Más iguales
marzo 2, 2013 12:33 pm

En 1931, cuando se cumplían 14 años de la revolución rusa y ya el líder de los bolcheviques, Vladimir Ulianov Lenin, contemplaba desde sus ojos de vidrio y su cuerpo embalsamado el desarrollo del proyecto político a manos de su mejor discípulo, Iosif Stalin, fue inaugurada una obra maestra del lujo y del buen vivir del socialismo: la Casa del Embarcadero, una pieza arquitectónica en la que combinaron de manera única la felicidad más increíble con las peores arremetidas del terror.

 

 

 

Construida para alojar a la élite bolchevique, a los altos rangos del Ejército Rojo y a celebridades socialistas –a los iguales de Juan Barreto, Darío Vivas, Jacqueline Faría, Cilia Flores y los demás que cada vez que pueden exigen más poder para el pueblo y los trabajadores–, competía en altura con la sede de la policía política, la Lubyanka, el cuartel general de la KGB, y no sólo porque desde sus sótanos se podía ver Siberia y casi sentir el frío en los huesos. Pocos sitios de la Rusia poszarista tuvieron tantos lujos por metro cuadrado.

 

Diseñado por Boris Iofan, su fachada iba a ser cubierta de mármol rojo y rosado, pero para evitar el escándalo por el exorbitante costo y cuidar las apariencias se prefirió pintarlo de un gris bastante convencional.

 

No era un Caricuao para privilegiados ni una Limonera hecha por profesionales, sino una auténtica residencia para nobles, con lo mejor y más moderno de la tecnología: teléfonos, radio, tocadiscos, muebles hechos a la medida y otros símbolos del lujo soviético, como baños con agua caliente, una novedad entonces.

 

Todo era suministrado gratis por el Gobierno. Eran apartamentos de 5 cuartos que ocupaban 200 metros cuadrados. Además, los inquilinos disfrutaban de cenas a muy bajos precios y servicio de lavandería, correo, biblioteca, gimnasio, cine, supermercado, librerías, guardería infantil, oficinas bancarias, en fin, todo lo que se necesita para llevar una vida confortable.

 

 

Simbolizaba la prosperidad socialista, las mujeres lucían pieles y joyas, y los hombres lujosos carros que Stalin les hacía llegar con una nota de su propia mano, a pesar de la hambruna que azotaba el país. Era el sitio de los escogidos. Entre sus huéspedes se encontraban las hijas del secretario general del Partido Comunista, pero también Nikolai Bujarín y Mijaíl Tujachevsky, entre otros tantos famosos.

 

Ninguno sabía que los apartamentos tenían micrófonos ocultos y que tanto sus conversaciones como sus murmullos amorosos eran escuchados por la revolución.

 

A mediados de la década tan confortable vida tuvo un brusco final, y los arrestos y allanamientos fueron diarios. En 1939, el año más sanguinario de los procesos de Moscú, 280 apartamentos de los 500 del complejo residencial estaban clausurados y sus inquilinos presos, fusilados o se habían suicidado. Vendo historia del proletariado en el poder.

 

Ramón Hernández