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Pablo VI

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“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, dice Pablo VI en esa carta magnífica que inspiró a millones a comprender que la indiferencia es imposible
En el compromiso social de los católicos de mi generación mucho tuvo que ver Giovanni Batista Montini, Pablo VI, recientemente proclamado beato en ceremonia solemne en la Plaza de San Pedro por Francisco. En verdad, la dimensión social de su trabajo sacerdotal tiene raíces profundas y empezó mucho antes, a mediados de la década de 1920, como asesor de los universitarios romanos, y poco después de la Federación de Universitarios Católicos Italianos, desde la cual debió enfrentar los intentos de control total del fascismo.

 

La Fuci fue levadura de la resistencia y la liberación nacional, y pieza clave de la reconstrucción democrática. Treinta y cinco de los constituyentes que fundaron la república en 1946 provenían de sus filas. El gobierno fascista hizo de todo hasta que sacó a aquel padrecito tenaz, de aquella posición, pero no pudo doblegarlo ni diluir los efectos de su magisterio. La misma sensibilidad pudo mostrar en las misiones humanitarias que durante la guerra le confió Pío XII, y en el Arzobispado de Milán. Juan XXIII lo hizo cardenal y justo ocupó la silla de Pedro, entre los dos papas elevados a la santidad hace poco, con el brevísimo interregno de 33 días del prometedor Albino Luciani, Juan Pablo I, equilibrio entre la mansedumbre y la fortaleza.

 

Culminó el Concilio iniciado por su antecesor y lo puso en ejecución. De su magisterio pontificio, la primera encíclica es Ecclesiam Suam, acerca de los caminos actuales de la Iglesia para cumplir su misión. Después vinieron documentos relativos a cuestiones dogmáticas, doctrinales y litúrgicas, y la que sin duda es la gran carta de su pontificado, Populorum Progressio, acerca de la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. El desarrollo integral, de todo el hombre y de todos los hombres.

 

“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, dice Pablo VI en esa carta magnífica que inspiró a millones a comprender que la indiferencia es imposible. Que ser cristiano implica exigencias de hacer y que la política es para el apostolado y el servicio. “Hay que darse prisa -dice-. Pero la labor ha de ser progresiva, sin romper el equilibrio indispensable”. Porque la revolución “engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas”. Y “no se puede combatir un mal real, al precio de un mal mayor”.

 

Ramòn Guillermo Aveledo

rgaveledounidad@gmail.com

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