¿Por qué no ajustan lo desajustado?
noviembre 1, 2015 4:38 am

Es obvio que el país requiere cambios, pero ese cambio tiene que sortear barreras…

 

No es cierto que la crisis venezolana no tiene solución. El problema es que no se está haciendo nada racional para solucionarla. Pero, ¿por qué?

 

 

Las razones son múltiples. La primera tiene que ver con el tema ideológico. Aunque parezca insólito, un grupo de tomadores de decisiones cree que la economía puede estabilizarse controlándola e interviniéndola. Como si la teoría y la evidencia no existieran para mostrar los estragos impepinables del intervencionismo y el control extremo, usan «medicinas» que lejos de mejorar el enfermo han demostrado enfermarlo más y llevarlo al colapso. Colocan a Venezuela como uno de los poquísimos y extraños casos de inflación severa, en un mundo que tiene esa enfermedad prácticamente erradicada.

 

 

El segundo bloqueador lo encontramos en los costos políticos de la racionalización de la economía. Vamos a estar claros. No existe ni la más mínima posibilidad de salir de esta crisis sin pagar por los errores cometidos. El cuentico de que se pueden tomar dos medidas de fondo y la economía se restablece por arte de magia y sin sacrificio alguno es bonito y esperanzador, pero falso. Luego de haber estirado la liga por años y amplificado el problema a niveles insospechados de destrucción de cadenas productivas, brechas gigantes entre el valor real de las mercancías y sus precios, sobrevaluación cambiaria de la «Madonna» y penetración pública en la economía, hay que ser «naive» para pensar que la estabilización será suavecita. Y si tomamos en cuenta que la necesidad de racionalización llega justo cuando la crisis impacta en el mero centro de la conexión popular del gobierno, no hay que ser demasiado perspicaz para entender lo difícil que será adoptar medidas que no son populares en total. Incluso sabiendo que tienen que tomarlas y reconociendo, en su interior, que la están embarrando, el miedo a los impactos políticos de esas medidas hace más difícil la toma de decisiones que, paradójicamente, serán indispensables para resolver el problema en el mediano y largo plazo y sostener su propio equilibrio a futuro.

 

 

El tercer elemento que explica la dificultad del gobierno para adoptar medidas de ajuste racional, se encuentra en la resistencia de los beneficiarios de las distorsiones creadas. En la medida en que hay muchas empresas privadas que han sido expropiadas en el tiempo o intervenidas en sus sistemas de producción o distribución, se han creado negocios muy rentables, no para el país, pero sí para quienes los controlan personalmente. Esto se amplifica aún más en el caso de las importaciones públicas, que hoy representan más del 60% del total de las importaciones nacionales, en un proceso que ha primitivizado el sistema de abastecimiento del país e incorporado evidentes visos de corrupción y sobreprecios, en productos que continúan importándose a la absurda tasa de 6,30 y 13 Bs/$. La pregunta interesante es: ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Cómo logra el gobiermo quitarle la golosina (dulce para ellos pero agria para el país) a sus propias bases de sorpote interno?

 

 

Es obvio que el país requiere cambios, pero ese cambio tiene que sortear barreras muy importantes y eso es sólo posible con el trabajo conjunto entre los diferentes actores clave de la sociedad, la política y la economía. Un acuerdo nacional que valide la toma de decisiones dificiles. Que dé viabilidad política al programa de estabilización nacional. Que ayude a crear un shock de confianza y logre que la población y los inversionistas estén dispuestos de nuevo a postergar gratificaciones. Nada de esto ocurrirá sin cambios profundos en todas las partes. Y no hay nada más difícil que cambiar.

 

 

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