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Paradigmas y dólares robados, Nicolás

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Paradigmas y dólares robados, Nicolás

El jamón serrano no es recomendable para hacer sándwiches de pan cuadrado y mucho menos si se van a llevar a la playa. No facilita la mordida y es probable que se quede con las dos rebanadas del pan en las manos y el jamón apretado por los dientes, casi como Tarzán hacía con el cuchillo. Comprar jamón cocido o serrano no era cuestión de dinero sino de gustos. Uno y otro costaban más o menos lo mismo. Ambos eran importados, uno venía en una lata y otro en una malla; oloroso y apetecible.

 

 

Antes de que Rafael Caldera prometiera el cambio y de que los adecos resolvieran a trompadas estatutarias su última división ideológica, Venezuela vivía sin hambre, sin inflación y sin escasez. Era un país en vías de desarrollo, pleno de esperanzas y de oportunidades, que recibía con los brazos abiertos a los inmigrantes y suponía que en dos o tres décadas alcanzaría el desarrollo. Veía con cierta conmiseración a la España atrasada de Franco y del cocido gallego, y no menos a Italia y a Portugal con su caldo verde. Corea del Sur ni figuraba en el firmamento cotidiano y Japón era el proveedor de juguetes de hojalata y de motos de Yamaha y Suzuki, nada de camionetotas Toyota ni de televisores Sony ni Betamax. Hasta ahí.

 

 

Con el cambio que trajo Caldera y el retroceso democrático del MEP, quizás porque el viejo Luis Beltrán Prieto Figueroa descubrió temprano que sus aspiraciones presidenciales no tenían opción a través del voto, hubo un mareo en las fuerzas democráticas. En lugar de avanzar hacia la libertad después de haber derrotado política y militarmente la insurrección sustentada y alentada por La Habana, Copei, el partido de la derecha, empezó un proceso de identificación con el marxismo cristiano, ese oxímoron, la promoción popular y la doctrina social de la Iglesia más vinculada al supuesto comunismo de Cristo que a las corrientes de la democracia cristiana que habían hecho de Alemania un país desarrollado sin sacrificar la libertad. Los adecos que le perdieron el gusto a la lectura y al debate de ideas también tuvieron un retroceso disfrazado de pragmatismo y volvieron a entusiasmarse con la idea de nacionalizar la industria petrolera, como lo habían hecho para desgracia de los mexicanos entusiasmados por Lázaro Cárdenas y el PRI.

 

 

 

Creyendo que ellos sí lo iban a hacer bien, adecos y copeyanos le dieron la primera puñalada mortal a la gallina de los huevos de oro al aprobar, para entusiasmo de la opinión pública, la ley que adelantaba la reversión de las concesiones petroleras. Obvio, las petroleras respondieron con la disminución de las inversiones y una caída creciente de la producción. Menos ingresos.

 

 

 

El cascarón y la cartera se empezaban a vaciar, pero los socios petroleros del Medio Oriente se alborotaron intempestivamente y los precios subieron escandalosamente, llegaron a 40 dólares el barril. La mina recuperó su valor. Carlos Andrés Pérez, que había prometido democracia con energía, se entusiasmó con la triplicación de la renta y empieza a nacionalizar, pero no con el tunante exprópiese del teniente coronel que se entregó con alma y bagaje a Fidel Castro, sino con un poco más de raciocinio. Logró rescatar una industria petrolera que desfallecía, pero no la puso en manos de los venezolanos sino del Estado. Ahora, cuando el Estado es la familia Chávez, Cabello, Rangel, Ameliach, Bernal, Varela, Rodríguez, Flores e Istúriz, que con todo y lumpia tiene bien llenas las alforjas, sabemos lo que significa y cuán grande fue la equivocación.

 

 

La diferencia entre el general Rafael Alfonzo Ravard y Rafael Ramírez Carreño no es la mucha honradez de uno y la total carencia de virtudes del otro; tampoco la voz de pazguato del grandulón, sino que Alfonzo Ravard levantó una empresa que fue modelo y Ramírez Carreño la destruyó y la saqueó tanto que ahora sus sucesores solo la usan para lavar. Pdvsa es una vergüenza nacional, no solo no puede pagarles un salario digno a sus empleados que ya conocen qué es acostarse sin cenar y sin tener el desayuno asegurado, sino que adeuda hasta el papel de estraza que usan en el baño a falta de algo más amable e higiénico.

 

 

Ya no hay sándwiches de jamón serrano ni arepas de queso amarillo –yellow cheese, como enseñan en los cursos de proficiencies in English del Minci–, tampoco antibióticos, crema dental, jabón de baño ni queso llanero, mucho menos playa ni paseos a Galipán y la Gran Sabana. El país se nos hizo ajeno, inasequible. Los venezolanos son los nuevos parias de la tierra. Lo mejor que le pudo pasar al país no es que sus profesionales universitarios laven baños y sean vendedores ambulantes de empanadas y tequeños en otras tierras, sino que los pocos que se queden saquen a flote el país y más nunca se dejen cautivar por encantadores de serpientes, cambios de paradigma o ideologías trasnochadas. Vendo anillo para colgar jamón curado, masa madre de pan campesino y unas lonchas de queso manchego hecho en Villa de Cura, mientras llega el nuevo amanecer con sus empanaditas de cazón y un buen trozo de bienmesabe.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

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