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Liderazgo post pandemia

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Liderazgo post pandemia

 

Además de la salud, la vida y la tranquilidad, una de las cosas que el coronavirus afectó, de una manera determinante y que aún no se sabe cómo se repondrá, es el liderazgo político, que a su vez arrastra la credibilidad de los partidos, ya de por sí muy deteriorada. El futuro de estos dos temas, liderazgo y partidos políticos rondan en la mente y en la preocupación de los analistas políticos.

 

 

 

Estamos ante una situación límite de la humanidad –como la definiría el filósofo Karl Jaspers, hace ya más de un siglo– en la que no basta con el conocimiento científico para luchar contra la pandemia, sino que requiere fuerza y determinación para enfrentar algunas de las secuelas que, en lo político, social, cultural y económico, nos va a dejar la situación que atravesamos. Eso implica evaluar dos de los instrumentos políticos con los que contamos: líderes y partidos. Retomaré en una próxima ocasión el tema de los partidos, pero ahora reflexionaré sobre algunas ideas con relación al otro termino de esta ecuación, el liderazgo.

 

 

La precariedad del liderazgo político mundial, con honorables y honrosas excepciones, hace que muchos de los líderes se hayan refugiado en una mayor centralización del poder, en autoritarismo, en un exacerbamiento del poder del Estado que muchos tememos que ponga en peligro la libertad y los derechos individuales que en otro momento no se hubiera ni aceptado. Y no hablo de Venezuela, en donde la violación de los derechos humanos y libertades y el autoritarismo se ha entronizado desde hace varios años, mucho antes del coronavirus.

 

 

A nivel internacional, hoy es frecuente echar de menos a grandes líderes del pasado y pensar en cómo habrían enfrentado esta situación. Se invoca a sus características de visionarios, de haber sido líderes confiables, creíbles, seguros, que inspiraban a sus pueblos, dotados de ingenio y de propuestas esclarecedoras, con capacidad de sacrificio, disposición a correr riesgos y de renunciar a sus metas particulares e inmediatas –usualmente electorales–; en fin, se piensa en todas las cualidades con las que en los libros se adornan a los líderes. Pero, se dice resignadamente sobre los de ahora que estos son los bueyes con los que nos tocó arar. Y así es.

 

 

Nuestro problema en Venezuela es que, dada nuestra tradición caudillista y autoritaria exacerbada los últimos 21 años, al líder autoritario le queremos oponer uno de la misma raigambre; y nos desesperamos si no aparece a tiempo. Es común que en épocas de crisis busquemos al líder equivocado. Al que tiene las respuestas en el bolsillo, las decisiones, la fuerza y un claro panorama de cuál es el futuro que nos espera; alguien que nos diga de manera clara a donde ir y que convierta en simples algunos de los complejos problemas que confrontamos. Este es un estilo de liderazgo, producto de la imagen que el venezolano tiene de la sociedad en la que vive. Me niego a aceptar este tipo de líder para la sociedad democrática y moderna que queremos construir y con la que queremos reemplazar este régimen de oprobio.

 

 

No podemos desaprovechar esta oportunidad, única, para soñar con otro tipo de líder. Tenemos que abandonar el estilo de liderazgo que hemos arrastrado por años, ese que se ha destapado con sus peores muestras durante esta pandemia; ese que deja de lado la consulta a los ciudadanos y se refugia en el autoritarismo, en imponer su voluntad y sus intereses inmediatos.

 

 

Aprendimos del modo más cruel posible que aquella idea de Marshall McLuhan de que vivimos en una “aldea global”, es una realidad. No será posible superar los graves problemas de la humanidad –como el que ahora vivimos– con más aislamiento, sino con mayor integración, mayor comunicación, más globalización; y eso requiere de profundizar algunas relaciones y sobre todo de líderes capaces de impulsar nuevas ideas.

 

 

Debemos aspirar a otro estilo de líder, diferente al que hemos estado viendo. El líder que necesitamos es el líder que nos rete a movilizarnos, a confrontar los problemas; un líder que mida su éxito en el progreso que alcancemos en la resolución de los problemas. Un líder que interactúe, que nos influencié y se deje influenciar por nosotros. Un líder que se defina más por la actividad que desarrolla, que por su posición en la estructura social u organizativa que detenta. Necesitamos líderes que negocien conscientes de que hay múltiples intereses en juego y que todos deben ser atendidos, pero sin caer en la componenda y en el arreglo para mantener cuotas de poder. Estamos en la búsqueda de ese tipo de líder y esperamos que tras la pandemia se pueda imponer.

 

 

Aterrizando ahora en Venezuela, ¿Es posible aspirar hoy a ese tipo de liderazgo tras un año como el 2019 que para muchos fue de frustraciones políticas? Si la única manera de enfrentarse a los retos post pandemia y a un régimen como el que nos agobia es mediante un liderazgo –o una organización– que pueda nuclear a su alrededor otros intereses, tal parece –es el sentir mayoritario al menos– que desgraciadamente no lo tenemos en este momento; hay que construirlo mostrando coherencia y constancia pues lo más grave es que tenemos en nuestra cultura política y valores enraizados, una serie de vicios, entre ellos la mentalidad autoritaria y caudillista.

 

 

Queremos un nuevo tipo de liderazgo que nos pueda llevar a un mundo distinto y sí ahora no podemos lograr ese líder, de manera completa y cabal, debemos ayudar a que nuestro liderazgo político actual se consolide exigiéndole que ponga los pies sobre la tierra y nos proponga metas alcanzables, a partir de las cuales nos podamos organizar para ir construyendo la opción de sociedad que queremos. ¿Es posible esto? ¿Estará el liderazgo actual a la altura de ese desafío? Ese es el reto, en el cual debemos apoyar a nuestros líderes políticos actuales a emprender ese camino, pues muchos de ellos se han jugado mucho. Que no caiga en el vacío ese esfuerzo.

 

 

Volveré la próxima semana con el tema de cómo se compagina esto con los partidos políticos que debemos construir y el aporte que puede hacer la sociedad civil al respecto.

 

Ismael Pérez Vigil

 

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