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Llegó la hambruna y no sabe cha-cha-chá

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Llegó la hambruna y no sabe cha-cha-chá

 

 

 

Nunca vi a mis abuelos bailando; ella no sabía hacerlo o no le gustaba y él prefería acompañar a los músicos sonando un par de cucharillas. No había tocadiscos ni iPod y bailar con la radio no se acostumbraba. Habría sido como meterse en una fiesta ajena. Metódico y certero con los números, el abuelo sabía cómo serían las lluvias ese año y cuál sería la mejor siembra. Se iba al amanecer al campo y regresaba cuando el sol se plegaba. También viajó y fue víctima de los desastres económicos de los políticos en tierra propia y ajena. Un sobreviviente de las guerras, tanto de las que se hacen a cañonazos como las de los embustes, que son más y tienen consecuencias similares: sufrimiento y millones de muertos.

 

 

 

No conoció a Jorge Giordani ni habrían tenido nada de qué hablar, pero había sido víctima de su discurso en otras bocas y variadas circunstancias: inflación, devaluación, control de cambio, reparto equitativo de la riqueza y hasta democratización del capital. Cada una de esas palabras afectó de alguna manera su vida y también su cuerpo, que son iguales y distintos a la vez. Con la inflación y la escasez, dejó de fumar, sin café no tenía sentido hacerlo. Rompió la pipa y botó el tabaco. Las otras calamidades no fueron tan fáciles de superar, las más resultaron imbatibles.

 

 

 

Salvo en sus días de muchacho, nunca fue un militante político. Entendió y se desencantó muy rápido del socialismo; se quedó con una consigna elemental y equivocada: “Si no trabajo no como”. La verdad es otra, si no te metes en la política, la política se mete contigo, y solo para perjudicarte con las equivocaciones de los otros.

 

 

 

Fue así cuando conoció la palabra devaluación y todos sus ahorros se volvieron sereta. Ganaba bien en el puerto cargando barriles de cemento de 500 kilos; aunque se llenó de hernias y las rodillas se le desconflautaron aceptó el sacrificio por el bien de la familia, pero todo lo que tenía guardado lo perdió. Después le tocó el control de cambio y le dieron 3 lochas por la finca. A los 75 años de edad, y con 2 bastones, tuvo que trabajar otra vez como obrero, de 6:00 am a 6:00 pm, a cambio del salario mínimo, 8 bolívares diarios, poco menos que 2 dólares, con una producción mínima.

 

 

 

Hoy los obreros venezolanos, después de 20 años de retórica socialista y con las medidas económicas de Giordani, no hay que olvidarlo, ganan mucho menos de 2 dólares al mes, y poco hay en el mercado que cueste por debajo de 50 centavos de dólar. El remedio, no la solución, es una caja con unos pocos productos de mala calidad que no sacian el hambre de nadie y enriquecen a los pocos de siempre.

 

 

 

Los que sustituyeron a Giordani como cerebro económico tampoco leyeron a Marx ni saben mucho de economía, son marxistas creyentes: rezan para que Dios provea. Ignorantes. En su histórico nominalismo insisten en que basta no nombrar los problemas para que estos desaparezcan o se invisibilicen.

 

 

 

Salvo la tardía y costosa medida de quitarles tres ceros a los billetes, ninguna otra decisión o idea se le ha escuchado a la camarilla asida al poder. El anuncio de que los mercados municipales pasan al control de los consejos comunales es como cantar “Bella ciao” en la selva a medianoche, no espanta los miedos y los tigres identifican dónde está la presa. Si desconocen cómo funciona el capitalismo, la ley de la oferta y la demanda; si su propia actividad de enriquecimiento es tramposo mercantilismo, mucho menos saben de producción socialista. Nunca la estudiaron. Si hubieran hecho la tarea se habrían dado cuenta de que es una gran equivocación, que hasta las novelitas de Corín Tellado tienen más lógica.

 

 

 

Teniendo los testimonios de la Unión Soviética, de la China de Mao, del rotundo fracaso cubano, que de ser el primer productor mundial de azúcar pasó a sobrevivir con “carne” enlatada rusa, estos teóricos de bulín escogieron el peor de todos los caminos: el hambre, la miseria, la desolación y la ruina absoluta del país. No tienen cerebro, ni perdón, solo agallas para robar. Sin inventario ni efectivo.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

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