“Llegaste muerto de Cuba”
octubre 27, 2013 5:32 am

Penúltimo capítulo de mi libro “Chávez: un mito efímero» que aparecerá en diciembre en la editorial “Libros Marcados”.

 

La frase del título fue pronunciada la mañana del viernes 15 de marzo por el general, Jacinto Pérez Arcay, en el momento de despedir a su discípulo y amigo, Hugo Chávez, minutos antes que su féretro fuera trasladado, de la Academia Militar, al llamado “Cuartel de la Montaña” donde la esperaba una tumba abierta que guardaría sus restos mortales hasta “el fin de los días”.

 

Depositarlo en el “Cuartel” fue un gesto irónico, porque fue allá, precisamente, en el entonces llamado “Museo Militar”, donde Chávez se atrincheró durante la intentona golpista del 4 de febrero del 92 y se negó a movilizar las tropas bajo su comando para auxiliar a sus compañeros de armas mientras eran masacrados en la toma del Palacio de Miraflores.

 

Pero había algo más paradójico: en el “Museo Militar”, llamado ahora “Cuartel de la Montaña”, fue donde Chávez se rindió ese mismo día, llamando al resto de los oficiales que, si había triunfado en sus objetivos, a que “entregaran las armas”

 

En cuanto a la frase del general, Pérez Arcay, pudo pasar como resultado de los desvaríos de un “maestro” sensiblemente afectado por la partida de un alumno al que consideraba “su hijo”, y siendo como era, un oficial famoso por sus “desvaríos”, no costaba tomarlo como otro más, únicamente que dada la circunstancia en que fue dicha, y la clase de relación que unía a los dos hombres, es indefectible que llegó para avivar el fuego del rumor de que Chávez no había muerto en Caracas, sino en La Habana, y no en la fecha que se dijo, sino un mes antes.

Pero más que sobre los rumores, la frase de Pérez Arcay llegó para incidir en la discusión sobre el extraño papel jugado por el gobierno cubano, y más específicamente, por los hermanos Fidel y Raúl Castro, en la enfermedad y muerte de Hugo Chávez, los cuales, desde que fue diagnosticado de cáncer, se adueñaron de lo que le quedaba de vida, y después, de su muerte y sucesión.ç

 

Sus razones tenían, pues, luego que a raíz de los sucesos del 2002, 2003 y 2004, Chávez fue casi ejectado del poder, los convierte en su aliados fundamentales, negocia con los Castro una asistencia macro en lo militar, policial y social, a cambio de que los petrodólares venezolanos sustituyeran a los rublos rusos en la sobrevivencia de la anacrónica y mohosa revolución cubana.

 

El comandante-presidente delira con el pacto, pero en el entendido de que el jefe del gobierno y la revolución cubana era Fidel, y el del gobierno y la revolución venezolana es él, Hugo Chávez, y los dos podían compartir el liderazgo de la revolución latinoamericana y mundial.

 

Pero los caudillos llegan aún más lejos, pues se proponen la creación de una sola república con Cuba y Venezuela como estados, o provincias, o naciones, con una presidencia pro témpore que sería ejercida un año por Fidel y otro Hugo.

 

Tablero en el cual, una pieza llamada Raúl Castro, no cuenta para nada, salvo para ser el ministro de la Defensa de uno u otro presidente, o de ninguno.

 

El sueño, sin embargo, dura poco, pues Fidel cae gravemente enfermo en julio del 2006, es separado de la presidencia y su sustituto, Raúl, tiene que habérselas con un Chávez que piensa que es él, el verdadero y único heredero de Fidel; y Chávez se enfrenta a un Raúl Castro que jamás aceptaría ponerse bajo el mando de un venezolano parlanchín que, aparte de tener petróleo, no le ha dado otro aporte a la revolución.

 

Los dos hombres, sin embargo, se necesitan, tienen que soportarse, pero sin duda que sin perderse de vista y en espera de la próxima jugada que establezca quién termina colocándose bajo las órdenes de quién.

 

La incógnita empieza a despejarse entre el 10 y 30 de junio del 2011, cuando Chávez es diagnosticado de cáncer de pelvis en La Habana y Raúl Castro decide apropiarse del resto de sus días, conducirlo a una muerte lenta pero segura, pero no antes tramar de que el sucesor de Chávez sea de la más absoluta confianza de Raúl y Fidel.

 

El juego, entonces, no puede lucir más cerrado a favor del menor de los Castro: continuar percibiendo la gigantesca ayuda que le llega de Venezuela…pero sin Chávez.

 

Ello explicaría porque el gobierno cubano, una vez que el teniente coronel de Sabaneta es diagnosticado de un sarcoma, lo convierte en un prisionero o rehén de las autoridades isleñas, las cuales lo embaucan con el cuento de que tienen la cura para su enfermedad, mientras lo empujan al calvario de operaciones y tratamiento que jamás dan resultado, para al final presentársele con un cartelito: FIN.

 

En el intertanto -un año, 8 meses y 6 días que van del 10 de junio del 2011, al 6 de marzo del 2013- el gobierno cubano jamás permite que el equipo médico que lo atiende presente un informe del origen, naturaleza y evolución del mal, o males que lo aquejan, del resultado de sus operaciones y tratamientos, y mucho menos, si dado el fracaso de la medicina cubana, convenía ser tratado de manera alternativa en otro país.

 

Pero lo más grave es que el gobierno venezolano, los hombres que sustituían a Chávez en las funciones de gobierno, también guardan silencio, participando o haciéndose cómplices de una conspiración contra el mandatario nacional.

 

En otras palabras: que lo poco que se sabe de la enfermedad del doliente, es lo poco que revela él mismo, diciendo unas veces que padecía de un grave problema de salud, otras que estaba curado, pero nunca entrando en detalles, especificando, por ejemplo, qué clase de cáncer lo afectaba, ni en qué medida avanzaba, o retrocedía.

 

Tampoco revelando los nombres de los médicos cubanos y venezolanos que lo atienden, y mucho menos, dando a conocer sus curriculum, de modo que la opinión opinara si estaban o no en capacidad de devolverle la salud.

 

Otro hecho de la mayor relevancia, es que jamás se publican fotografías, ni videos, ni cualquier otro testimonio gráfico, de las instalaciones clínicas y hospitalarias donde atendían al paciente, como tampoco la clase de fármacos que le medicaban.

 

Para decirlo en breve: todo un secreto de estado, de arcano que preserva las claves de una siniestra conspiración y que quizá solo vino a conocerse la noche del 8 de diciembre del 2012, cuando Chávez anunció a sus compatriotas que marchaba a La Habana a realizarse una cuarta operación de la cual posiblemente no regresaría, y que, en ese caso, su sucesor sería Nicolás Maduro.

 

Nicolás Maduro…un personaje de la tercera o cuarta fila de la revolución, que conoció un ascenso vertiginoso según fue sellándose la alianza cubano-venezolana, que como canciller solo se distinguió por cumplir obedientemente las órdenes del comandante-presidente, y del cual, empezó a decirse, a raíz de su designación, que desde finales de los 80 mantenía vínculos con la inteligencia isleña.

 

No fue, sin embargo, lo más singular, misterioso y enigmático que le ocurrió en aquellos 84 días que le quedaban de vida al presidente de Venezuela, pues luego de la cuarta y última operación que le practican tan pronto llega a Cuba el día 11, lo desaparecen totalmente de la vista del público, no vuelven a conocerse imágenes, ni audios de su persona, y a los presidentes sudamericanos que se presentan a La Habana a darles muestra de solidaridad y enterarse de su salud, le es negado el acceso a las instalaciones clínicas y hospitalarias donde lo tratan.

 

Solo Maduro, el canciller Elías Jaua, y las hijas del presidente dicen haber estado con él unas pocas veces, dan partes de lo más contradictorios sobre su estado de salud, y al final anuncian que regresará a Caracas el lunes 2 de febrero.

 

Llegó y fue internado en el octavo piso del hospital militar “Carlos Arvelo” de Caracas, donde, al igual que en La Habana, solo se permitió que Maduro, Jaua y sus hijas tuvieran acceso a su persona.

 

Del resto, ni imágenes, ni palabras, volvieron a oírse del Primer Mandatario que más había hablado en la historia del país.Y debió ser por eso que al general Pérez Arcay se le escapó la frase: “Llegaste muerto de Cuba”.

 

Pero hay otra que conviene tener en cuenta, y es la del general, José Adelino Ornella Ferreira, jefe de la Guardia Personal del moribundo, quien testimonia que lo oyó decir en los minutos finales: “No me dejen morir, no me dejen morir”.

 

Manuel Malaver