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La verdad oficial. Esa está abusadoramente abultada y peligrosamente estirada

 

La hegemonía comunicacional fue anunciada desde que estaba en discusión la denominada Ley Resorte que fue concebida para dominar, mediante la amenaza con sanciones desproporcionadamente onerosas, a los medios audiovisuales y, a la vez, obligarlos a destinar múltiples espacios publicitarios para la propaganda política del Gobierno.

 

Con el pasar de los años los medios privados han sido doblegados para poder subsistir. Sus noticieros dedican casi todo su tiempo a noticias gubernamentales. Sus programas de opinión han reducido sus espacios de entrevistas a lo mínimo posible. No es que la oposición y sus dirigentes no existan; es que no se ven. Casi nada de lo que hacen en positivo aparece reflejado pero, si tienen diferencias, estas sí son puestas bajo el reflector. Baste con ver esta misma semana cómo un ataque a Capriles de un dirigente de un partido opositor hizo primeras planas de varios diarios y fue referenciado en todos los medios audiovisuales. Mientras que si el mismo Capriles, por ejemplificar, realiza alguna declaración, aparece publicada (si acaso) en una escueta nota interna y sufre el silencio en los audiovisuales.

 

Los medios públicos son simplemente aparatos de propaganda oficial. Los actos del partido de gobierno -importantes o insignificantes- son transmitidos en vivo en toda su extensión y sus cuñas publicitarias son repetidas en cada corte sin pudor alguno y, seguramente, sin ser facturadas ni cobradas (ya ni el RIF, al que obliga la ley, es colocado al final del comercial).

 

Ni en campaña

 

¿Podrían UNT, PJ, AD o cualquier otra organización política pautar un comercial en VTV? Ni en campañas electorales han podido, así la cuña esté aprobada por el CNE y pretendan pagar su costo de emisión. ¿Podría cualquier partido no oficialista pautar en un canal privado sin pagar y sin publicar su RIF? Por supuesto que no, a menos que el canal privado quiera ser sancionado con una multa descomunal y recibir, además, amenazas de cierre.

 

Esto sin contar con las interdiarias cadenas a las que se acostumbró el Gobierno, abusando de su poder, para contarnos siempre las mismas historias, sus «verdades oficiales», la mayoría de las veces acomodadas para venderse a sí mismos como héroes patrios herederos de un rebuscado abolengo revolucionario, basado en pequeños actos insurreccionales del pasado, magnificados para mostrar credenciales suficientes como para tratar de empoderarse ante sus camaradas revolucionarios de hoy.

 

En la propaganda oficial los anaqueles están llenos y, solo cuando la realidad aplastante los abruma al no poder ya evitarle al ciudadano de a pie vivir la contradicción entre lo que ve en el abasto y lo que exhiben en los medios, atacan las consecuencias y no las causas de lo que su desacertada (por decir lo menos) política económica ha generado. Son los comerciantes los culpables, son las fábricas las responsables. No existe un mea culpa ni propósito de enmienda por haber acabado con la producción nacional o haberse deglutido los fondos públicos sin reparo ni control, para que ahora no tengamos ni siquiera divisas para importar insumos de ninguna clase.

 

Viajar y consumir

 

En la propaganda oficial, «cheverito» viaja y consume libremente por toda nuestra geografía, sin apagones al pasar por Puerto La Cruz, con la autopista a Oriente terminada y en buen estado, sin robos a mano armada, sin tener que pagar mínimo 500 bolívares por un pescado frito en Tucacas, bañándose con agua sin olor a cloacas en Valencia, sin tener que esperar 6 horas en cualquier aeropuerto por el vuelo a cualquier destino por el que tampoco pasó el trabajo parejo para conseguir un cupo, en fin, en un país mágico donde todo funciona.

 

En el país real cada joven de la edad de «cheverito» ya perdió las esperanzas de progresar en nuestra tierra y su sueño más preciado es emigrar, así tenga que comenzar desde cero -lavando platos- pero con fe en que en otras latitudes tendrá oportunidad de surgir, está convencido de que aquí no la tiene.

 

En la Unión Soviética solo existió la verdad oficial, pero tapar la realidad que se vivía en la calle, lejos de los privilegios de la cúpula del Partido Comunista reinante, no fue suficiente para evitar que la economía signara su colapso y desplome. Cada vez son menos los venezolanos engañados por la verdad oficial. Esa está abusadoramente abultada y peligrosamente estirada por quienes ni el mercado hacen para sus hogares.

 

Nota

Durante los próximos dos viernes esta columna, con 13 años ininterrumpidos en este mismo espacio semanal, no será publicada. No hay alarma. Es necesario hacer una pausa para reflexionar y regresar el primer viernes de octubre con más fuerzas.

 

gblyde@gmail.com

 @GerardoBlyde

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