Me niego a la autocensura
febrero 23, 2014 7:43 am

Y si algún día la censura impide que diga lo que pienso, entonces no diré nada… porque estaré muerto

 

Me niego a la censura. No sólo por su vinculación histórica con las violaciones de derechos humanos, las paranoias de los autócratas, el abuso de los poderosos contra el pueblo, los escritores, los artistas y los pensadores, sino porque soy un irreverente total a cualquier cosa que pretenda evitar que haga o diga lo que pienso o quiero o intente decidir por mí lo que me conviene.

 

La censura más común proviene de los gobiernos paranoicos e inseguros, cuyos líderes necesitan prohibir todo aquello que creen que los pone en peligro o en ridículo, lo que por cierto, para ellos es cualquier cosa. Como plantea el premio Nobel, J.M. Coetzee, «la censura estatal se presenta a sí misma como un baluarte entre la sociedad y las fuerzas de la subversión o la corrupción moral.»

 

Por supuestos que son ellos quienes deciden lo que es correcto, moral, justo y legítimo. Mientras más inseguros son, más cosas los ofenden y mayor la censura que requieren. Llenan sus países de leyes restrictivas a los medios, a la opinión y a las artes. Sus burocracias se repletan de censores, uno más bruto que otro, que compiten entre sí para ver quien «protege» mejor a su patrono.

 

La experiencia de la censura en el mundo es tan repugnante, que durante el florecimiento de las democracias modernas, nadie se atrevía a sostener una propuesta que oliera a ella. Lamentablemente, ese pequeño tirano que todos llevamos dentro siempre florece y hoy encontramos diferentes mecanismos de censura en todas partes, respaldados incluso por intelectuales afamados, que ven en algunos libros, publicaciones, películas, noticias, programas, novelas, entre otras expresiones sociales, algo que denominan elementos «ofensivos».

 

En la práctica, lo que busca la censura no es sólo controlar lo que dices sino lo que piensas. El miedo intenta que tu cerebro evite pensar lo que no puedes decir. Ese es el máximo triunfo de la censura: la autocensura.

 

Cuando ya no se necesitan censores externos que controlen lo que dices o lo que haces, pues el más eficiente y terrible censor eres tu mismo, frente al miedo a las consecuencias.

 

La más estremecedora descripción de autocensura que he leído es de Danilo Kis: «La batalla contra la autocensura es anónima, solitaria y sin testigos y hace que el sujeto se sienta humillado y avergonzado por colaborar. Significa leer tu propio texto con los ojos de otra persona, una situación en la que te conviertes en tu propio juez, más estricto y suspicaz que cualquier otro…

 

El censor autodesignado es el álter ego del escritor. Un álter ego que se inclina sobre tu hombro y mete las narices en tu texto (y diría yo también en tu guión, en tu lista de invitados al programa, en las noticias que pueden ir en tu noticiero o en la palabras que puedes usar)… Es imposible vencer a ese censor, porque es como Dios: lo sabe y lo ve todo, ha surgido de tu propia mente, de tus propios miedos, de tus propias pesadillas…

 

Este álter ego… consigue debilitar y contaminar incluso a los individuos más morales, a quienes la censura externa no ha logrado quebrar. Al no admitir que existe, la autocensura se alinea con la mentira y la corrupción espiritual.»

 

Déjenme entonces reformular el inicio de este artículo. Me niego a la autocensura. Me comprometo a seguir diciendo lo que pienso, que puede ser correcto o equivocado, pero es mio. Y no hago esto porque no tenga miedo.

 

Claro que lo tengo y cada día más, no sólo por la intolerancia y la radicalización de una parte poderosa del chavismo, sino también por la de su espejo en otra parte de la oposición. Y si algún día la censura impide que diga lo que pienso, entonces no diré nada… porque estaré muerto.

 

Luisvicenteleon@gmail.com

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