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Manual del buen candidato

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Manual del buen candidato

 

Llevamos más de dieciséis años de populismo autoritario. Es decir, de trampa progresiva. De arrinconamiento de la oposición. De persecución de los líderes. De exterminio de las capacidades productivas del país. De cerco creciente. Y de siembra del odio y el resentimiento. Dieciséis años en los que nos hemos especializado en el eufemismo, las medias verdades y los mitos urbanos. No ha sido una buena época para la verdad, la justicia y la lucidez.

 

 

El discurso populista se contagia. Y se convierte en práctica social y modo de vida. Estamos plagados de promesas incumplibles y vivimos la vida al día mientras tratamos de sacarle el jugo a cualquier oportunidad que se presente. Eso se llama sobrevivir. Pero en el camino nos hemos vuelto más suspicaces y con esa capacidad para determinar cuando están diciendo verdades o mentiras. Y lo sabemos aun cuando las mentiras nos convengan más que las verdades, o las verdades sean tan brutales que prefiramos transcurrir entre la negación y la evitación. Vivimos una constante manipulación entre lo que se nos ofrece y lo que estamos dispuestos a recibir. No siempre hemos procesado adecuadamente ese desafío. También nos acostumbramos a esa ambigüedad que no termina siendo nada definitivo. Pasamos de la peor ferocidad social a la más notable indiferencia. Ahora, luego de la demonización de los sucesos del año 2014, y del todo el palo que hemos recibido, decidimos congelarnos en ese estado de ánimo en el que ni estamos especialmente indignados ni particularmente contentos, como si fuéramos los campeones de la adaptación y la resiliencia. Hemos sufrido las inclemencias de la represión y la inseguridad. Hemos aguantado la peor condición económica del mundo. Vivimos con sueldos miserables. Hacemos colas para todo lo que nos resulte importante. Y experimentamos –para colmo de males- esa disonancia tan vil que nos produce el contento por los que se van aunque de inmediato comencemos a extrañarlos con intensidad pasional. Deberíamos estar exasperados por la injusticia que viven los presos políticos y hace años tendríamos que haber colmado nuestra paciencia por las cadenas sin fin, la hegemonía comunicacional y el destrozo de todo lo que consideramos valioso. Pero no. Aquí seguimos, impávidos, viviendo todos los días como un nuevo comienzo que podría no finalizar. Sin demasiada perplejidad pero sin querer aterrizar en la realidad.

 

 

Hemos sufrido la peor mezcla de ordalías internas nunca antes imaginadas. Sobrellevamos los estragos del más absoluto desorden porque este país se administra desde la improvisación y la más flagrante irresponsabilidad. Tal ha sido la destrucción que finalmente tenemos la oportunidad de ganar las elecciones parlamentarias con una mayoría determinante. Las encuestas –que para mí nunca han sido confiables- coinciden en darnos una supremacía electoral que podría transformarnos en una poderosa fuerza para la estabilización y reconducción del país. Ante eso nos hemos convertido en los adalides de la calma y la cordura. Los ciudadanos venezolanos estamos demostrando una fortaleza y un foco sobrenatural. El cuadro de tragedias superpuestas que vivimos daría para que ocurrieran escenarios de violencia cuyas consecuencias serían desastrosas. No ha sido así. Hasta ahora nada ha perturbado la concentración de la mayoría en la oportunidad electoral que está prevista para el 6 de diciembre.

 

 

Pero no confundamos imperturbabilidad con incondicionalidad. El ciudadano merece respeto, empatía, reciprocidad y cambio en el trato que hasta ahora ha recibido. Si hasta la fecha ha vivido el chubasco populista hasta provocarle ese asco moral que se refleja en las calles de todas nuestras ciudades, ahora debería ser tratado como lo que es: un ciudadano que se ha crecido en estos largos años de dificultad y que ahora exige que le digan la verdad y le relaten con madurez cómo es que vamos a salir de esta tragedia. La primera recomendación por lo tanto es la más obvia. Los candidatos tienen que decir la verdad. Deben narrar las dificultades y exponer las causas que las han provocado y sus propuestas para salir con estabilidad y eficacia. Los candidatos deberían poder caracterizar este ventajismo autoritario que está muy lejos de ser una democracia y mostrar cuales son los riesgos que están asumiendo cuando en el país no hay justicia que defienda el derecho y por lo tanto cualquiera puede terminar preso en cualquier momento.

 

 

No hay soluciones mágicas. No existen para la política cuando se ha envilecido a los niveles que ha llegado en Venezuela y tampoco son factibles para los aspectos económicos. De lo que se trata es de consolidar una cruzada que ya comenzó pero que nos ocupará en los próximos años sin darnos descanso ni tregua. Un buen candidato no puede ocultar las dificultades que están en el porvenir. Ni pretender que con la misma ración de estatismo rentista y patrimonialista se puedan lograr resultados diferentes. ¿Con este tamaño del estado? ¿Con estas leyes que intervienen todas las actividades económicas? ¿Con esta preponderancia de la lógica militar? ¿Sin pagar los costos? Sin miedo hay que señalar el camino y comprometer a los ciudadanos en la reconstrucción de las bases institucionales de la república. Hay que vender la transición y señalar en el horizonte mejores resultados que  los provocados por esta bámbola bipolar que nos lleva desde un extremo delirante al otro totalmente depresivo. No hay atajos al trabajo productivo, a la reconstitución del libre mercado y al respeto de la propiedad privada. El compromiso entonces es con el realismo y el apego a la sensatez. Un buen candidato no ofrece pan y circo. No cae en la tentación de las masas. No se permite exacerbar las entrañas populares. No manipula. Dice la verdad y visiona desde el realismo.

 

 

La tercera recomendación es la empatía. Escuchar mucho. Reconocer intensamente. Sentar las bases del compromiso y atender al ciudadano que está allí y que reclama debate y respuestas. El mejor elector es el que tienes al frente. No tiene por tanto ningún sentido andar hurgando “la Venezuela profunda” que no es otra cosa que una entelequia para evitar el cara a cara con un ciudadano que no está demasiado dispuesto a seguir acatando silenciosamente los caprichos de la dirigencia política. Hay que estar donde ocurren las tragedias. Hay que convalidar esa realidad sufriente y humillante del hambre, el desempleo, el rebusque, la separación, la muerte, la violencia y la soledad. Y desde allí, desde lo atroz hacer el contraste con un provenir diferente. Cada experiencia ciudadana es un relato que tiene causas y consecuencias. Pero también lecciones de pedagogía política que no se pueden desaprovechar. Parte del trastocamiento ocurrido en la política venezolana se debe a que se han invertido los roles entre mandantes y mandatarios. El volver a colocar a cada uno en su lugar exige humildad y coraje del que escucha sin aislarse y sin creerse infalible e inexpugnable. Un buen candidato practica la cercanía y no rehúye el contacto verdadero con la gente.

 

 

La cuarta recomendación es el modelaje. Los buenos candidatos son transparentes, tienen familia, vida privada, amigos, hábitos y costumbres. No se endiosan. Están en el medio de la gente, guiando, organizando y señalando la ruta. Se dicen honestos y lo son. Se dicen trabajadores y trabajan. Son genuinos y no escalan en la petulancia escabrosa ni en la arrogancia fatal. Si tienen discrepancias las plantean y las resuelven. Y si se dicen unidos lo están. Sufren como propias las desventuras de los demás y nada les parece ajeno a su suerte. Un buen candidato modela unidad emocional, tolerancia y práctica del pluralismo. No confunde la unidad con el unanimismo autoritario y es benevolente sin desentenderse de la disciplina de la solidaridad. El ciudadano quiere ver una dirigencia política que emocionalmente demuestre capacidad para hacer equipo, generosa en compartir los riesgos, amplia al momento de tomar las decisiones y que no tenga miedo de debatir ideas y confrontar con sectores. Hay que practicar el diálogo más que el monólogo, y los pequeños encuentros más que la obsesión por los grandes mítines. El buen candidato está en la calle, en medio de la gente, solidario con sus vivencias y cauto a la hora de juzgar.

 

 

La quinta recomendación es el coraje. No hay liderazgo que se puede sostener desde el miedo. Hay que superar el temor a los diversos que no necesariamente piensan como uno ni están dispuestos a someterse sin antes deliberar. Hace falta coraje para no caer en la trampa del conformismo.

 

 

Por último, hay que construir adhesiones organizadas. Hay que prepararse para un desafío autoritario que no nos puede conseguir sin capacidad para confrontarlo. El día de las elecciones tendrá un resultado que se parecerá a nuestra capacidad para convocar a la participación sin miedo, llevar a la gente a votar, defender el voto en las mesas y al final resguardar los resultados. Detrás de cualquier batalla hay un esfuerzo logístico complejo que alguien debería estar organizando hasta el último detalle.

 

 

En resumen: Verdad, Realismo, Empatía, Transparencia, Modelaje, Pedagogía, Tolerancia, Pluralismo, Congruencia, Generosidad, Unidad, Coraje y Capacidad para Organizar son cualidades invaluables en cualquier candidato. Eso merecemos como ciudadanos mandantes a los que quieren ser nuestros mandatarios.

 

 

 Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 

 

 

 

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