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¿Noche de paz?

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¿Noche de paz?

 

 

Las navidades en Venezuela, y especial la Nochebuena, tiene característica específicas -los tradicionales regalos del Niño Jesús, relevado -a veces- por el imperialista Santa Claus. Son fiestas familiares, de reencuentro con progenitores, abuelos, tíos, primos y amigos tan cercanos considerados como familia. Son ruidosas, de explosivas exclamaciones de alegría, risas, gaitas, patinadores (cada día menos, las calles están tan inservibles que patinar es jugarse la vida o como mínimo un golpazo), canciones de todos los tipos, siempre gozosas y, por supuesto, la deslumbrante cohetería y fuegos artificiales.

 

 

Las Navidades de este año, como las de 2018, han sido diferentes.

 

 

El núcleo familiar está disperso, separado, por millones de cualquier nivel social y cultural se han ido a otras latitudes; festejan con la melancolía del país de origen y el recuerdo de anteriores, los aun aquí, celebramos con el sinsabor de no poder reencontrarnos, el que más el que menos tiene familiares y conocidos refugiados en la distancia, y un abrazo por whatsapp o skype no es nunca lo mismo.

 

 

Los venezolanos integramos familias incompletas por necesidad laboral y oportunidad, desgarrados por lejanías inmanejables. Saludamos, chismeamos por internet o redes sociales, pero no podemos abrazarnos, brindar, tropezar copas y exclamar exultantes ¡salud!, compartir hallacas, visitarnos. Las de este año son navidades rotas, alejadas, a distancia.

 

 

Han sido silenciosas. Alguna que otra sonrisa, pocos platos tradicionales, algo de música, pero nada de aquel alegre, chispeante, abrumador de años anteriores. No importa cuántas luces le pongan al pestilente y sucio Rio Guaire, las navidades revolucionarias en Venezuela son de afonía y melancolía. La navidad es tiempo de paz por tradición, la venezolana de angustia, pobreza, hambre, tristeza, decepción; muchos de los deseos de felicidad son para países lejanos.

 

 

Los villancicos, han sido olvidados, y los que van quedando, suenan apagados, cabeza gacha, sin expresiones ni expectativas. Las gaitas no retumban, están silentes, afónicas, tenebrosas como ese una vez cálido y maravilloso estado Zulia que ahora se ahoga de calor, oscuridad, hartazgo por que pasan días y noches sombrías. Las brisas del lago huelen a petróleo derramado.

 

 

Las navidades se reducen a la ansiedad e incertidumbre por bonos, limosnas y dadivas carnetizadas que no compensan, pero engañan el desastre, se diluyen apenas son cobrados en una economía deshilachada en la cual todo cuesta más caro cada día. Ése es el gran triunfo comunista en esta Venezuela que saborea su amarga medicina hasta la última gota. Una navidad descascarada a la ignominia castro-cubana socialista, como en las empobrecidas naciones que hasta ahora sólo imaginábamos como distancia improbable.

 

Y de continuar, entre chavistas puercamente enriquecidos, haciendo ruidos sordos en su imaginaria burbuja; y opositores convenientes que amargan navidades y esperanzas populares a dentelladas, las del próximo año ni siquiera serán peores, simplemente no existirán.

 

 

Sin embargo, la esperanza es lo último que se pierde, también lo primero que tenemos. Cuando se pierde, se muere. Lo que realmente importa es un mejor después, -excepto para suicidas y viejos de mente y alma-. Si tenemos esperanza y fe, siempre podremos dar un paso más.

 

 

La ciudadanía está obligada, a emprender un país diferente, de principios éticos, valores morales y buenas costumbres. Aprendamos a ser pueblo, no masa; a ser ciudadanos no habitantes. Hay que comprender el significado maravilloso de ser ciudadano, que no es un simple y escueto adjetivo cívico sino una actitud. ¡Es el mejor deseo!

 

 
Armando Martini Pietri

@ArmandoMartini

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