Lusinchi en el partido final

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Lusinchi en el partido final

Periodistas, medios y gobierno sabían que cada quien tenía su rol en el juego de la democracia

 

Para un reportero de política por allá en la década de los 80 cubrir una guardia  de fin de semana resultaba un verdadero reto a la imaginación.

 

Eran los tiempos de Jaime Lusinchi y domingo para completar en los que la vida política del país era monótona y los reporteros deambulaban por las casas de los jerarcas a ver si alguien rompía el sopor dominguero.

 

Para completar la ausencia noticiosa, se jugaba una final en el Mundial de Fútbol entre dos grandes: Argentina y Alemania (1986). Y allí estábamos un grupo de reporteros y fotógrafos frente a la casa de Gonzalo Barrios donde todos los domingos en la mañana se congregaban los medios a la espera de algún visitante ilustre, un juego de dominó entre jerarcas o un encuentro inesperado que nos permitiera resolver una primera plana.

 

Entonces trabajaba como fotógrafo en El Diario de Caracas. La carga era doble para el único fotógrafo de guardia en un medio en el que la foto editorial era su marca.

 

Pero ese día estábamos de suerte. Nos llegó el pitazo de que Jaime Lusinchi estaba instalado en la casa del destacado periodista político César Messori, «El Gordo», para ver el partido de la final. El riesgo era grande, abandonar el lugar la fuente segura, para ir en busca del Presidente.

 

Sigilosamente abandonamos «la matica» al frente de la casa del «prócer» adeco para ir tras la «exclusiva».

 

Dirección en mano llegamos a la quinta del Gordo en una colina en el sureste de la ciudad. No se veían autos en la puerta, ni casa militar, escoltas o algo que indicara que el Presidente estuviese adentro. Tocamos el timbre y preguntamos por César, nos pidieron esperar y al minuto nos hicieron pasar a un patio trasero.

 

Allí estaba el Gordo, Jaime Lusinchi y otras personas en un ambiente festivo. Lusinchi nos invitó a sentarnos, sin antes advertirnos que lo importante esa tarde era ver el juego y que no tenía declaraciones. Acto seguido nos sirvieron un par de White Label 8 años. Ese era el whisky que se tomaba en esos tiempos.

 

Entre trago y trago, jugada y jugada el redactor sustrajo suficiente material para una reseña de domingo mientras yo atrapaba los mejores gestos del Presidente para la primera página del día siguiente.

 

En los tiempos de la democracia los presidentes no resultaban distantes para los periodistas. El poder era franqueable para los reporteros. Aun después de chocar dos copas, durante los 40 años de democracia los medios desnudaban al poder, mientras los gobiernos intentaban impedirlo. Periodistas, medios y Gobierno sabían que cada quien tenía su rol en ese juego de la información que se jugaba en la cancha de la democracia.

 

Francisco Olivares

folivares10

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