Los dilemas de la MUD

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Los dilemas de la MUD

 

 

“La libertad es como la vida, solo la merece quien sabe conquistarla todos los días”.

Goethe

 

 

I

Cualquier análisis que se quiera hacer, cualquier estudio cuasi postmortem sobre el actual régimen –hoy fallecidos tanto el líder como el movimiento original, y convertido este último en unos restos putrefactos bajo el control de unas aves de rapiña que están defendiendo sus privilegios y conquistas a sangre y fuego- debe partir del hecho esencial de que para el chavismo, desde sus inicios, la mayoría de los venezolanos nunca fuimos merecedores del estatus moral. Para ellos, totalitarios en su médula, somos cosas, objetos, piezas prescindibles sin mayor remordimiento.

 

 

 

El chavismo es un movimiento inhumano. Como ha demostrado la accidentada experiencia de la “Mesa de Diálogo”, ni siquiera la intermediación del Vaticano ha logrado humanizarlos.

 

 

 

Para hacer política eficaz contra un adversario totalitario hay que reconocer y asumir su faz existencialmente anti-democrática, precisar su naturaleza. El chavismo, como movimiento con objetivos totalitarios es real, no es una ficción, ni está sacado de los libros de historia. Y su acción, que la mayoría de las veces luce azarosa, incapaz o torpe responde a un plan consistente, basado en no entregar el poder y consolidar la dictadura.

 

 

 

Es necesario asimismo conocerse a sí mismo, saber dónde se está parado, tener presentes debilidades y fortalezas. La MUD es más, mucho más, que la suma de sus partes, pero depende del comportamiento de las mismas para su existencia y fortalecimiento.

 

 

 

Digámoslo sin rodeos: la MUD ha sido el paraguas salvador que ha servido para proteger contra la intemperie a toda una serie de movimientos, organizaciones y partidos que lamentablemente por sí mismos no han tenido un reconocimiento vigoroso de la sociedad. Lo dicen, desde hace años, las encuestas, y se nos muestra día tras día en la realidad de los acontecimientos.

 

 

 

Un reto urgente que tienen los partidos –superando su propia crisis interna- es lograr que las mayorías nacionales, profundamente anti-gobierno, asuman posturas decididamente pro-democráticas. Hacer  el paso del “anti” al “pro”. No se es demócrata por ser crítico del régimen. No basta.

 

 

 

Hay que superar asimismo el síndrome “aquí no ha pasado nada”. Se cometen errores de bulto, y como si nada. Los errores e improvisaciones en la Mesa de Diálogo –como la evidente falla en la representación escogida- están a la vista de todos.

 

 

 

Nada le hace más daño a la credibilidad de un movimiento político que las posturas irresolutas, vacilantes y zigzagueantes.

 

 

 

Lo cual nos lleva al problema de la crítica, y las reacciones a la misma. Algunas personalidades partidistas poseen una piel peligrosamente sensible a los rayos solares de la crítica democrática. Entendemos que hay muchos tirapiedrismo y voluntarismo desatado. Pero el libre y plural ejercicio de la crítica es una pieza central del mecanismo institucional democrático. Y la verdadera crítica democrática exige además tener capacidad y disposición para la autocrítica.

 

 

 

Entre demócratas, todas las preguntas, las diversas dudas, pueden hacerse y resolverse.

 

 

 

II

 

 

 

La pregunta número uno que nos hacemos todos, más válida que nunca dada la creciente descomposición nacional, es la siguiente: ¿cómo volvemos, lo más pronto posible, a un régimen plural de partidos, que gobierna por consentimiento, en lugar de la presente autocracia, que gobierna por la fuerza?

 

 

 

Es evidente que la oposición partidista ha estado dividida al respecto de los medios. Lo está de hecho desde hace años. Lo grave, sin embargo, es que recientemente ha hecho su aparición una división al respecto de los fines. ¿Es acaso posible mantener un diálogo-como-sea con la dictadura, incluso hablando con la mayor naturalidad de la posibilidad de que Nicolás Maduro concluya su periodo? Ello podría llevar a la MUD hacia el abismo de una pérdida sostenida de legitimidad y de apoyos.

 

 

 

La dirigencia partidista, al calor de la última campaña electoral, prometió el cambio de régimen; los obstáculos y problemas que algunos aducen hoy como factores limitantes ya eran conocidos en el 2015. Más claro lo ha tenido recientemente la Iglesia Católica, como lo demuestran la carta a los dos grupos dialogantes del cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, los diversos documentos de la Conferencia Episcopal, diversas declaraciones de cardenales y obispos, o la propuesta “Larrazábal II”, del padre Luis Ugalde, poniendo el dedo en una llaga histórica nacional: la salida a la crisis incluye a las fuerzas armadas. Unas fuerzas armadas que acepten y apoyen el retorno de la democracia, porque no se trata de sustituir una dictadura por otra.

 

 

 

La ilusión de cierto liderazgo de la MUD de que la única manera de cambiar de régimen y gobierno es por la vía electoral es en sí mismo negadora de principios que caracterizan desde hace siglos el pensamiento occidental sobre la tiranía. Desde múltiples ejemplos por el lado eclesiástico, o desde los primeros pensadores de la Ilustración, como John Locke. Peor aún, hace también la vista gorda de principios establecidos en nuestras constituciones, incluyendo la última.

 

 

 

En América 2.1 publicamos este 19 de diciembre un documento (“Contra Tiranos”) publicado por el padre Ugalde en la revista SIC, y reproducido en Reporte Católico Laico, que puede leerse AQUÍ.

 

 

 

De dicha nota queremos destacar este párrafo: “Por si alguien tenía dudas, el Gobierno se ha encargado de demostrarnos su condición dictatorial y recordarnos nuestra obligación de desconocer sus decisiones antidemocráticas y cambiar el régimen. Estamos en tiempos que exigen inteligencia política, flexibilidad y valor para salir de la dictadura. Todos los demócratas, y muy especialmente sus representantes de la Asamblea Nacional y los líderes políticos, deben caminar decididos y unidos al rescate de la democracia. Tiene especial responsabilidad la Fuerza Armada en el restablecimiento de la democracia.”

 

 

 

El problema, desde la perspectiva de los expectantes ciudadanos, se agudiza y genera preocupación si aceptamos la realidad de que la MUD está dividida en el todo y en las partes. Está dividida en dos bandos, como ya decíamos, por el problema de los medios, y asimismo algunos de sus partidos están divididos al interno, en especial por el control partidista y por las aspiraciones de poder de individualidades por todos conocidas.

 

 

 

Merece también respuesta la siguiente pregunta: ¿hasta cuándo se sigue insistiendo en separar las dos tácticas, como si no fueran combinables, de “la calle” y “lo electoral” , siendo ambas parte esencial de la lucha política democrática? En su lugar, debería hacerse un replanteamiento estratégico común –sin olvidar nunca el objetivo final del cambio de régimen- con acciones tácticas que se refuercen, no que se combatan. Usar sus diferencias para fortalecerse, no para debilitarse.

 

 

 

Lo cierto es, que al día de hoy, los partidos políticos no han podido dar respuesta al delicado y primordial asunto de cómo canalizar la creciente e inevitable protesta social, cómo darle contenido político, enmarcarla dentro de la estrategia final de cambio de gobierno y de régimen. Las marchas y los cacerolazos poseen limitaciones conocidas.

 

 

 

Es evidente que dentro de la oposición partidista no se puede seguir privilegiando sistemáticamente la ambición individual sobre la toma de conciencia colectiva, la solución fácil sobre el planteo institucional, lo superficial sobre lo complejo.

 

 

 

Las razones para la lucha van más allá, mucho más allá, de las ambiciones políticas convencionales en una democracia normal: parten de la necesaria defensa de la sociedad venezolana entendida como pacto civilizatorio centrado en valores que fueron definidos en el inicio de la república por sus padres fundadores y luego reformulados en 1958, al comienzo de la mejor etapa de nuestra historia. Defensa de nuestra tierra contra las garras de una satrapía que tiene vínculos reconocidos y públicos con la dictadura más cruel que ha existido en el continente americano, la castrista.

 

 

 

III

 

 

 

Dos preguntas ineludibles son ¿por qué la dirigencia partidista, que tiene años rechazando las decisiones de un Tribunal Supremo evidentemente corrupto e ilegítimo moral, política y constitucionalmente, luego las acata? ¿Por qué, si ya está por cumplir un año en funciones la Asamblea Nacional, no se le dio prioridad al desmontaje del ilegal y corrupto aparato judicial del régimen?

 

 

 

Llama la atención también, de parte de cierto liderazgo, la insistencia de que al “chavismo” no solo debe permitírsele, sino incluso que es necesaria su presencia en una futura reorganización del sistema político criollo. hay algo de realismo en el planteamiento, pero también hay que ser firmes en señalar que el llamado chavismo solo puede formar parte del futuro político del país si se transforma en un movimiento democrático. Lo contrario, la actual satrapía totalitaria, no tiene cabida en una futura reorganización institucional de la arquitectura republicana.

 

 

 

Sería pedirle demasiado a una ciudadanía cansada de tanta injusticia, atribulada ante tanta orfandad ética. Hay un límite que la política y sus arreglos no debe intentar superar: el del sufrimiento humano después de 18 años de pesadilla.

 

 

 

Hay momentos en la lucha contra una dictadura en los cuales, si la dirigencia no tiene claridad y empatía, puede llevar a que la desesperanza gane terreno a la esperanza.

 

 

 

Por ello es extremadamente urgente que se asuma con renovada decisión la lucha en defensa de los valores civilizatorios, una lucha que impulse la solidaridad comunitaria, la unidad entre los actores de la sociedad civil y los actores partidistas, otorgando no solo legitimidad sino nobleza de objetivos, unos objetivos que permitan transformar el miedo en coraje.

 

 

Por último: los dirigentes democráticos deben asumir que hoy, por razones diversas, en el mundo Occidental el Estado, las élites y la narración democrática están en crisis.

 

 

 

Por ello, es válida la pregunta final: en la Venezuela poschavista ¿qué nos espera?

 

 

 

Los constructores partidistas de la nueva democracia –porque los constructores generales somos todos, o las bases de la casa no son sólidas- deben recordar siempre que –como recuerda Michael Ignatieff- el fundamento del Estado democrático y liberal, su cimiento legitimador, ha sido el cumplimiento de la siguiente promesa hecha a los ciudadanos: “No se preocupen, los protegeremos”.

 

 

 

Ya es hora de que en Venezuela, definitivamente, esta promesa no solo sea hecha, sino cumplida. Para ello, previamente debe tomarse urgente nota de que en la lucha contra una dictadura la única manera de hacer posible el futuro deseado es haciendo posible el presente necesario.

 

 

Marcos Villasmil

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