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Libertad sin entrelíneas

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Libertad sin entrelíneas

Un ataque terrorista que mata a doce personas, entre ellas a diez periodistas, y causa heridas de consideración a ocho más no es un simple y condenable atentado, como ha pretendido enunciarlo el periodismo oficialista, ese que ahora está dirigido por antiguos dirigentes gremiales que en la era republicana se construyeron un prestigio y un nombre rasgándose las vestiduras, viajando gratis a congresos internacionales y recibiendo condecoraciones de los gobiernos que criticaban, no cárcel, destierro y torturas. Compare con el retrato actual.

 

En el país se ha impuesto una monarquía absolutista y autoritaria en el nombre del socialismo del siglo XXI, que los más blasfemos enlazan impúdicos con algunos de los sueños del joven Marx y procuran desentenderse de las complicaciones de El capital, y de la advertencia de que era imposible llegar al socialismo sin que se hubiese desarrollado plenamente el capitalismo. Marx nunca habló de saltos cualitativos, ni es el autor de esa alquimia filosófica que pretende obtener oro y felicidad de las miasmas de un campo de concentración, como se empeñaron Lenin y Stalin. Al contrario, defendió los derechos humanos como cualquier occidental ilustrado.

 

El sistema político instaurado repite el modelo de Cuba y de Corea del Norte. No gobierna el colectivo, sino una camarilla en la que se entretejen los más variados intereses y delitos; el nepotismo y el peculado son los más recurridos pero no necesariamente los más graves. Tiene muchos vínculos con las etapas más oscuras de la humanidad, pero no con el tercer milenio. Ni en Asia ni en el Medio Oriente, por nombrar dos regiones geográficas, el desarrollo civilizatorio marcó en los genes de su población el respeto de los derechos humanos; o, peor, nunca los reconocieron, su presunta adhesión es una morisqueta.

 

Como ni la libertad de expresión ni de pensamiento son parte de su ideario ni de su práctica para construir una “sociedad perfecta”, no se escandalizan porque tres disociados hayan asesinado a los responsables de una publicación que satiriza las creencias religiosas, ni siquiera porque fueron gente de izquierda, civilizada claro, no matones con metralleta. Obviamente, ahora y después los compañeros de viaje son prescindibles, como lo fueron para los criollitos que tanto dijeron estar comprometidos con la libertad de expresión. Ahora guardan silencio. Son cómplices en el asedio a periodistas y medios, y responsables de ese periodismo bobo que despide caricaturistas y anuncia a tambor batiente que los días tienen 24 horas y la Tierra es redonda. Cerrado por duelo.

 

Ramón Hernández

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