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Los sucedáneos de la izquierda, bluf

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Los sucedáneos de la izquierda, bluf

 

 

 

Desconfío de las escuelas de Letras, sean católicas o librepensadoras, y de los políticos que se dicen de izquierda. Sospecho de los centros de enseñanza literaria desde bachillerato. El excelente profesor que nos enseñaba matemáticas y hacía esfuerzos por mantener en alto el número de estudiantes aplazados se ufanaba de haberse graduado en Letras en la esquina de Jesuitas y se lamentaba de haber pasado varios años, ya olvidé cuántos, escribiendo en verso Doña Bárbara –sí, la obra cumbre e inigualable de Rómulo Gallegos– sin que alguna editorial seria hubiese mostrado interés en su publicación. Tuvo que pasar una década o más, además de tantos otros portazos de los editores en la cara, para que se diera cuenta de que “un bongo remonta el Arauca” estaba muy bien como estaba y era absurdo ponerlo en versos alejandrinos, que la literatura no es asunto de reglas ni de hipotenusas.

 

 

 

Reapareció mi recelo después de que los tunantes de la Escuela de Letras de la UCV lanzaran aquel manifiesto en el que le juraban al camarada Cervantes que su muerte sería vengada. Un acto de prestidigitación publicitaria. Nunca lo vengaron, apenas se apropiaron de una consigna política que usó la insurrección castrista contra la democracia que sustituía la dictadura desarrollista, comisionista y asesina de Pérez Jiménez. El tiempo demostró que nada tenían en la bola, que estaban más cómodos persiguiendo ideas que generándolas, de ahí que casi lincharon al camarada Pablo Neruda y al amigo invisible Arturo Uslar Pietri, y que lanzaran a la hoguera, a 451º Fahrenheit, Del buen salvaje al buen revolucionario de Carlos Rangel, lo mismo que otros más científicos hicieron con el manual de Telmo Romero, el brujo tachirense que recomendaba “inyectar” agua fría en el cerebro para curar la bipolaridad y la epilepsia.

 

 

 

Mi desconfianza tomó bríos cuando un colega que estudiaba Letras en la UCV y cubría boxeo me pidió en préstamo una novela de Thomas Mann “para ficharla”. Nunca dijo “leerla”. Tampoco nunca se interesó por A. J. Liebling, The Sweet Science, ni por El combate de Norman Mailer. Siempre que lo veía escribiendo me acordaba del famoso frasquito de Betulio González y de la sustancia que el Dragón Chino les echaba en los ojos a sus oponentes de la lucha libre. Mentiras, teatro.

 

 

 

Con los políticos de izquierda la aprensión no ha tenido recaídas, al contrario. Antes de que empiecen los insultos y descalificaciones aclaremos qué es un político, un periodista, un intelectual, un artista o cualquier ser vivo que se denomine de izquierda. Fundamentalmente, son seres con gran sentido de la oportunidad para hacer silencio, mutis, y que suponen que la dialéctica es ir saltando de un cargo a otro mientras toman el poder, cuando su cambio será definitivo y permanente, el caso de Desirée Santos o José Vicente Rangel.

 

 

 

Quizás lo prudente sea callarse los nombres, todos saben quiénes guardaron silencio ante las tropelías de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, pero ¿qué hizo Henri Falcón para que se le considere un paso más adelante de esa antigualla que es el socialismo del siglo XXI o esa farsa que es el “bolivarianismo” de los hermanos Castro Ruz? La lista que encabezan Eduardo Semtei, Felipe Mujica, Leopoldo Puchi y sucedáneos no es precisamente de héroes ni de gente que ha aportado ideas al debate; su heroicidad ha sido flotar, mantener viva su llamita. ¿Qué hicieron distinto siendo ministros o adláteres de Chávez?

 

 

 

Ahora los parlamentarios de izquierda “que hacen vida” en la Asamblea Nacional se han juntado con algunos socialdemócratas de orilla para fabricarle una fracción parlamentaria a Leocenis García, de largo prontuario “periodístico” y palangrístico. Se dicen de izquierda, igual que Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello, Pedro Carreño, Freddy Bernal, Aristóbulo Istúriz y el filósofo Darío Vivas; y, como ellos, tampoco denuncian que el CNE no ha cumplido las garantías de transparencia ofrecidas para las elecciones del 20 de mayo. Siguen ahí calladitos, sin importarles que los venezolanos mueran de mengua, Earle Herrera. Sin efectivo ni sencillo, pero mucha vaina que vender.

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

 

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