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Pasivos y Activos Políticos

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Pasivos y Activos Políticos

La política no acepta el ceteris paribus. Por esa razón tan obvia no es posible concebirla como la dulce espera de las mejores condiciones posibles, invocando un detente que nadie está dispuesto a conceder. La realidad es otra. Todo va cambiando, a veces a favor y otras veces en contra, y Maquiavelo reconocía en el buen político ese olfato que le hacía aprovecharse de los giros de la fortuna. Como la política es la continuación de la guerra por otros medios –al revés también sirve- lo que realmente ocurre es que todo el mundo está atento a las debilidades recíprocas para aprovecharse. Es un juego suma cero.

 

Por eso es que no es posible analizar la realidad de hoy con los anteojos que se tenían antes del 12 de febrero. Cinco meses después la alternativa democrática luce deslucida en términos de su unidad, e incapaz de afrontar con serenidad ese resquebrajamiento emocional que todo lo calla pero que de la misma forma todo lo dice. Ahora tenemos que lidiar con más presos políticos y más conspicuos, que se suman a los que Nicolás heredó de la mezquindad de su predecesor. Las tragedias personales y políticas de Leopoldo López, Enzo Scarano, Daniel Ceballos y los estudiantes, que no consiguen salir de ese laberinto de encierros, incomunicación e injusticias, no se pueden ignorar como si no esos dramas no se estuvieran viviendo y como si esas tragedias no tuvieran el común denominador de ser el resultado de intentar hacer política fundados en el derecho que todo ser humano tiene a disentir. No se puede seguir con la agenda políticas sin entender que, nos guste o no, esos encierros son ahora parte de la lucha.

 

Obviamente hubo un error de cálculo sobre los montos de represión que iba a ser capaz de usar el gobierno para enfrentar las manifestaciones. También de los espacios de autonomía que se pretendían del poder judicial. Y del uso del terror paramilitar para asolar las calles. La realidad ha cambiado lo suficiente como para tener que trazar de nuevo el mapa estratégico, y con humildad reconocerse en el reclamo y los interrogantes de parte de la sociedad civil que exige reacomodos, explicaciones y nuevas iniciativas. Ese es otro pasivo muy importante. La dirigencia política no está legitimada. No se parece a este julio tormentoso, y hay que reconocer que ya lucía opaca en febrero. Los mandatos políticos están vencidos. Algunos son gobernadores y alcaldes o diputados. Pero la nueva realidad política no puede ser asumida como si no hubiésemos vivido estos ciento cincuenta días de turbulencia. No se puede negar el arraigo de calle que tiene Voluntad Popular, o la capacidad de adquisición de PJ, o los esfuerzos de transformación de COPEI, y el liderazgo personal de María Corina Machado. No tiene ningún sentido que alguien pretenda tener un “borrador político” –como los del pizarrón- o que termine siendo un “encuestólogo” cualquiera el que diga quien sí y quién no. La unidad tiene que ser un signo visible y cotidiano. Tiene que ser un discurso y una práctica constantes, sin evadir el debate y sin demonizar todas las opciones de lucha política que están a la mano para combatir lo que a todas luces es una dictadura.

 

El régimen es una dictadura militar con ideología radical. Quien sea el vocero es lo de menos. Pero esa dictadura tiene todavía las amarras de un cronograma constitucional que debe cumplir, para guardar las escasas apariencias, y para no echarse encima esa avalancha de dudas que gravitan en las cabezas de los que gobiernan el vecindario. Por eso el juego es psicopático. Porque aun sabiendo que ellos están muy lejos de cumplir las condiciones mínimas de una competencia en igualdad de condiciones –lo dijo Giordani- también es cierto que es inimaginable un desplante electoral de su parte. Se lidia con las dictaduras asumiendo la complejidad y sorteando la tentación de las simplezas.

 

El otro activo es la economía. Nadie quiere ser parte de un fracaso tan descomunal, sobre todo luego de quince años donde no tienen ni siquiera reservas de excusas. La negación sistemática de la prosperidad y los excesos de violencia y criminalidad son una mezcla inmejorable para elaborar un discurso que cohesione a esta mayoría que ahora solo tiene como factor común la insatisfacción. Hay que asumir la complejidad del momento, y por eso tal vez sea fútil creer que los argumentos pueden presentarse secuencialmente. Los que así lo están intentando deberían recordar que cualquier invocación al ceteris paribus solo puede ser visto como el peligroso intento de interrogar a la fatalidad.

 

victormaldonadoc@gmail.com

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