Buena la época para hacer balances. Pepe Mujica, presidente de Uruguay, dijo recientemente que él aspiraba a un mejor trato para los presos políticos venezolanos, con lo que hizo público uno de los secretos mejor guardados del régimen

 
Buena la época para hacer balances. Pepe Mujica, presidente de Uruguay, dijo recientemente que él aspiraba a un mejor trato para los presos políticos venezolanos, con lo que hizo público uno de los secretos mejor guardados del régimen: que aquí efectivamente hay persecución y represión política, y que los que viven esa tragedia tienen comprometidos sus derechos humanos y garantías constitucionales. Ese es el primer y más dramático pasivo que nos deja 2014, y que el gobierno de Nicolás Maduro no ha querido resolver, el cese de la represión y el uso abusivo y autoritario del poder para perseguir a los que piensan distinto y tienen una versión diferente de lo que debería ser el país. Hay un déficit de concordia, tolerancia y pluralismo que nos pone muy lejos de la práctica democrática y peligrosamente cerca de la desventura autoritaria.

El 2014 fue un año perdido para la sensatez. La economía continuó por el camino tortuoso de las conveniencias del populismo que todos estamos pagando al alto costo de una inflación que confisca cualquier expectativa de prosperidad, y de una escasez que pone a los más pobres en circunstancias francamente penosas. Mejor nos hubiera ido si, en lugar de comprometerse dogmáticamente con un tipo de cambio irreal e insostenible, y con un precio de los servicios que ha arruinado las finanzas públicas, hubiéramos comenzado un proceso de disciplina presupuestaria y austeridad pública que por lo menos le hubiera dado a los ajustes un sentido sanador y no esta sensación de ir al garete, hacia ningún lado, negándolo todo, ocultando cifras cuando no son convenientes y maquillando otras, como si el rigor no se sintiera en los bolsillos y en los afanes de la gente.

En suma, ni concordia política ni buena economía. ¿Qué nos queda entonces? Decir que el 2015 será infinitamente peor y que las tareas esenciales de un buen gobierno se les fueron de las manos al régimen. Dirigir un país no es tener un programa de TV para insultar y denigrar. Tampoco hacer “concentraciones prepagadas”. Es encarar la realidad, enmendar errores, y asumir que nadie se las sabe todas, que la gente aspira a libertades y tiene derechos a la prosperidad que ahora la ideología socialista le niega.

Vìctor Maldonado

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