Nuestra esperanza es la gente
octubre 1, 2019 7:13 am

 

 

No puede ser casualidad que, muchos presos políticos cuando son liberados adoptan discursos cargados de perdón, disposición al diálogo y negación de la lucha. Cada vez que eso ocurre uno advierte que detrás de tanta disposición a pactar hay un guion perverso y los efectos nefastos de maltratos indebidos e injustificables. En todo caso hay abundante literatura sobre los impactos que el encierro produce en la psique de los afectados, sin mencionar el uso de diferentes formas de tortura que persiguen quebrar a sus víctimas. Epicteto lo dijo con la sobriedad propia de los estoicos: “La cárcel es forzar a alguien en contra de su voluntad”, e investigaciones recientes muestran cómo se logra cierta docilidad que hay que sanar mediante el apoyo terapéutico apropiado.

 

 

Los regímenes totalitarios tienen muchos objetivos asociados a la represión y la persecución política. El más generalizado y difuso es la propagación del miedo y la presentación del régimen como invencible y capaz de cualquier cosa. De eso se trata el atributo del uso de la fuerza sin contemplaciones. Los efectos que persiguen en el caso de los encierros políticos son siempre el cambio de unas convicciones por otras, o si es el caso, el reforzar una que ya venía incubándose, desechando mediante el maltrato, la amenaza y el descoyuntamiento de la personalidad cualquier otra disposición. Por eso precisamente se habla de quiebre, y de la necesidad de que haya un acompañamiento psicológico para superar el trauma y pasado el tiempo volver a una condición más normal.

 

 

Lo que no tiene sentido para un país urgido de claridad y buenas decisiones es que sea dirigido por víctimas que todavía no se han dado el tiempo para recuperarse de los efectos psíquicos del encierro. Lo digo con toda la consideración posible por los que han pasado por esa terrible circunstancia, pero también pensando en los mejores intereses del país que mira atónito cómo su suerte está en manos de quienes no se han permitido el derecho de ordenar sus ideas y sentimientos. Un líder responsable lo haría. Se permitiría un tiempo para reponerse, y luego, si es el caso, continuaría su lucha política.

 

 

Porque experimentar una situación tan atroz hace que se pierda algo de lucidez y fortaleza. En días recientes fue liberado el diputado y vicepresidente de la Asamblea Nacional, Edgar Zambrano, luego de varios meses de reclusión indebida. Al salir reforzó un discurso asociado a la colaboración abierta con el régimen, la insistencia en diálogos y negociaciones, y a la definición política de lo que él entiende como tolerancia. En un tuit del 28 de septiembre del 2019 dijo: “La tolerancia nos hace más ciudadanos. Leer nos conduce a la cultura general. Aprender a escuchar nos lleva hacia lo racional. Decir lo que otro quiere oír por cobardía, es renunciar a todo principio de honestidad con la moral y la ética”. El mismo día escribió otro: “Esperemos que lleguen los salvadores de la patria por cualquier vía, con tal de no hacer nada por nuestros propios medios. Al parecer es más fácil construir la oferta engañosa de carácter continuada”.  Al día siguiente continuó con este: “El riesgo calculado, en política termina siendo una oferta engañosa, una falacia. Hablarle con la verdad al país en los actuales episodios, es responsabilidad ética y política”. Minutos después lanzó otro mensaje: “Lo que se dice en secreto, por temor a redes, forma parte del grave problema de forma y fondo estratégico opositor. Cuando se pierda el miedo, a laboratorios direccionados, hacerle daño a oposición, dejaremos de esperar que otros vengan a resolver el nudo del conflicto nacional”. Y el ciclo lo cerró con este mensaje: “Posibilismo, inmediatismo, y facilísimo, no dejan nada favorable a crisis Venezolana. La historia cuenta de países que aún están sentados esperando solución providencial a sus problemas. Si alejamos la política, cancelamos soluciones de una sociedad que las requiere con urgencia”.

 

 

La línea argumental del dirigente político es esta: Ser tolerantes es seguir negociando con el régimen en un ciclo de diálogos que nos permitan resolver nuestros problemas sin injerencia alguna. Eso hay que decirlo públicamente, porque es la única posibilidad realista, y si por eso hay que asumir el costo de opinión pública y pérdida de respaldo, se deberá a que hablar con la verdad parte de la responsabilidad ética y política de los líderes. Cualquier otra cosa es una oferta engañosa.

 

 

Al respecto me gustaría presentar una contrargumentación al planteamiento del diputado adeco.

 

 

La tolerancia no es coquetear con el mal. Tampoco es un ejercicio constante de capitulación frente a un régimen tan perverso que es capaz de perseguir a los disidentes y violentar derechos de los ciudadanos. El que así lo crea está renunciando a una larga tradición de reflexión ética y política que ha llegado a la conclusión de que no es debido tolerar al intolerante. Alain Touraine propone incluso que “contra un poder absoluto se debe oponer una libertad absoluta que va más allá de la tolerancia”. Lo que plantea el diputado adeco no es tolerancia sino condescendencia con aquel que tiene posibilidad de violentar y maltratar. El aceptar como buenas las reglas del que practica y ejerce la fuerza pura y dura no nos hace más ciudadanos sino más siervos y absolutamente refuerza nuestra condición de víctimas, forzadas además a comprar como bueno el eufemismo de que solo así se es buen ciudadano. La definición del diputado Zambrano me recuerda el tétrico mensaje que lucía a la puerta de los campos de concentración nazis:  Arbeit macht frei, una frase alemana cuya traducción al español es “el trabajo libera”.

 

La realidad del país muestra el talante del régimen. Más allá de cualquier lectura (quien sabe a cuales autores fue expuesto en sus meses de encierro) no es preciso argumentar demasiado para llegar a la conclusión del enemigo que afrontamos. Claro está que al respecto se puede argüir que el socialismo del siglo XXI no es el mal ni ejerce el poder con criterios totalitarios. De hecho, esa es la premisa que los ha llevado a conversar y a aparearse durante más de veinte años con un régimen que nadie pasa por democrático ni por respetuoso de la dignidad de las personas. Por eso mismo mejor que debatir puntos de vista es atenernos a los resultados que muestran un país victimizado, violentado, saqueado, arruinado y despojado de sus derechos. Porque el mal se mide precisamente por las consecuencias que provoca en la vida de la gente. Y resulta poco más que ofensivo el que venga alguien enarbolando una falsa parusía para refrendar la agenda del socialismo del siglo XXI. Pero el diputado sigue en su críptico mensaje: “Aprender a escuchar nos lleva hacia lo racional”. Bueno sería que escuchara el clamor de un país que ya no tiene paciencia o que se expusiera al debate con quienes creemos que por la vía de las negociaciones nada se va a lograr. Pero por lo visto, lee y escucha los planteamientos del régimen castigador y funesto. Lee y escucha a los que le susurran en sus oídos que puede pasar a la historia si logra lubricar la senda del acuerdo. Lo mismo pensarían en su momento Pierre Laval o Philippe Pétain. No es que no suene bien presentarse como el que escucha, lee y dialoga, solo que en este caso estamos hablando de falta de lucidez al querer “razonar con un tigre cuando se tiene la cabeza en su boca”. Pero sigue la elucubración falsamente filosófica del diputado adeco afirmando que “decir lo que otro quiere oír por cobardía, es renunciar a todo principio de honestidad con la moral y la ética”. ¿Se referirá a sus pares del régimen? ¿O acaso está diciendo que hay una dirigencia cobarde que teme decirle al país que la negociación ya está sellada y que solo queda el anuncio formal luego de toda esa coreografía parlamentaria y uno que otro escarceo político para intentar mostrar que son dos partes y no una sola?

 

 

En política se habla de disposiciones, capacidades y creación de posibilidades. Hay una falacia intrínseca en el discurso del diputado adeco. Por lo visto él tiene a disposición como único curso de acción el diálogo y la negociación con el régimen. Tal vez por trauma psicológico no resuelto. Pero no confundamos esa indisposición con honestidad ética. Que el diputado no crea o no pueda que haya otras formas de resolver el conflicto no significa que no existan y que no se puedan intentar. No es cierto que estamos condenados a darnos por vencidos y que debemos asumir como buena “la posibilidad Zambrano” y que sea él quien la sepa y la deba administrar. No nos confundamos. El diputado adeco tiene agenda, y lo menos ético posible es precisamente hacerlo pasar por una fatalidad. Es lo que he llamado esa repugnante política de los hechos cumplidos porque “eso es lo que hay”. Detrás hay arreglos que por otra parte son un secreto a voces. Se sabe que el presidente Guaidó tiene comando, asesor electoral y campaña montada. Se sabe que los partidos del G4 apuestan a seguir siendo los hegemones, aunque no tengan respaldo popular. Se sabe que por eso están tan urgidos de una parodia electoral a la que solo se prestarían ellos, los extremadamente “tolerantes”, que son capaces de hacer mercado igual, a pesar de condiciones adversas, o como dicen ellos mismos “con unas mínimas condiciones”. En ese sentido el diputado adeco “salió con encarguito”. Lo que pasa es que ni tiene la disposición ni cuenta con la capacidad para intentar, por ejemplo, la ruta del coraje.

 

 

Las víctimas piden ayuda y los líderes esclarecidos son capaces de articular alianzas. El discurso político del colaboracionismo está lleno de trampas argumentales y falacias. Una de ellas, muy común entre ellos es la reducción al absurdo de un falso dilema entre negociar o esperar a que vengan los marines. El interés del régimen, al que se pliegan sus colaboradores, es presentar un escenario alternativo terrible que es guerra y muerte. Y a ese falso dilema se pliega el diputado adeco cuando lanza esta frase: “Esperemos que lleguen los salvadores de la patria por cualquier vía, con tal de no hacer nada por nuestros propios medios. Al parecer es más fácil construir la oferta engañosa de carácter continuada”.  Olvida el diputado adeco que en su ausencia se aprobó la reincorporación al TIAR, y mediante el afanoso trabajo del embajador Tarre Briceño se llegó incluso a la reunión de los países integrantes para resolver un conjunto creciente de medidas de presión. Pero estamos claros que el diputado adeco prefiere ser él mismo protagonista de una nueva etapa de las viejas marramucias dialógicas. Por eso sale corriendo a hablar con Timoteo con el fin de rescatar la iniciativa noruega. ¿En serio cree que sus carceleros van a irse del poder por las buenas? ¿En serio cree que la solución del país reside en seguir perdiendo el tiempo, o en un esquema donde se renueva todo para que nada cambie? Al diputado adeco le falta humildad republicana y grandeza en su liderazgo. Por eso nos entrega.
 

 

No hay política posible si está presente el uso de la fuerza pura y dura. Yo creo que entre las lecturas que no hizo el diputado adeco están las reflexiones sobre filosofía política de Hannah Arendt. Ella decía que los confines de la política eran los de la antipolítica. Y que la antipolítica se hacía presente cuando una de las partes era capaz de aniquilar a la otra. Es el uso de la fuerza y la ausencia de derechos y garantías lo que define la absoluta futilidad de creer que puede ser resuelta políticamente esta situación de fuerza, con capacidad para devastar, y con disposición a hacerlo. El diputado adeco, tan cándido, tan irreflexivo, tan alejado de la realidad, tan confundido, no cae en cuenta que sus palabras carecen de contenido útil porque están vaciadas de realidad. Cuando cierra sus tuits con esta ampulosa frase: “La historia cuenta de países que aún están sentados esperando solución providencial a sus problemas. Si alejamos la política, cancelamos soluciones de una sociedad que las requiere con urgencia”, nos está vendiendo la aburrida cantaleta de que hay decenas de experiencias que salieron de su desgracia por la vía de la negociación, sin decir que otras tantas no salieron por esa vía. Pero va más allá, porque si lo que quiso decir es que política es equivalente a diálogo y negociaciones, está simplemente equivocado y deja por fuera tantas razones que no vale la pena hacer todo el inventario. Pero vayamos a la más elemental, proveída por Thomas Hobbes en el siglo XVII: El principio de eficacia es el único que legitima a Leviathan. Su única finalidad es garantizar los derechos a la vida y a la propiedad. Si no cumple con esos cometidos, bien vale la pena cesarlo. Podrá decir el diputado adeco que esa no es la situación en el país, porque aquí la gente vive y posee, con lo que volveríamos al inicio del presente artículo: luego de un trauma tan brutal como la persecución y encarcelamiento político bien le vendría un reposo reconstituyente, mientras los demás seguimos luchando por el cese de la usurpación.

 

 

Lo malo es que no estamos refiriéndonos solamente a cuatro reflexiones infelices de un diputado adeco sino a una tendencia del grupo de cuatro partidos que dan gobernabilidad a la presidencia de Juan Guaidó. Por lo visto vuelven a la mesa, y con ello a las imposibilidades de resolución. De allí no va a salir sino tiempo perdido y el final de esta etapa. Por eso, cuando se aprecia el desplome de la entereza de la dirigencia política que ha dirigido este experimento (me refiero a Voluntad Popular, AD, UNT y PJ) aparece como contraste refulgente la entereza, la dignidad, la fortaleza y la voluntad de luchar de los ciudadanos venezolanos. Nosotros, los ciudadanos, sobreviviremos a esta debacle de equívocos y malas apuestas. Y entre nosotros definiremos quién merece ser contada en esta historia y quienes deben pasar definitivamente al olvido.

 

 

Víctor Maldonado

@vjmc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

無敵