Las sanciones: lamentables e inevitables
febrero 20, 2020 10:08 am

 

 

Las sanciones que los factores de poder internacional –Estados Unidos, la Unión Europea, el Grupo de Lima- están aplicándole al gobierno de Nicolás Maduro, no constituyen ninguna victoria de la oposición. En realidad, representan el signo de la decadencia de un régimen que optó por atornillarse al poder, aunque esa obsesión siga causando el aislamiento y la destrucción del país. No celebro que los norteamericanos hayan sancionado a Pdvsa y, ahora, a Rosneft Trading, mampara utilizada por Maduro  para colocar en el mercado internacional el crudo que producido en el país, para de ese modo evadir las sanciones aplicadas por la administración de Donald Trump. Todo esto me parece una tragedia que daña a la nación.

 

 

Venezuela pasó, gracias a la ambición desmedida del madurismo –y antes, del chavismo- a ser el tablero en el que se juegan los intereses geopolíticos de los Estados Unidos y Rusia, las dos principales potencias militares del planeta. Reducida la capacidad de compra de los petrodólares y venida a menos la influencia de la dictadura cubana, Maduro optó por aferrarse al cinturón de Putin para sobrevivir en medio del cerco que lo asfixia. El autócrata ruso decidió competir con Trump en el terreno que los norteamericanos han considerado su área de influencia desde el siglo XIX.  La osadía de Putin colocó el conflicto en una zona peligrosa: los gringos no permitirán impunemente que Putin expanda su influencia en América Latina, utilizando como punta de lanza a Venezuela,  ubicada en una zona clave.

 

 

Los Estados Unidos no desean intervenir militarmente a Venezuela. No lo consideran conveniente porque no conseguirán el apoyo de sus principales  aliados internacionales: la Unión Europea, Colombia y Brasil. Tampoco están ganados para abrir una línea de confrontación con la mayoría de los gobiernos de la región, que sin duda se opondrían a una intromisión violenta. Sin embargo, no aceptarán que los rusos, los cubanos, los guerrilleros colombianos y grupos extremistas del Medio Oriente, sigan desplazándose por el territorio venezolano, como si estuviesen en sus propios hogares. Quienes promovieron la invasión extranjera  fueron los chavistas y los maduristas. La incursión cubana, bielorrusa e iraní comenzó hace veintiún años, cuando Hugo Chávez ascendió al poder. Luego, con Nicolás Maduro, esa presencia se ha hecho más avasallante con el arribo de los chinos, los turcos y los rusos.

 

 

Estos últimos, con la excusa de asistir y adiestrar a los militares venezolanos en el uso de las armas que el gobierno les compra, se han instalado en Venezuela. Desde hace dos década el régimen renunció a la soberanía nacional y se entregó en los brazos de países extranjeros. A partir de 2015, cuando Maduro perdió la Asamblea Nacional por mayoría abrumadora y vio cerca su final y el de la era chavista, optó por profundizar sus alianzas estratégicas con esos países, privilegiando la cercanía con Rusia. Su interés de atornillarse a Miraflores coincidió con el proyecto expansionista de Vladimir Putin. Por esta convergencia de intereses objetivos, el nuevo zar de Rusia ha respaldado todas las arbitrariedades cometidas por Maduro. Avaló la ‘institucionalidad’ madurista: el TSJ presidido por Maikel Moreno, creado en diciembre de 2015; la asamblea nacional constituyente, presidida por Diosdado Cabello; las elecciones de mayo de 2018, cuando Maduro fue reelecto, y causa fundamental de la insondable crisis  política y económica que vivimos. La anexión a las aspiraciones expansionistas del caudillo ruso y la tutela militar del nuevo imperialismo a Maduro, han sido recompensadas con la solidaridad automática de Putin a todos los atropellos al estado de derecho perpetrados por el régimen venezolano.

 

La aspiración de Maduro de permanecer en el poder se complementa con el deseo de Putin de convertir a Venezuela en la plataforma de lanzamiento de su proyecto imperial en Latinoamérica. Putin necesita tiempo para que el plan se consolide. El régimen autoritario liderado por Maduro, también. Es ideal: desprecia la alternancia en el poder y las elecciones libres, al igual que su tutor.

 

 

Este panorama geopolítico lo ven despejado los países aliados de la democracia venezolana. Por ahora, han desechado la incursión militar. Lo que no han descartado, ni descartarán, son las sanciones contra el gobierno de Maduro. El objetivo luce claro: aislarlo, cercarlo, debilitarlo, hasta obligarlo a ceder en lo único que le exigen: que convoque unas elecciones presidenciales justas y competitivas, con la presencia de supervisores internacionales.

 

 

Maduro se refugió en la cápsula que le fabricaron los rusos. Basta que Putin, con su frío pragmatismo, se convenza de que el costo de ese apoyo resulta mucho alto que la ganancia, para que el jefe del Psuv quede guindado de la brocha. En ese momento solo dependerá  de la fortaleza que le brinden los militares, quienes en la Venezuela actual piensan más con las manos en los bolsillos, que con las manos en el corazón.

 

En términos muy comprimidos, este el cuadro actual. Las sanciones resultan lamentables, pero serán inevitables mientras Maduro se niegue a convocar elecciones presidenciales libres.

 

 

@trinomarquezc