La tragedia de la Barbie Socialista
noviembre 15, 2014 5:59 am

En la introducción a su libro “Socialismo” el economista austríaco Ludwig von Mises advierte que “el éxito incomparable del marxismo se debe al hecho de que promete realizar los sueños y los viejos deseos de la humanidad y saciar sus resentimientos innatos”. Dos metas que son incompatibles, porque el resentimiento es todo lo contrario al sosiego de la realización, pero también porque es mucho más fácil la agitación política de los odios que dar resultados. No hay experiencia de socialismo real en la que esos sueños no hayan sido defraudados.

 

La trampa es, empero, un poco más complicada. El marxista es aquel que sistemáticamente niega la realidad tal cual es porque cree que hay “un pensamiento de clase social” que opera como el yunque donde se martilla la explotación del resto. Para ellos hay una constante discusión sobre la irrealidad alienante en la que viven todos aquellos que son infectados por la forma de ser “pequeñoburguesa” llena de esas “asquerosas comodidades” que los emparentan de la forma más bastarda posible con la vieja clase dominante.

 

Por el camino de la negación sistemática de la realidad se llega rápidamente a la mentira sistemática como estrategia de estado. Los que “dirigen el proceso” arriban a esa condición de gobierno por el peor de los caminos, porque tienen que ocultar que muy temprano se llenan de privilegios y comienzan a vivir muchísimo mejor que la vieja burguesía. Mejor porque no la tienen que trabajar y porque el presupuesto de gastos personales no consigue límites ni control. En la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas llamaban a estos privilegiados “la nomenklatura”. Nada más y nada menos que los líderes del partido y del gobierno que vivían al margen de las penurias del pueblo, porque supuestamente ellos cargaban sobre sus hombros las pesadas responsabilidades del gobierno.

 

Esa excusa les permitía a ellos sortear los obstáculos del racionamiento, de la moneda devaluada, de la inseguridad y de la mala vida. Ellos tenían a su disposición todos los bienes públicos que usufructuaban como si fueran bienes privados, pero se escondían detrás de un muro de secretismo bien lubricado por la aterrorizante policía política. El “ser gobierno” les otorgaba la excusa perfecta para vivir como pachás y hablar como proletarios. Eso sí, cuidándose de la mirada escrutadora del pueblo.

 

A esta nomenklatura cívico-militar no se le niega nada, y en la misma medida en que se van incrementando sus excesos van perdiendo conciencia y sentido del deber. En el mundo supuestamente “de iguales” que pregonan, ellos son, sin duda, mucho más iguales que el resto. Y la conciencia de estar del lado ganancioso de las diferencias los vuelve caprichosos y obcecados. Quieren realizar viejos sueños, incluso sin importarles el ridículo. Algunos se creen los locutores de la nueva era, y mantienen programas mal producidos y con una estética escatológica insufrible. Otros, además de neo-locutores” pretenden ser las nuevas eminencias de la inteligencia y el espionaje, pero se llenan de chismes y medias verdades que venden como parte de la pornografía política que ellos dirigen sin ser mejores ni más acertados que una “chepa candela” de peor gusto.

 

Si tienen alguna dolencia, se van al exterior para curárselas, mientras al resto les toca la devastada infraestructura pública, ahora sin medicinas e insumos. Si alguna de sus hijas tiene algo de voz afinada, ella es la que escala más rápido en el camino a la fama, y comienza a ser la más cotidiana en eventos y festivales. El poder sin control termina siempre mal administrado, derrochado en los  anhelos de esa “burguesía incipiente y anómala” que se lucra de los dineros públicos sin encontrar control. Todos esos excesos dan cuenta de una riqueza súbita y muy mal llevada, pero que pueden demostrar, a título de ejemplos, que “el socialista científico” es una farsa de desproporciones, encubrimientos y prerrogativas que ellos van acumulando, mientras el resto pasa la dentera.

 

Al resto del país le toca vivir odiando –de acuerdo al guión- y creyendo que todo lo malo que ocurre es porque al grupo dirigente, que está sudando la gota gorda para lograr la máxima felicidad posible, se le oponen todo tipo de obstáculos y conjuras de aquellos que “quieren seguir manteniendo sus viejos privilegios”.

 

En suma, ellos mienten porque tienen que esconder lo que es el más preciado secreto de cualquier estado socialista: que ellos son la clase privilegiada y que por nada del mundo quieren perder esas ventajas que han logrado en poco tiempo y con muy poco trabajo. Ese es su mundo, y si, constituye un pensamiento de clase dominante, solamente que, a diferencia de lo que pensaba Marx, este intento ideológico no puede contrarrestar la realidad.

 

¿Y la realidad cual es? Que los privilegios improductivos no son sostenibles, y por esa misma razón se van volviendo odiosos. Aquí nos encontramos con la segunda parte del pretendido éxito de los marxistas. Ellos son expertos en revolver la caldera del odio. Son buenos transformando a ciudadanos en seres resentidos que viven confinados en una versión del mundo donde les corresponde denunciar perpetuamente a los causantes de sus frustraciones. El marxismo es bueno transformando el odio en consignas, pero lo que no pueden controlar es quienes van siendo los nuevos  invocados como culpables. No pueden controlar que luego de quince años en el poder, sea la “nomenklatura tropical” la que tenga que dar explicaciones.

 

Los viejos fantasmas desaparecen y los que gobiernan comienzan a ser los nuevos espectros, porque el esplendor de la verdad termina siendo imbatible. La inflación es la más alta del mundo, y continuaremos exhibiendo ese doloroso privilegio. La renta petrolera seguirá menguando, y nosotros seremos los únicos que no podremos salir de la trampa de escasez que eso significa. La inseguridad seguirá abatiendo nuestros corazones, y mientras tanto, la nomenklatura mejorará sus sistemas de seguridad y mantendrá el régimen de impunidad que aflige al resto.

 

El pueblo resentido va a ir notando que no son las mismas colas las que unos y otros hacen para tener esa muñeca regulada y racionada a dos ejemplares por familia. Poco a poco irán cayendo en cuenta que hay un abismo de diferencias entre los que dicen ser sus salvadores y el resto. El sentido de realidad es universal y democrático. Al final “les caerá la locha” y se darán cuenta que los protagonistas de los despojos de hoy no son otros que los que ayer juraban reivindicarlos. Y será la verdad la que los hará libres.

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

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