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Pelo malo

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Pelo malo

Todos me felicitaban porque la Concha de Oro, el galardón a que cualquier cineasta aspira, se lo había llevado una película de nuestro país, Pelo malo, dirigida por Mariana Rondón. No puedo negar el orgullo patriótico y, si se me permite, larense. Leer en la prensa española que la artista es barquisimetana fue muy sabroso.

 

Mariana Rondón dirigió Postales de Leningrado, triunfadora en Biarritz y, hace dos años, si la memoria no me falla, fue la productora en El chico que miente, cinta admitida en la Berlinale, el exigente festival de la capital alemana. Qué emocionante ver carteles alusivos a esa película en las calles de Berlín. La calidad del trabajo de Rondón, a quien lamentablemente no conozco personalmente, ha proyectado a Venezuela, brindado satisfacciones a los venezolanos y ofrecido un producto cultural digno a nuestro público.

 

La película no habla de política, pero es una invitación al diálogo en un país signado por la división, una protesta ante la intolerancia que se da silvestre cuando la sociedad se polariza en extremo. «Pensar distinto a otros, ser diferente, no es un problema; al contrario, es lo más hermoso que tiene el ser humano», ha dicho Rondón.  No le gusta la polarización en Venezuela, le preocupa la radicalización: «Hemos perdido los sitios de encuentro». Responsabilizó al difunto, pues «nos sentenció a esta guerra, y Maduro sigue el mismo camino». Una opinión que muchos venezolanos comparten y otros no, como corresponde a nuestra polarización.

 

La reacción oficial y oficiosa no se hizo esperar. Mostrar el apoyo dado a las producciones de Rondón como una evidencia de amplitud habría sido una forma sagaz de contradecirla, pero se prefirió, cosas del reflejo condicionado, bombardear con insultos y descalificaciones.

 

La cineasta es traidora, ingrata, mezquina. Como ha recibido financiamiento público para su trabajo, no tiene derecho a opinar con independencia. Y el Gobierno ofreció un primer plano de su intolerancia probando la verdad de Rondón.

 

Aunque ellos lo juren, se equivocan. La plata de Cnac y la Villa del Cine, como la de las misiones y, en general, la del Estado, no es de quienes la administran, sino de todos los venezolanos. De todos, como es Venezuela.

 

Por Ramón Guillermo Aveledo

 

 

 

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