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Mentirosos compulsivos

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Mentirosos compulsivos

Con 1 millón de dólares en el banco muy pocos suelen considerarse socialistas, a menos que esa sea la fuente de financiamiento. Los apegados a las ideas de Marx –como fueron revisadas, reescritas y reformuladas por los amanuenses de la Academia de Ciencias de la URSS– saben distinguir un billete falso de uno bueno y también saben cuánto hay de mentira en lo que pregonan como la patria nueva y el hombre nuevo.

 

El comunismo y su sucedáneo light, el socialismo, se promocionan como la gran herramienta para la liberación de cualquier opresión, y como garantías de libertad y autonomía, quizá ahí esté la clave para que sea la ideología con más adhesiones de pensadores y artistas en general.

 

Su candidez y proclividad a la bondad, aunque fuese una condición ética aprendida, los lleva a tomar partido al lado de los que se presentan como adalides del bien y de la justicia, aunque esencialmente no lo sean.

 

En los regímenes totalitarios la mentira es parte estructural del sistema. Lo que no se puede desnaturalizar y presentar con virtudes distintas de las que realmente posee, desaparece del ojo público.

 

Generalmente la falsificación comienza con el simple cambio de nombre, como llamar “usuarios” a los oyentes de una estación de radio, y se presenta como una mejora o como un reconocimiento a una virtud que había sido denegada, pero en la práctica no hay mayores cambios, el buhonero sigue siendo buhonero, aunque lo llamen trabajador informal y el conserje será conserje aunque en la puerta se lea ingeniero de mantenimiento.

 

En los textos del Che Guevara, sean apuntes o intervenciones orales, la mentira y el cinismo aparecen como las grandes herramientas revolucionarias, imprescindibles para la manipulación de las masas, la distorsión más miserable de la ciudadanía y, también, de lo que por comodidad gramatical se llama pueblo.

 

Cuando se masifica la población de un país, se le reduce a la condición de animales, a seres elementales que funcionan instintivamente y no racionalmente; y todo es posible, desde los suicidios colectivos y linchamientos hasta los desfiles y trapisondas en honor del führer y sus segundones.

 

Cuando se acepta que el fin justifica los medios, cuando no se tienen escrúpulos para exterminar o sacrificar a la mitad de la población dizque para mejorar las condiciones de vida de la otra mitad, no se está haciendo la revolución sino cometiendo un genocidio.

 

Hasta ahora todos los ejercicios de ingeniería social, esos que pretenden mejorar no sólo la sociedad sino los patrones de conducta, han derivado en hambrunas, la muerte de millones de personas, atraso cultural y artístico, pero sobre todo en sufrimiento.

 

No hace falta tener 1 millón de dólares en el banco para abandonar el marxismo, bastaría un gramo de sentido común. Vendo yoyo, de los que suben y bajan con la cuerda nuevecita.

 

Ramón Hernández

 

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