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No somos Venezuela

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No somos Venezuela

 

 

El contraste es desestructurante y duele en la dignidad. Aterrizamos en un país que se resiste, y que ha invertido los últimos quince años de su vida social en mantener altos los anticuerpos contra el guión perverso que se llama socialismo del siglo XXI. Los últimos quince años han tenido a su favor un escudo portentoso, la dolarización de su economía, que inhabilita ese manoseo obsceno que los populistas practican con las monedas nacionales. Sin embargo eso que allá llaman “revolución ciudadana” vuela en círculos sobre su presa. El gobierno de Correa, maniatado en su compulsión demagógica porque no puede imprimir dólares a su antojo,  ha conseguido una grieta para allanar la estabilidad del país. Se inventó la moneda electrónica con la que va a comenzar a pagar el plan de subsidios que no puede cancelar con los dólares que no tiene porque no los produce. Esa ocurrencia se suma a impuestos y salvaguardas que le fueron impuestos a más de dos mil productos importados, lo que ha encarecido la tecnología y un dossier de bienes esenciales para los ecuatorianos. Siguiendo el guión inventó nuevos impuestos sucesorales y se convirtió en el invitado indeseado de las herencias.

 

 

El estado se queda con el 40% del patrimonio heredado sin que ofrezca como contrapartida ninguna condición especialmente atractiva. Como si eso fuera poco a ese invento le sucedió otro, el impuesto a la plusvalía. El país se sabe en peligro. Nuevos impuestos y la fractura de la dolarización están acompañadas con el intento de una nueva reelección que afincaría el modelo autoritario y vaciaría de contenido democrático cualquier proceso político. Correa está listo para ser el nuevo Robin Hood que roba las utilidades a los que producen para repartirlas “igualitariamente”. Pero los ciudadanos ecuatorianos se resisten. La calle está rugiendo un ¡no! rotundo.

 

 

En Guayaquil se siente la prosperidad que solamente es posible cuando los mercados funcionan. Se siente el ánimo emprendedor por todos lados. El país se sigue construyendo aceleradamente, y nadie se queja. La seguridad permite que las noches rebosen de gente en la calle. Hay un sector de empresarios pujante y con ganas de comerse al mundo, y un grupo de jóvenes libertarios que entienden de realidades, razones y consecuencias sin caer en la tentación de querer lo que primero no se merecen. Esa realidad de comercios pujantes y calles seguras contrasta y desestructura. Venezuela, mientras tanto, vive su propia involución.

 

 

Yo llego de una posibilidad futura que nadie desea.  Venezuela se ha convertido en la némesis del continente. Nos invocan como esa terrible realidad a la que se llega desde la demagogia y las infatuaciones de la izquierda estatista y autoritaria. Los mercados de Guayaquil rebosan de productos diversos. Y los medios de comunicación todavía practican esa libertad provocadora que no se calla nada y que reclama a su gobierno seriedad y rectificaciones. Las calles han visto manifestaciones multitudinarias y todos comparten esa sensación de que ahora más que nunca es necesaria una conducción política unitaria y visionaria. Yo les insisto en las causas de una tragedia que nos ha convertido en disolución por inflación, escasez e inseguridad. Yo les relato que la represión llega a ser cárcel, indefensión, muerte y mucha desmemoria. Yo les advierto de lo que les puede venir si consienten la reelección presidencial y si no enfrentan el guión autoritario con sensatez y coraje moral. Muchos de nuestros ilustres interlocutores responden con ese “no vale, aquí eso no va a pasar, aquí somos diferentes, nosotros no somos Venezuela”. Yo los miro con ese desencanto de los que antes hemos dicho y oído frases similares. Nosotros también creíamos que no podíamos a ser el remedo de Cuba. Bajamos la guardia, nos enredamos ideológicamente compramos el progresismo ambiguo, creímos que el chavismo era lo que debíamos ser, y ahora somos una versión cubana todavía más brutal y anacrónica, como corresponde a las malas copias y a los resultados de los malos copistas.

 

 

 

Yo vengo de un “somos” que nadie quiere llegar a ser. Sienten conmiseración y perplejidad por las sinrazones de un país que inexplicablemente es ruina y condición miserable. Pero yo les insisto: A estas embestidas del caudillismo latinoamericano hay que encararlos desde la unidad política, desde la integración emocional a un mismo proyecto. Se los digo porque uno presiente los mismos toletes y divisiones que siempre concluyen en la decepción. En Ecuador también hay esa conflagración de egos que pueden llegar a hundir países. Por eso les insisto en trabajar por la  unidad desde la grandeza, les recomiendo, aun sabiendo cuán difícil es, el trabajo sistemático para que ocurra la deposición de los “yos” y esas falsas apuestas que se plantean desde los personalismos.

 

 

Yo vengo de un país lacerado por los odios y los resentimientos. Las fracturas son casi siempre irreversibles. Hay que mantener los canales del diálogo social abiertos –les apremié- no caigan en la tentación del linchamiento como sustituto de la justicia, que tiene su momento. Integrar es mejor que disgregar. No caigan en la tentación del desprecio. Los ciudadanos exigen y merecen claridad. Es preferible hablar con las personas y no ser el eco de las masas. Las masas no son interlocutores.

 

 

Los jóvenes ecuatorianos no han perdido la luz en sus ojos y la sonrisa en sus labios. Uno de los encuentros más propicios lo tuve con “los estudiantes por la libertad”, todos libertarios que no superan los 30 años, muy comprometidos en la interpretación adecuada de un país que no tiene ganas de hincarse ante un ídolo que tiene los pies de barro. Y por eso mismo se hacen preguntas. Las propias y las que nos corresponden a nosotros. Nos interrogan sobre nuestra realidad y de inmediato surgen esas preocupaciones que son tan nuestras ¿Por qué siguen las divisiones? ¿Por qué esas rupturas tan dañinas? ¿Por qué tanta ambigüedad propositiva? Todas mis respuestas dan cuenta de una escasez que no se aprecia en las alacenas sino en los corazones. ¡Falta grandeza! Por eso mismo no la pierdan ustedes en el camino –les dije-

 

 

No hubiese podido venir a Guayaquil sin el respaldo de Dora de Ampuero, el Instituto Ecuatoriano de Economía Política, CEDICE-Libertad y la Cámara de Comercio de Guayaquil. Ecuador todavía puede virar el rumbo y salvarse de la atroz oscuridad del autoritarismo que comienza con esa simpleza que consiste en aprobar la reelección presidencial indefinida. El secreto es un detente temprano a los caprichos y ocurrencias de cualquier encarnación populista.  Deseo que la fortaleza de espíritu y la claridad de pensamiento les permitan no caer en el vacío y el error de confiar la suerte del país al caudillismo que se niega a morir.

 

 

Víctor Maldonado C.

 victormaldonadoc@gmail.com

 

 

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