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¿Por qué la Iglesia Católica venezolana critica el diálogo y el Vaticano lo apoya?

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¿Por qué la Iglesia Católica venezolana critica el diálogo y el Vaticano lo apoya?

Una primera y elucidable razón es que la Iglesia Católica venezolana es una institución militante, proactiva y reactiva, profundamente consubstanciada con sus feligreses que son mayoritariamente democráticos y víctimas de la tiranía de Maduro, mientras el Vaticano es una burocracia fría e impersonal que, planea sobre mil millones de personas cuyas angustias físicas y metafísicas le llegan como un hálito helado y evanescente y a través de intermediarios no siempre competentes.

 

 
Pero también está el tema de que el Vaticano es un Estado, una estructura política con un presidente, príncipe o caudillo con intereses muy concretos que defender, frente o al lado de otros Estados y se debe a acuerdos, negociaciones o diálogos en los cuales “su” reino sí es de este mundo, y los Estados, como Estados, tienden a consorciarse, a menos que diferencias, o choques letales lo evitan.

 

 
Un ejemplo de esta imperturbable y fatal arrogancia, la sufren los ciudadanos y demócratas de todo el mundo, cuando, llevan sus causas a multilaterales como la ONU o la OEA, y ven cómo una mayoría de gobiernos autoritarios bloquean “por votos” sus peticiones y así la causa de las dictaduras o semidictaduras persiste y crece, como hiedra, por todo el mundo.

 

 
Sin embargo, teólogos, historiadores, formadores de opinión y comunicadores notaron, alarmados, desde que se inició el Papado de Su Santidad, Francisco I, que, en su caso, un nuevo virus, plaga, o síndrome había infestado al Vaticano, más peligroso que la burocracia y el estatismo y es, su militancia o simpatía con una ideología de izquierda, cercana al marxismo y al comunismo y que ya fue condenada por “no cristiana”, y contraria a los intereses de la Iglesia por sus antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI: la Teología de la Liberación.

 

 
Pero a Francisco las Encíclicas y bulas de sus antecesores, que, en términos estrictamente eclesiales deberían resultarle doctrinarios, no le dicen nada e insiste en predicar una doctrina social que condena la propiedad privada, abomina del liberalismo económico y promueve la pobreza que califica como “categoría teologal”, y que, es imposible no se desborde en una política que apoya al socialismo y los gobiernos autoritarios y dictatoriales que le son secuenciales.

 

 
Y es aquí, donde se bifurcan los caminos de la Iglesia Católica venezolana y los del Vaticano, pues, si hay una Iglesia nacional y una feligresía que estén experimentando con hambre, enfermedades y represión hasta donde pueden llevar ideas equivocadas que prohíben la propiedad privada, la economía competitiva, y el ascenso social como contrarios a las enseñanzas de Cristo, esa es la venezolana.

 

 
Hay hambre en Venezuela, y enfermedades y presos políticos, Papa Francisco, hay un paisaje humano con miles de hambrientos que hurgan en la basura día tras día para procurarse mendrugos para subsistir, y miles de enfermos que rondan por farmacias, clínicas y hospitales buscando medicinas y atención médica, y no es por el capitalismo, la propiedad y el liberalismo, sino por un Estado socialista, benefactor y dictatorial que fábrica pobres para someterlos por hambre.

 

 
Horror contra el que lucha el 99 por ciento de los prelados venezolanos, cardenales, obispos, sacerdotes y monjas, que se enfrentan sin vacilaciones y a riesgo de su salud y vida contra los abusos y atropellos de la tiranía, a la cual, el Vaticano juzga confiable y avala en diálogos que, simplemente, buscan a alargar sus días.

 

 
Cercano, en fin, a un despotismo como el de Maduro que no cesa en sus agresiones a la Iglesia, como lo demuestran los asaltos y los actos vandálicos que han arrasado templos, la destrucción de imágenes sagradas en iglesias y plazas públicas, el robo de reliquias y bienes religiosos, y los atropellos a sacerdotes que no pocas han pagado con sangre su fidelidad a las enseñanzas de Cristo y su Iglesia.

 
Para no ir muy lejos, hace unos meses, un diputado que recientemente ha sido elevado al cargo de ministro para la Educación Universitaria por Maduro , un señor Roa, ofendió gravemente en su dignidad, a su Eminencia, el Cardenal, Jorge Urosa Sabino, y de pasó, hirió lanzándole un micrófono en la cara a un diputado de oposición que lo defendía.
Pero no son cosas nuevas, sino que Chávez mismo, en persona, inició cruzadas de insultos y agresiones contra los Cardenales Velasco y Castillo Lara, contra monseñor Baltasar Porras y Roberto Luckert y contra todos los hombres y mujeres de la Iglesia, que siempre denunciaron su crueldad socialista, dictatorial y totalitaria.

 

 
Hace exactamente, 14 días, por ejemplo, el 14 de enero pasado, un dignísimo representante de la Iglesia, monseñor, Antonio López Castillo, arzobispo de la Diócesis de Barquisimeto, decía en su homilía con motivo de la celebración del día de la Divina Pastora: “No creemos en el comunismo socialista fracasado. Nosotros creemos en la democracia, y por eso yo, como Pastor, nunca me callaré. María nos proteja de caer en los sistemas totalitarios que impiden que el pueblo sea libre y digno. ¡Viva nuestro pueblo digno que quiere vivir en verdadera democracia”.

 

 
Lo oían, seguían y aplaudían miles de personas que participan en la misa de la catedral de Barquisimeto, los tres millones de feligreses que un día antes se congregaron en la procesión de la patrona de Lara y los 30 millones de venezolanos que son mayoritariamente católicos, anticomunistas y demócratas.

 

 
Y también la Conferencia Episcopal Venezolana, CEV, que un día antes había escrito en un mensaje dirigido a la feligresía y al pueblo de Venezuela: “La ola de represión y persecución política que se ha desatado en los últimos días lesiona gravemente el ejercicio de la institucionalidad democrática. Solo en regímenes totalitarios se impide la libre manifestación de la ciudadanía”.

 

 
Una advertencia que también podemos hacer válida para el proceso de diálogo que se inició, celebró y fracasó entre noviembre y diciembre del año pasado, y para el que pretende reimplementarse sin participación de la oposición democrática enfrentada a la dictadura de Maduro, como fórmula para que la iglesia se convierta en cómplice de un crimen de lesa democracia venezolana.

 

 
Y que nos obliga de nuevo a preguntarnos: ¿Por qué la Santa Sede, el Estado Vaticano y, más específicamente, el Papa Francisco, compromete la independencia e imparcialidad que debería tener en un conflicto entre venezolanos, de los cuales, unos representan al comunismo ateo y otros a la Iglesia de Cristo, y contribuye a que la oposición democrática sea burlada una vez más por los maquiavelistas marxistas y para que la dictadura Maduro se perpetúe y aspire en devenir en una dinastía tipo Cuba o Corea del Norte?

 

 
¿La digna actitud de la Conferencia Episcopal Venezolana, CEV, de obispos como Ovidio Pérez Morales, Antonio López Castillo y Roberto Luckert y de sacerdotes como José Palmar y Lenin Bastidas, no le dicen nada a Berboglio, Parolín y sus portavoces en Caracas, Claudio María Celli y Aldo Giordano?

 

 
Pues parece que no, y la explicación del menoscabo con que actúan frente a una de las Iglesias más heroicas del continente y del mundo, solo puede encontrarse en las reformas que emprendió Francisco desde que inició su Papado, y de las cuales, una en especial, -querida a la Teología de la Liberación-, lo acerca de manera irreparable al totalitarismo marxista y lo aleja del humanismo, la libertad y la democracia cristianas.

 

 
Nos referimos, al tema de la pobreza, sublimemente expuesto por Jesús en El Sermón de la Montaña, pero en sentido alguno para concederles una suerte de categoría o virtud teologal, por la que tengan que sacrificarse valores cristianos tan fundamentales como el “Amaos los unos a los otros”, “Mi reino no es de este mundo”, “Y al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”.

 

 
Y que son las verdades eternas en las que el cristianismo se refracta con el ateísmo marxista que, sí convierte a los pobres en una suerte de centro absoluto, inamovible y estático, a nombre del cual se pueden cometer crímenes, transgresiones e injusticias sin fin, puesto que, si el sentido de la vida es vivir y morir por ellos ¿por qué privarnos entonces de transmutarnos de santos en asesinos, de inocentes en verdugos, y de víctimas en victimarios?

 

 
Palabras, ideas y pensamientos “más históricos y reales” de lo que comúnmente se admite y que referidos a la crisis que hoy se vive en Venezuela, es el horror por el que exigimos que el Papa y el Estado Vaticano sean realmente cristianos y actúen como el Cristo redentor que se hizo uno con todos los hombres, y no con una clase especial de ellos, ya fueran ricos, pobres, blancos negros, hombres o mujeres..

 

 
Manuel Malaver

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