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Mal, política y responsabilidad en el siglo XXI (2)

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Mal, política y responsabilidad en el siglo XXI (2)

 

“La vida es lucha” Agustín de Hipona

 

 

El ser humano dispone de una autorregulación extensa. Es cierto que depende de necesidades que lo comprometen como el alimento, el agua, el aire, cobijo entre otras que incluyo en las posibilidades de procurarse ese sustento, pero Dios dispuso igualmente un margen ancho de decisión que en él obran y que lo potencian muy por encima de ellas. El homo puede controlarse, limitarse, hacerse cargo del sí mismo aun complejo.

 

 

No hay espacio para profundizar, digámoslo de una vez, pero es sano encabezar apreciando en el hombre un nivel de autonomía que le permite conducir y dirigir su desempeño existencial con libertades amplias, conforme a sus escogencias, discernimiento incluido. El homo verus no es un animal regido por sus demandas físicas únicamente, sino que asume su entorno y lo modela, en mayor o menor medida, para realizarse en el susodicho. Es una unidad de cuerpo y espíritu.

 

 

El hombre es libre en el espacio público donde se exhibe con los otros congéneres, los irradia y es influido por ellos. Todo lo que el homo verus hace o no hace, por voluntad propia, lo hace actor y autor ante su comunidad y eventualmente, lo que haga o no haga deliberadamente, también lo hace como escribimos, causante, promotor o simplemente concurrente de esos efectos.

 

 

Suelo recordar a Camus, quien señaló que lo que distingue la culpa del dolo es la premeditación, y yo acotaría que tienen en común que hubo un daño que por su acción u omisión se produjo. Entonces, se infiere que no solo se perjudica en consciencia sino sin ella. Basta que haya un perjuicio para que sea menester establecer una relación etiológica y allí se dispara la secuencia de la responsabilizacion.

 

 

Así las cosas; el derecho lo resuelve con una sentencia rica en consecuencias. “El que causa un daño debe repararlo”, pero la precede de una ambientación de elementos que acompañan la vida, aunque no de la voluntad o de incidencia del hombre necesariamente provienen y así, el hecho fortuito o la fuerza mayor y otros eximentes.

 

 

Llaman culpable al que produjo, de alguna manera, un hecho gravoso para la sociedad y si está tipificado como delito, será sujeto pasivo de la vindicta pública, llamada a demandarle, juzgarle y castigarle.

 

 

Pero el culpable puede y debe ser visto desde otra esquina y como fenómeno. Es un ser humano y como tal, un administrador de su propio yo, pero además del destino ajeno al que instrumenta y alcanza con su conducta.

 

 

Somos lo que hacemos, nos enseña Aristóteles, y puede incorporársele lo que no hicimos pero nos correspondía hacer también nos muestra, por ello la culpabilidad es compleja, porque empapa afuera del sujeto y dentro de él de una gama de secuelas, ramificaciones, desenlaces.

 

 

El examen de la culpabilidad y del culpable dejó de ser un asunto meramente jurídico y penal, ex ante fue moral y religioso para, ex post ser atraído por las ciencias sociales, médicas, psicológicas, criminológicas, por la antropología, la cultura y por la filosofía misma. Uno de los hoy clásicos más leídos y citados y fuente de inagotables análisis y derivaciones es ese texto de Michel Foucault Vigilar y castigar, entre muchísimos más.

 

 

El manejo del sujeto que transgrede y del trato que las sociedades le acuerdan es capital para dimensionar el desarrollo de estas. El primitivismo y sus distintos grados, por así considerarlos, puede vérsele allí. No por azar, Alexis de Tocqueville fue a dar a los Estados Unidos de América para observar las prisiones y su dinámica, y fue mucho más: un testigo excepcional de la experiencia societaria emergente, que plasmó en Democracia de América, que sigue siendo un libro de forzosa articulación en el episteme de esa, no obstante, siempre fenomenológica mundología norteamericana.

 

 

Somos eventualmente culpables o no lo somos. Si lo somos es por nuestra conducta, nuestra voluntad, nuestra inconsciencia, pero sobre todo por causar daño a otro o por incurrir en una transgresión que nos haga subsidiarios. No basta pues y es clave dejarlo muy claro, evitar o enervarnos para no devenir culpable, sino que lo somos igualmente si eludimos nuestras responsabilidades.

 

 

Del filósofo y periodista Ernesto Edwards, sureño muy crítico además, traemos un trozo útil en este discurrir: “Molière creía que lo que cuenta no es solo lo que uno hace sino también lo que se omite. Somos responsables no solo de lo que realizamos sino también de lo que dejamos de hacer. Especialmente cuando sabemos cuál es el camino correcto. Casi como el pecado de omisión. En ‘El simbolismo del mal’, Paul Ricoeur afirmaba que ‘la conciencia de la culpa constituye una verdadera revolución en la experiencia del mal; lo que es lo más importante ya no es la realidad de la deshonra, la violación objetiva de la prohibición o el dar rienda suelta a la venganza por esa violación, sino el mal uso de la libertad’, que es lo que nos distingue como humanos, y nos hace responsables de la elección de cada uno de nuestros actos voluntarios”.

 

 

Pero el culpable puede o no sufrir la culpa, y apunto no a ser reo y convicto por la institucionalidad, sino citado y condenado por su consciencia y ello acontece si hay ética o moral en el protagonista del mal.

 

 

Karl Jasper en un clásico sobre la culpa como problema denunciaba la pasividad, la indiferencia, la omisión alemana frente al crimen y genocidio del nacional socialismo y Hannah Arendt en  ese monumento más que de la literatura Los orígenes del totalitarismo del culto a la dignidad de la persona humana, pero también en sus comentarios del juicio a Adolf Eichmann nos elucida sobre cómo los seres humanos pueden banalizar el mal en sus vidas.

 

 

Hay escenarios en los que podemos advertir que son culpables los empoderados y los que no lo son. El poder suele ser culpable porque es responsable. El poder político especialmente y de allí que a los reyes europeos no se les imputa nada porque no tienen poder y entonces no son ni culpables ni responsables. Pero aun los no empoderados formalmente tienen y lo son de otra manera y allí, en ese cruce, devienen responsables.

 

 

En una democracia son responsables los mandantes y los mandatarios, los representantes y los ciudadanos, los que tienen a su cargo y los que están a cargo porque es una organización que reposa en un presupuesto ético de coexistencia, respeto, asistencia, seguridad, autoservicio y autocontrol y todos se deben a todos. Son responsables de sí y de todos.

 

 

La isonomia, la isegoría, la isocracia son la bases, como nos enseñó Tucidides, a las que se suman dos elementos esenciales: la responsabilidad y el control, en la edificación de una república democrática que, dicho sea de paso, entendemos, es el mejor de todos los sistemas de gobierno y administración societaria.

 

 

La ciudadanía y su ejercicio es, pues, el otro lado responsable, además de lo propio del que manda. Debe elegir y debe vigilar, remover y revocar eventualmente. Hacerlo completa su tarea de control, como podría decir Schumpeter y allí radicó la fractura y el desmoronamiento de la república democrática venezolana.

 

 

Escogimos un liderazgo que se lo permitió y permite todo. Lo permitimos, lo auspiciamos, lo toleramos. Más que delegar, cedimos la soberanía. Hoy somos presa del cazador o rehenes del secuestro que nos veja y desfigura. Vimos caer las fortalezas de nuestra república democrática y nada hicimos por defenderla y restituirla. El purulento chavismo es responsable y la mediocre y afeminada ciudadanía también.

 

 

Temprano nos advirtieron Luis Castro Leiva el 23 de enero de 1998 y luego Jorge Olavarría aquel 5 de julio de 1999, pero solo había adulantes, saltimbanquis, mochileros, oligarcas de pacotilla y monigotes de uniforme para reptar ante el hegemon. La ciudadanía que nos incluye no se dio por enterada y allí, no en otra parte, se inició la enajenación y el servilismo que construyó, armó, aparejó al genio de la lámpara demagoga, populachera, militaroide y castrista.

 

 

Somos todos, pues, culpables y responsables de inspirar lástima, desprecio, asco a los vecinos que otrora enseñamos a pensar y a vivir. Transitamos la amargura, la vergüenza, el sufrimiento o la deshonra que solo puede cesar si nos atrevemos a expiar batallando, es verdad, inferiores en el tablero de la confrontación, vulnerables en el tatami, precarios ante sus armas ya sabemos pero, conscientes como ciudadanos rebeldes, reos de ellos y mientras duren ellos, de nosotros mismos.

 

 

Algunos dirán que ¡no! Que ellos no. Que los culpables fueron los que dejaron llegar a Chávez o votaron por él. Los que no lo atajaron y lo sobreseyeron o los que callaron o poco denunciaron cuando desarrolló sus políticas destructivas pero populares; aunque les pido leer y releer estas notas que pretenden en suma mostrarnos cómo somos, por una u otra razón, responsables de lo que nos ha pasado y nos pasa.

 

 

No se trata de abochornarnos. Al contrario, es más bien para sacudirnos, para evidenciar que si Maduro sigue, Venezuela muere y que el asunto es nuestro y difícilmente vengan a hacer otros lo que nos toca a nosotros conciudadanos: recuperar nuestra soberanía.

 

 

Es momento para el engaño y la confusión. Eso viene haciendo el oficialismo, tergiversando, adulterándolo todo para que no veamos claro las cosas. Citaré, para concluir, a un amigo y colega profesor universitario, Ramón Escovar León, con una pertinentísima afirmación, docta y no obstante prístina, de cómo el pensamiento y el lenguaje pueden distraernos u ocultarnos la verdad o, peor aún, manipularnos para desconocernos en nuestros auténticos roles: “A estas alturas, la conexión especial entre política y degradación del lenguaje se torna clara’, afirma George Orwell en su ensayo La política y el lenguaje inglés. En este texto, el escritor inglés demuestra que la manipulación del lenguaje permite defender lo indefendible ‘como la continuación del dominio británico en la India, las purgas y deportaciones rusas, el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón’. Todo esto se puede hacer por medio de ‘eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras’ que delata falencias en el razonamiento, porque ‘si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”.

 

 

Nada ni nadie puede justificar este desastre. Nada ni nadie puede distraernos en su superación que, por cierto, supone apartar del poder a los que lo convirtieron en el aguijón del mal. ¡Estemos claros!

 

Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche

 

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