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Oscuridad en la tierra del sol amada

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Oscuridad en la tierra del sol amada

El jueves pasado el gobernador del Estado Zulia, Francisco Arias Cárdenas, anunció a los consumidores de la entidad que había finalizado la “crisis del pan” porque acababan de llegar 600 toneladas de trigo de Colombia, y horas después, aseguraba que los zulianos tendrían una navidad “plena de alegría y felicidad”, sin duda porque se firmaron acuerdos con productores del vecino país para que nos enviaran carne de res, cochino, pollo y condimentos indispensables para las hallacas y el pan de jamón que hacen tradición en la mesa de los venezolanos durante las fiestas navideñas.

 

Cito el caso del Zulia, y su pintoresco gobernador, porque se trata de la carestía llevada al extremo en una región que por siglos suplió sus propias necesidades alimenticias, y las de los estados vecinos, según de fértiles son sus tierras y eficientes sus campesinos y agricultores que ya llamaban la atención de viajeros en los tiempos de la colonia.

 

Hoy Maracaibo, y el resto de las ciudades zulianas, son comunidades asoladas por el desabastecimiento, donde ni carne, ni leche, ni quesos, ni arroz, ni azúcar, ni aceite, ni plátanos, ni frutas son bienes al alcance de quienes pretendan, aunque sean por instantes, alimentarse, mientras disfrutan de los sencillos placeres de la vida.

 

Pero tanto, o más aterrador que el desabastecimiento, es la aparición en Maracaibo y otras ciudades zulianas, de una nueva forma de ilicitud, que los maracuchos, con su siempre invaluable capacidad para exprimir las bondades expresivas del idioma, llaman “Bachaqueros”, y que consiste en bandas de afuereños que vienen del interior (sobre todo de La Goajira), se apostan frente a los abastos, mercados y supermercados, y compran los productos tan pronto aparecen, para después revenderlos en las fronteras, o en los campos, donde pueden redituarles hasta el 100 o el 200 ciento.

 

De modo que, aparte de la delincuencia habitual que ya es famosa en el Zulia y el país (secuestros, sicariato, atracos, asaltos y robos sin marca, hora, ni contén), los zulianos bregan hoy contra esta nueva forma de “informalidad” que no es exactamente una “ilegalidad”, porque pasa sin sanción en cualquier sistema económico (sea capitalista, o socialista salvaje como el que nos legó Chávez), donde sacar ventajas con la ignorancia, inocencia o mala intención de los otros, es perfectamente lícito y hasta estimable.

 

La gran pregunta es: ¿Siempre fue así en el Zulia, y en todas las épocas anduvieron sus habitantes a salto de mata para procurarse un kilo de carne, un pollo, un litro de leche, quesos, aceite, plátanos, y verduras y frutas para fraguar una de las cocinas más saborizadas, abundantes y nutritivas del país?

 

No, definitivamente nunca fue así, sobre todo después que en las primeras décadas del siglo XX emergió la riqueza petrolera, y al emporio minero, se unió el emporio agrícola que permitía a sus habitantes disponer de todo -y más- de lo que necesitaban para vivir.

 

¿Cuándo comenzó, entonces, el calvario de una tierra zuliana en decadencia por la caída en picada de su producción petrolera y la destrucción de su agroganadería?

 

Pues exactamente en el 2002, cuando “Chávez y su revolución socialista” golpearon de muerte a la industria de los hidrocarburos despidiendo por razones políticas a 25 mil de sus trabadores más eficientes (que en su mayoría eran zulianos) y la pusieron en manos de unos burócratas improvisados, voluntaristas e ignorantes, que, aparte de ideologizados, han resultado unos corruptos que están a punto de hacerla desaparecer.

 

Vino después el arrase de las operadoras y contratistas, tantas como 80 pequeñas y medianas empresas privadas que le prestaban servicios a PDVSA, que al ser estatizadas, también devinieron en chatarra líquida porque de sus bienes y activos no quedan ni borrones.

 

La guinda del desastre no llegaría, sin embargo, sino en diciembre del 2010, cuando el comandante-presidente decidido a romperle el espinazo al capitalismo en el campo, dio orden de tomar para la revolución y los campesinos “sin tierras” a las fértiles y productivas tierras del Sur del Lago y unos 300 fundos de todas dimensiones y clases fueron confiscados y entregadas a bandas de revolucionarios que, desde luego, ya los tienen convertidos en rastrojos.

 

Hace tres años el presidente de Cuba, Raúl Castro, se lamentaba de cómo el 80 por ciento de las tierras cultivables de la isla -que pasaron durante siglos por ser las más fértiles del Caribe y Centroamérica-, habían devenido en malanga (rastrojos) en 50 años de socialismo, y la cita es muy pertinente ahora cuando una vuelta por las tierras del Sur de Lago es un viaje por fundos, fincas y haciendas abandonadas.

 

Raúl Castro también contó poco después una “parábola”, que deberían recitarla y recordarla todos los revolucionarios que, de buena fe, se prestan a la destrucción de Venezuela:

 

“A finales de los 70” dijo “llegaron a Cuba, después de su guerra de liberación contra el imperialismo, una delegación de técnicos y campesinos vietnamitas para que los enseñáramos a sembrar y producir café. Y los ensañamos. Pues bien, hoy Vietnam es uno de los grandes productores y exportadores de café del mundo, y nosotros tenemos que importarlo donde nos lo vendan”.

 

Pruebas aportadas por uno de los responsables de que Cuba tenga que importar hoy lo poco que consume, pero que, sin embargo, encontró unos alumnos o discípulos en Venezuela que están haciendo exactamente lo mismo con industrias que encontraron ricas o medio ricas, y tierras que encontraron productivas, o medio productivas y hoy son simple “malanga” o rastrojos.

 

Drama que se vive intensamente, pero que cuesta ver en la tierra del sol amada porque “el socialismo” también les ha quitado la luz, o racionado, o menoscabado, según son los apagones y cortes que azotan a uno de los espacios más brillantes del globo porque Dios y la naturaleza decidieron que su luz y sus riquezas no se apagaran nunca y alumbraran para todos.

 

Pero es lo que sucede en toda Venezuela, y se me he detenido en relatar la tragedia del Zulia y su gente, es porque emblematiza a la de todo el país, una tierra donde el oro del siglo XX, el petróleo, y la prosperidad agroganadera se juntaron para que sus habitantes nunca encontraran razones para emigrar ni dentro, ni fuera de su patria, y ahora hacen filas en embajadas de Panamá, Estados Unidos y Canadá para buscar la luz que han perdido.

 

Petróleo, agricultura y ganadería, tres fuentes de riqueza que prosperaban y se retroalimentaban, pero que en la medida que el socialismo castrista-chavista-madurista las destruyó, se quedó sin tierras para producir alimentos, y sin petrodólares para importarlos.

 

En otras palabras: que llegamos al llegadero, a la hora de las chiquiticas, al desmadre, en que Maduro y compañía o corren o se encaraman, en que desmontan al fracasado, ruinoso y catastrófico socialismo castrista, chavista y madurista o el pueblo los desmonta a ellos.

 

Por Manuel Malaver

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