Palabras para un inocente
octubre 3, 2016 1:08 pm

 

Al profesor Juan Carrillo del Emil Friedman le dieron libertad plena, ratificada por la corte de apelaciones. Había sido injustamente acusado de violación de un menor. La prueba de ADN practicada al semen fue negativa. Pero, cosas de este país de abusos, el profesor Carrillo, sin investigación previa, fue apresado. Puedo entender la ira del padre del niño violado. Tiene que ser espantoso pasar por esa situación, como para enloquecer a cualquiera. Pero el profesor Carrillo era inocente. Y a pesar de ser inocente, pasó por la terrible experiencia de estar en el Sebin, sentado en una silla con las esposas puestas, día y noche. Alguien me comentó que era la manera de “protegerlo” de que lo llevaran a una cárcel común donde lo hubieran linchado por violador. Y es que hasta los reos tienen su código de “honor”.Conozco varias personas cuyos hijos estudian o se graduaron en el Emil Friedman y todos me hablaron maravillas del Profesor Carrillo. Todos quedaron impactados por la noticia que conmocionó a la comunidad escolar completa, pero coincidieron en la creencia de que el profesor era inocente.

 

 

 

Palabras aparte merece la esposa del profesor, quien con una entereza moral y una fuerza increíble se puso del lado de su marido. “Yo lo conozco”, dijo, “sé que es inocente”. Esa seguridad la acompañó en todo momento. E hizo lo posible para demostrar su inocencia hasta que lo logró. También fue bastión para sus hijas. Inenarrable el calvario por el que transitó esa familia.

 

 

El hecho es que esta terrible historia de un inocente que fue sometido al escarnio público me recordó una que leí hace años, sobre un hombre que acusó injustamente a otro, que fue hecho preso, perdió todos sus bienes y su familia fue repudiada. Demostrada su inocencia, el acusador fue a visitar a un hombre sabio y le preguntó que cómo podría remediar la injusticia que había cometido. El sabio le dijo que tomara una almohada de plumas, las fuera lanzando por todo el pueblo y luego volviera. El hombre se fue, satisfecho de pensar que eso de lanzar las plumas era una penitencia muy fácil para lo que había hecho. Volvió donde el sabio y le contó que tal como él le había dicho, había esparcido las plumas por todas partes. El sabio le respondió: “Ésa era sólo la primera parte. Ahora tienes que volver a las mismas calles e ir recogiendo las plumas una por una, hasta que vuelvas a tener la almohada llena”. El hombre, anonadado, le dijo que eso era imposible. “Trata y luego vuelves”, fue la respuesta del sabio.

 

 

El hombre empezó a caminar por las calles recogiendo las plumas, pero no logró llenar ni la tercera parte de la almohada. Acongojado, volvió donde el sabio, quien sentenció: “Así como no pudiste recoger las plumas que esparciste porque se las llevó el viento, así mismo las calumnias que lanzaste contra un inocente volaron de boca en boca. Él jamás podrá recuperar la fama ni la reputación que tú le arrebataste. Lo único que puedes hacer es pedirle perdón y decir la verdad, para reparar en alguna medida el daño que le has causado”.

 

 

La historia termina con una reflexión: “Ésta es una lección que vale para todos. Es imposible recoger las plumas esparcidas por el viento. También es imposible recoger los males causados por el viento de la calumnia. Es imposible resarcir los daños causados por las murmuraciones y chismes. Lo mismo pasa con la lengua: es un miembro pequeño pero capaz de grandes cosas. ¿No ves cómo un pequeño fuego puede hace arder un gran bosque?”

 

 

Escribo estas líneas para ayudar a restablecer la imagen de un hombre bueno e inocente. Mis respetos, Profesor Carrillo.

 

 

@cjaimesb