Los presos de Chávez
septiembre 1, 2013 8:40 am

El título de este artículo puede confundir a algunas personas que piensan que voy a escribir sobre el espinoso tema de los presos políticos. He manifestado mi opinión sobre la necesidad de que el Gobierno dé fin a ese tema. No voy a entrar al fondo del asunto. Simplemente, el país necesita integración, apertura, respeto a la disidencia y también compasión. Ojalá que Iván Simonovis y otras personas en circunstancias similares puedan retomar sus vidas lo antes posible, lo que sería una decisión relevante para la paz y la reconciliación nacional.

 

Pero el objetivo de mi artículo no es el tema de los presos políticos, sino el de los presos de Chávez o más bien, de la popularidad de Chávez: Maduro y Capriles.

 

Cuando en julio le preguntamos a la gente cómo evaluaba la gestión de Chávez por el bienestar del país mientras fue presidente, nos conseguimos con un 72% de respuesta positiva. Si lo comparamos con las evaluaciones de gestión de Maduro y Capriles en la misma fecha, vemos que el Presidente fallecido les lleva la bicoca de 25 puntos porcentuales a cada uno, un drama para el liderazgo existente.

 

Chávez tuvo en vida largos períodos con evaluaciones de gestión inferior a la que tiene hoy, pero al morir, retomó su pico y es enterrado en medio de grandes manifestaciones de cariño genuino del pueblo, que lo elevó en popularidad, dejándolo como una especie de James Dean o Marilyn Monroe, fallecidos en el esplendor de sus vidas y convertidos en leyendas idealizadas que perduran en el tiempo.

 

Uno podría pensar que eso conviene a Maduro, pero la realidad es que está preso de la popularidad de su tutor. Por un lado, las comparaciones son inevitables. Maduro no es evaluado solo por su gestión individual sino en relativo al monstruo político que era Chávez y la relativización no es buena para él, ni le da grados de libertad. Por otra parte, resulta evidente que el país requiere cambios urgentes para rescatar los equilibrios perdidos. Maduro parece entender mejor que Chávez muchos de esos cambios necesarios, pero su escaso margen político y la posibilidad de que los radicales se aprovechen de las diferencias entre su gestión y la de Chávez para atacarlo lo restringe y coarta en la toma de decisiones modernizadoras indispensables, algo que luego pagará (y pagaremos) con creces en el deterioro económico, que hoy solo nos muestra la punta del iceberg. El ataque que más temerá Maduro es el que une a los opositores con los radicales chavistas: «Maduro no es Chávez» y está preso de esa realidad.

 

Pero no es solo un problema de Maduro. Capriles también queda restringido en su acción. ¿Se imagina luchar políticamente contra una percepción positiva, congelada e idealizada por 7 de cada 10 electores? Para el líder de la oposición, resulta evidente que su lucha debe focalizarse en el ataque a Maduro y nunca a Chávez, un muro contra el que se estrellaría estrepitosamente y al que no puede tocar ni con el pétalo de una rosa.

 

Pero no es fácil liberarse de los fantasmas, solo por no nombrarlos. Maduro no tiene la evaluación de Chávez, pero el Gobierno es chavista y recibe una cuota parte del soporte de su líder fundador, su ideología y su base de soporte duro. Cuando Capriles ataca al presidente diciéndole que «Maduro no es Chávez» entra en una notable contradicción: ¿quiere decir que Chávez era muy bueno? ¿Y entonces por qué lo adversaba y atacaba cuando estaba vivo? Como verán, tampoco Capriles es libre y tiene que trabajar con pinzas para concentrarse en Maduro y su gestión de gobierno, evitando a toda costa enfrentar al enemigo más fuerte, el de fondo, el más peligroso, quien todavía está aquí, marcando la agenda… aún no estando.

 

luisvicenteleon@gmail.com

Por Luis Vicente Leòn