Perorata fullera, negociación inútil, tonto error
enero 19, 2018 7:59 am

 

Tras cerrar férreamente las vías públicas de acceso al centro de Caracas, el Presidente junto a la primera combatiente y la caravana oficial arribaron al Palacio Legislativo, sede de la Asamblea Nacional y también asiento -pared con pared- de la Asamblea cubano Constituyente del propio interés, iniciativa y obediencia garantizada, a presentar la Memoria y Cuenta de su administración durante 2017 -llamar a sus errores “administración” es hipócrita, pero cortés.Entre la batalla en El Junquito, cerco al movimiento, desarrollo y acciones gubernamentales sólo indican miedo y sobresalto, más allá de la necesaria seguridad del mandatario. Nuevamente el régimen y quienes le acompañan se equivocan. Ya no sólo en una -por llamarla así- política económica, sino en un evento en el cual sólo había dos alternativas: ganar la pelea sacrificando y arriesgando popularidad, o poner la torta. Hay una creciente madeja de rumores y contra-rumores sobre el ataque, sus realidades y consecuencias. En todo caso, al parecer los atrincherados pudieron ser engañados innecesariamente: se les hizo creer que una negociación para su entrega estaba considerándose.

 

 

 

Pero, en realidad, fue la táctica de ganar tiempo negociando y mintiendo, aplicada desde tiempo, salvo para incrédulos e ingenuos, por el régimen castro-madurista. Así las cosas, poner la torta fue la opción. Las tortas no siempre incluyen harina y mantequilla, las del madurismo son de sangre.

 

 

 

Sin embargo, la comunicación del siglo XXI puede ser contradictoria, y también implacable. Se desconocen los detalles, pero sí lo que la gente piensa, y eso es lo que cuenta para un oficialismo atosigado. Se debe recordar que, sea quien sea que haya dado las órdenes que llevaron a esta atronadora calamidad, el Presidente de la República, comandante en jefe de las organizaciones militares y policiales, es el primer responsable. Un problema y un error que tendrán secuelas.

 

 

 

La verborrea presidencial fue una mezcla de la fraseología harto conocida y fastidiosa contra el imperio, la burguesía nacional e internacional, la derecha oligarca y apátrida, la guerra económica como culpable de la catástrofe de la Venezuela que Maduro y compañía hacen esfuerzo para ocultar; halagos a la Constituyente que sólo él, sus empleados y muy pocos en el mundo reconocen; burlas a la Asamblea Nacional que -por mucho que pueda criticársele- la ciudadanía y mayoría internacional estiman legitima. Y el único recurso que el Presidente parece entender es empeñarse en los errores y amenazar a los sectores no estrictamente maduristas, sumisos y leales, con esta vergüenza que humilla y ultraja lo más profundo del gentilicio venezolano.

 

 

 

Presentó un embaucador balance ante su plenipotenciaria cubano-constituyente. En sus palabras, presumió de inverosímiles resultados económicos y auguró a los muertos de hambre, víctimas de la corrupción y del raterismo delincuente, un año 2018 de satisfacción y bonanza colectiva.

 

 

 

Lo que el Presidente leyó fue una sarta de populistas pomposidades politiqueras y vaciedades, sumadas a las intimidaciones contra la empresa privada y la reiteración del pernicioso control que trata de mantener obsesivo a pesar del estruendoso fracaso. No dio la menor esperanza de que la situación del país este año mejore, sino por el contrario, la certeza de que empeorará.

 

 

 

Mientras leía su extensa perorata rodeado de una Caracas abrumada, a media luz, atiborrada de basura, sometida a la inflación desmedida, con hambre, sin empleo ni medicina y un largo e incluso sangriento etcétera, al Presidente se le creaba a tiros y bazukazos una nueva y comprometida dificultad. Su Gobierno proporcionaba manso y sin querer a la opinión y justicia nacional e internacional, pruebas grabadas y ampliamente difundidas por el mundo de excesos, violencia y sangre sin justificación.

 

 

 

La rendición de cuentos fue mucho más que otra decepción de horas de aburrimiento. Fue un llamado a la desinversión, al aumento desaforado, a frenar cualquier iniciativa, aislar aún más al país. Lo conveniente para la ciudadanía y el propio régimen hubiera sido, por ejemplo, que el Presidente se hubiera quedado temporalmente afónico, producto de una ronquera gripal y con ayuda de la devota Constituyente suspender este tipo de letal pérdida de tiempo.

 

 

 

Fue una prolongada alocución que penduleó entre vacíos halagadores y empalagosos para su entorno presidencial y amenazas enfurecidas contra empresarios, industriales y comerciantes. A la Iglesia Católica le dedicó especial atención y con encono catalogó de diablos con sotana a algunos de sus integrantes, y hasta pidió investigar a los obispos que osaron criticarlo. También tuvo sus momentos para los países del primero y otros mundos, y, por supuesto, no podía faltar la mención rencorosa de los diabólicos medios de comunicación.

 

 

 

Maduro utilizó horas valiosas en radio y televisión para no decir nada que sembrara la más mínima posibilidad para la expectativa, confianza y esperanza, dejando con claridad meridiana lo que se nos viene encima es peor de lo que ya estamos sobrellevando. Un discurso que antes de concluir ya estaba haciendo saltar al dólar, los precios que no pueden ser vigilados por los abusadores fiscales, y a todos los que observamos y escuchamos atónitos e incrédulos, esparciendo más indignación y decepción entre los venezolanos.

 

 

 

Por momentos la atención, se centró en otros temas, lo que concedería una tregua a la desacreditada mud que, junto con crueles y cínicos, buscan con desespero el acuerdo de una ruta improbable hacia elecciones transparentes, además de su perseverancia porfiada en negociar un modus vivendi para coexistir con la dictadura castrista. Eso podría de algún modo explicar el ensordecedor silencio y apatía a los miles de contrariedades que padece el ciudadano. Hay que “comprenderlos”, su prioridad es restablecer los vergonzosos diálogos y la religiosidad de su misión en República Dominicana. Hablar mucho para que nada quede.

 

 

 

Venezuela no merece el siniestro presente que vive y soporta, mucho menos el futuro que se vislumbra. Pero es lo único que nos ha dejado esta revolución de la equivocación perenne. Es lo que tenemos, incluyendo cierta oposición disgregada, deslegitimada, errática y sin ideas.

 

 

Pero al mismo tiempo mantenemos la esperanza en nuestra gente. Los venezolanos somos un pueblo noble, manipulado y confundido, ciertamente, pero, aunque todo parezca perdido, no lo está, hay demasiada decencia, las mejores buenas costumbres ciudadanas, un altísimo sentido del honor y la dignidad, grandes en coraje y valentía e insuperables en principios éticos morales.

 

 

¡Somos un gran país, un gran pueblo, nunca lo olvidemos!

 

 

@ArmandoMartini