David Landes termina su libro “La riqueza y la pobreza de las naciones” con este párrafo: “Los milagros no existen. La perfección no existe. El milenio no existe. El apocalipsis no existe. Debemos practicar una fe escéptica, evitar el dogma, oír y observar con atención, tratar de clarificar y definir los fines, que es el mejor camino para poder elegir los medios”. La frase es oportuna porque el autor alude a un conjunto de errores y aciertos que hacen la diferencia entre perder o ganar, entre tener la oportunidad de participar de prosperidad social o por el contrario, compartir los estragos de la inflación, la escasez y el desempleo. Entre construir progreso o ser partícipes del atraso. Lamentablemente ese es el dilema que no estamos resolviendo apropiadamente.

No existen los milagros. Todo tiene un costo, y tarde o temprano se paga. El socialismo del siglo XXI ha consumido una riqueza inimaginable, producto de la renta petrolera, y sin embargo el país sigue allí, extático, sin grandes obras, sin un cambio estructural de sus condiciones sociales. La pobreza transcurre entre los altibajos económicos, y los venezolanos están padeciendo la gangrena de las condiciones más adversas del continente. La perfección y el hombre nuevo tampoco existen. Lo que hay son incentivos para hacer las cosas bien o mal y ya sabemos que los controles son los estímulos para la corrupción, el negociado y la malversación. Más de un negocio ha beneficiado a la boliburguesía sin que quede memoria o reseña de las obras que se prometieron. ¿Queremos seguir en eso?

El progreso está asociado a la competencia y no a los controles. Más empresas generan mayor productividad y más oportunidades para todos. Más controles provocan esta situación en la que se trenzan el alto costo de la vida con las dificultades para conseguir productos. ¿Qué queremos? ¿Salud de calidad o el colapso hospitalario que está ocurriendo? ¿Queremos las escuelas arruinadas que tenemos hoy o educación primaria de calidad para todos? Esas son las preguntas que debemos responder sin seguir esperando por promesas que nunca se honran.

Hay dos vías. Landes confirma lo que ya todos sabemos. El socialismo es la garantía del fracaso social. En ningún sitio o época ha tenido éxito alguno. Sin embargo aquí se continúa por esa senda, y ya estamos experimentando el amargo sabor del fracaso, y de la desigualdad entre una nomenclatura de burócratas que lo tienen todo y el resto que pasa la dentera. La otra vía no es perfecta pero produce más oportunidades: la senda del respeto a los derechos, el respeto por los derechos de propiedad, el incentivo al trabajo productivo, y la presencia de un gobierno decente y limitado, ocupado en lo que le corresponde y nada más. En nuestras manos está el seguir perdiendo o en darnos una oportunidad para la ganancia social.

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Por Víctor Maldonado C.