La voz de mando
diciembre 6, 2013 7:40 am

Seguramente usted, que lee estas líneas cuando estamos apenas a horas de realizarse las elecciones municipales, ha escuchado todos los argumentos a favor y en contra de votar. Está harto de cantaletas, campañas, eslóganes, cuñas, llamadas, panfletos, vallas, volantes y demás parafernalias. Está hastiado de los mensajes del CNE. Puede sin embargo que usted aún dude. Y se hace las preguntas de siempre: ¿para qué, por qué, por quién, de qué sirve? No voy a asfixiarlo con argumentos que aburren a morir y que no le convencen. Creo que usted, como todos los ciudadanos, tiene derecho a decidir. Al fin y al cabo, usted de idiota no tiene ni un pelo y sus quejas tienen fundamento. Como yo le respeto, prefiero narrarle la historia que me contó una buena amiga.

 

Todo ocurrió no hace mucho en Colombia. Había elecciones de autoridades municipales. En una de las circunscripciones, la guerrilla aterrorizaba a la población. Velada y abiertamente amenazaba a los votantes con lo que podría pasarles a ellos, a sus familias y a sus bienes si se atrevían a apoyar al candidato contrario a ese que los guerrilleros habían decidido sería el próximo alcalde. En el aire podía sentirse el miedo.

 

Tres días antes el organismo electoral dispuso todo el cotillón. Las Fuerzas Armadas y policiales se desplegaron en los centros y las adyacencias. Los guerrilleros continuaron en su estrategia de terror. Pero además quince días antes arrancaron un operativo de regalar radios, televisores, lavadoras, tanques de agua, bloques, techos de zinc, sacos de cemento y cuanto podamos imaginar. Es decir, la táctica del garrote y la zanahoria.

 

Y llegó el día fijado para el comicio. Las mesas abrieron con retraso. Los miembros de mesa faltaban y las colas de electores eran cortas, muy cortas. Todo indicaba que los guerrilleros tendrían éxito y su candidato ganaría pues los votantes que podrían convertir al candidato democrático en el triunfador de la contienda no acudían. La abstención convenía al candidato de la guerrilla. En Colombia los centros electorales cierran por ley a las 4 de la tarde. A las 11 de la mañana todo comenzó a cambiar. En el pueblo comenzaron a abrirse las puertas de las casas. Las personas se reunían en grupos y en silencio caminaban hacia los centros. Una vez ejercían su derecho a elegir, esperaban que todos los que estaban en la cola votaran. Se movían en grupos. No se iban a sus casas. Se concentraban en plazas e iglesias. Los guerrilleros los miraban pasmados, sin atinar a decidir qué hacer.

 

A las 4 de la tarde, cumpliendo la normativa, los centros electorales cerraron. Y comenzó el procedimiento marcado por la ley. Y se inició el conteo. La primera sorpresa fue la participación; más del 65% de los electores habían acudido, un cifra récord en comicios de esa circunscripción. La segunda sorpresa fue que el candidato de los guerrilleros había perdido por 24 puntos. Los demócratas le habían dado una paliza. Habían derrotado al miedo. Ese municipio exhibe hoy la cifra más alta de guerrilleros sumados a la política de desmovilización.

 

La democracia no es un sistema fácil. Nos pone a prueba todos los días. Votar no es por cierto ni el único ni el más importante gesto de los ciudadanos para hacer valer sus derechos y hacer a los funcionarios cumplir con sus deberes. Pero votar sí es una voz insustituible en el proceso de hacer saber a los gobernantes actuales o potenciales que los propietarios de un país, de un estado o de un municipio son sus ciudadanos. Que ellos y solo ellos son los jefes. Que los gobernantes están en el cargo, no son el cargo.

 

Hace unos meses se estimaba que la participación en los comicios municipales del 8D sería raquítica. Pero algo ha ido ocurriendo, de a poco, en silencio. Los números han cambiado y ahora los indicadores prevén superar los números de participación de eventos electorales municipales anteriores. Si esto es así, pues los ciudadanos derruirán a punta de votos las consejas de quienes suponen que la democracia venezolana ha sido derrotada.

 

Puede ser que haya sido necesario el paso por dolores, angustias y rabias. Eso dicen algunos expertos en comportamiento humano. Yo creo más bien que muchos vieron por encima del hombro a los ciudadanos, los menospreciaron y creyeron que eran tontos carentes de coraje y arrojo que se rendirían. En mi experiencia política, la democracia real es aquella en la que los gobernantes nunca caen en el expediente de sentirse superiores. Ningún gobernante está jamás por encima de los ciudadanos.

 

El cargo más importante que podemos tener es el de ciudadano. El próximo domingo digamos a los gobernantes y aspirantes que la voz de mando es la nuestra, la de los ciudadanos.

 

gblyde@gmail.com

Por Gerardo Blyde