzos del año ya era, en efecto, lo que es hoy, un espectáculo de cientos o miles de consumidores en colas frente a abastos, mercados y supermercados en los cuales el gobierno les promete que puede haber llegado la leche, la harina pan, el arroz, el aceite la pasta, la azúcar, o el papel toalet.

 

El hampa también se batía con furia sin igual, y el saldo de venezolanos asesinados en las calles en el 2013 era de 25.000, la inflación se acercaba al 60 por ciento anual, y también escaseaban las medicinas, desaparecían los servicios públicos, y el transporte, las vías carreteras, y la infraestructura era ahora una chatarra que anunciaba que había existido alguna vez.

 

Pero en cuanto a las libertades, los derechos humanos y las garantías ciudadanas, el madurato también arrasaba con los residuos que se sobrevivían y la mejor prueba era que ya no había televisoras independientes, las radioemisoras se reducían y la prensa escrita era asfixiada porque el gobierno no suministraba dólares para la compra de papel.

 

De modo que, la mesa estaba servida, no para permanecer impasibles pensando en las elecciones parlamentarias del 2015, sino en una protestar popular de “ahora y ya”, que contuviera o le pusiera fin al castrochavismo que ya empezó a llamarse madurismo.

 

Fue la iniciativa que tomaron un grupo de estudiantes en la ciudad de San Cristóbal, en el Estado Táchira, sin ninguna clase de dirección, ni liderazgo, y que al ser reprimida por el gobierno regional, se trasladó a Mérida, Maracaibo, Barquisimeto, Valencia, Caracas, Porlamar, Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, Cumaná hasta convertirse en el incendio que no da muestras de ceder.

 

Y que contó con dos reacciones opositoras: la reticente, ambigua, distante y crítica de Capriles y la MUD; y la fervorosa, proactiva, estimulante y motivadora de líderes como Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma.

 

Lo cierto es que un vendaval o huracán sacudían, no solo al gobierno sino a la MUD y Capriles que indudablemente habían errado sus cálculos en la profundidad y extensión de la crisis nacional y sentían amenazados sus liderazgos ante esta fuerza cuyo escenario era la calle y sus organizadores desconocidos e incontrolables.

 

Llegó un momento, por tanto, en que pareció que la división opositora pasaría de real a formal, -sobre todo en circunstancias que Leopoldo López fue encarcelado-, pero para desconsuelo de Maduro y CIA, se impusieron las ganas de no perder la oportunidad de reconvertirlo en un presidente ilegal, deslegitimado y sin apoyo nacional, y de la unidad opositora puedo anunciar que está muy bien, demasiado bien.

 

Sobre todo, no está equivocándose en el camino, ni perdiéndose en fantasías, ni apostando en milagros que no sean el resultado de políticas bien diseñadas, calculadas y monitoreadas, luchando, en definitiva por “lo posible” como fórmula para llegar a “lo imposible”.

 

Y con una única e irrenunciable consigna: “Que no se calle la calle”.

 

Manuel Malaver