La sombra
septiembre 23, 2014 4:39 pm

En la psicología psicoanalítica la sombra es un arquetipo que tiene dos acepciones. La primera lo equivale al inconsciente. La segunda significa «todos aquellos rasgos y actitudes de la personalidad que no son reconocidos como propios». Es lo que nos cuesta aceptar de nosotros mismos, y que necesariamente se proyecta como parte de ese inconsciente colectivo que no oculta sus efectos en el plano de los resultados.

 

No hay forma de ganarle la mano a la adversidad si no tenemos un conocimiento apropiado de nosotros mismos. Nunca podremos avanzar si no somos capaces de hacer un balance y comenzamos a resolver la peor parte de nuestro ser, esa que nos apena y nos achica. ¿Qué somos realmente? Somos el producto de la complejidad y del mestizaje. También somos el resultado de mitos originarios y fábulas que nos han encasillado en una imagen de nosotros mismos, frustrante, porque nos ha reducido a la nostalgia y a la paranoia. Somos nuestro propio relato en ritmo de bolero, con una capacidad casi infinita para escabullir la responsabilidad y presentar a algún otro como el causante de todas nuestras calamidades. El «locus de control» del venezolano se exhibe con esplendor en el discurso del gobierno y en la compra que parte de la población hace de ese discurso excusatorio. A veces es difícil de digerir cómo la calidad de las excusas son menos importantes que la puesta en escena de un régimen que solo es experto en crear teorías conspiratorias rocambolescas. Aquí hasta los marcianos pueden ser culpables, pero nunca quien tiene todo el poder para resolver los entuertos que ellos mismos provocan.

 

Lo que quiero resaltar es que existe una simbiosis entre ese tipo de discursos y la población que se lo tolera, y que por esa vía le otorga a la mentira ese barniz de verosimilitud que al final nos confunde más. Para muestra basta con la trama de la “guerra económica”. El gobierno la invoca y la sociedad duda. Los líderes políticos caen en la perplejidad y se resisten a refutar la hipótesis “porque es posible que haya por allí una versión venezolana de los protocolos de los sabios de Sión conspirando y articulando la ruina del país. Y mientras tanto el régimen toma un respiro y extiende sus posibilidades un tiempo más.

 

Pero abundemos en ejemplos de dicotomías entre lo que creemos ser (casi en condición de pureza absoluta) y lo que realmente somos.

 

Por ejemplo, nosotros nos ufanamos de nuestra condición pacífica. Sin embargo sobran las evidencias del nivel de violencia con la que intentamos resolver los problemas. No me refiero solamente a los hechos de sangre y muerte que nos hacen ser el país más peligroso del mundo. Entre ese extremo y la supuesta condición pacifica hay gradaciones en las que aparecen espectralmente diversas formas de cooptación autoritaria, extorsión y chantaje. Nos guste o no deberíamos incorporar al inventario de nuestros rasgos esa condición porque Venezuela sigue siendo la tierra donde la razón la tiene el que tiene la fuerza, y no necesariamente al que le asiste la ley. Claro está que otra característica es pretender que los malos son los demás y que cada uno de nosotros somos parte de “los buenos que quedan en este país”.

 

Lo mismo podemos decir de nuestra condición democrática y ese contraste terrible que significa la seducción por una cachucha militar, el caudillo y los personalismos. Hay algo atávico en cómo procesan los venezolanos el mensaje autoritario y cómo sueñan la venida mesiánica de un hombre fuerte que «esta vez si va a componer todos estos desarreglos». Los venezolanos no siguen proyectos de país pero les resulta muy fácil convertirse en las montoneras erotizadas del caudillo del momento. Aquí las personas “hacen el cargo” y no como cabría esperar, que el rol defina los alcances y atribuciones de las personas que los ejercen. La confusión entre la ética y la estética nos reduce casi todo como si estuviéramos permanentemente participando en un certamen de belleza, personalizando todas las relaciones, privilegiando las apariencias, y por supuesto, apostando a la persona, erotizando las relaciones, y subordinando los proyectos y los resultados al capricho de una relación conchupante que excluye las ideas, que no se mezcla bien con los resultados y que tiene muy poco que ver con lo colectivo. Baste recordar la infeliz consigna que recuerda a gritos “pero tenemos patria”.

 

La cordialidad es otro de los supuestos atributos. Sin embargo la mala calidad del servicio al cliente, la forma como el venezolano concibe y practica el trato con el otro que no forma parte del «estrecho círculo de los panas» son un indicio más que suficiente sobre la pertinencia de ese rasgo. No es cierto que seamos especialmente amables. Dependerá del momento, del lugar y de la circunstancia. El resentimiento siempre se asoma por los resquicios de todos los que por un momento tienen el poder de dejarte pasar o no, permitirte una compra o no, calificarte o no como un ladrón potencial que entra a una tienda para robar. Nadie confía en el otro, y la seguridad con la que se mueven los funcionarios del régimen contradice que este país esté lleno de gente “chévere” y confiable.

 

Nos cuesta tener un solo rasero con el que se mida la conducta de los demás. Una cosa son los amigos y esa franja difusa del compadrazgo (ahora los llaman camaradas) y otra muy diferente la severidad con la que apreciamos los que están fuera de esas silvestres relaciones mafiosas. «Para los otros ¡nada!, pero para nosotros cualquier cosa es posible». O como lo solían decir todos los dictadores tropicales: «A los amigos todo, a los enemigos la ley». A eso se le llama «particularismo» y nosotros somos extremistas en su práctica.

 

La solidaridad es otro de los mitos que hay que revisar. Ante un evento trágico hay momentos de intensa efusividad que son seguidos por inexplicables períodos de absoluta indiferencia. Allí están los presos políticos, y en general la suerte de la política, para demostrar cuánto dura el compromiso solidario. La verdad es que la efusividad de los primeros momentos se apaga rápidamente. El caído puede esperar el peso de la duda y mil argumentos en su contra. El gobierno lo sabe y se ha convertido en un experto en la siembra siniestra de dudas que son compradas al detal por una sociedad que no sabe manejar muy bien el acompañamiento “en las malas”.

 

Otra parte de nuestro inconsciente colectivo tiene que ver con el rentismo sinvergüenza. Se aprecia una predisposición muy marcada al saqueo del presupuesto público, a exigir lo que nos corresponde de la supuesta riqueza nacional, y a olvidarnos de la suerte de las generaciones futuras de continuar con el saqueo. «Lo público» no logramos entenderlo. Lo nuestro es «lo privado» y esa aproximación nos limita en la construcción de un país prospero, donde todos respeten la ley, donde la propiedad sea un derecho sagrado, y donde el individuo sea la esencia de la prosperidad. Aquí quien puede «secuestra y usufructa» aplicando esa lógica malandra de alcabala y «sablazo» que nos confisca espacios públicos, parques, aceras y monumentos.

 

La honestidad y la corrupción tienen el mismo bamboleo. El amiguismo nos hace corruptos y permisivos. La riqueza y su exhibición no encuentran en nosotros el momento para indagar sobre su origen. La norma es que si se puede disfrutar de los frutos de la corrupción, menor no hacer preguntas. Pero a la vez podemos ser feroces críticos de la corrupción de los otros.

 

Nuestra sombra está llena de particularismos, permisividad y condescendencia con lo que somos y cómo nos comportamos. Somos expertos justificando, y poco dados a intentar un cambio, aunque este luzca hoy imprescindible para salir de esto, nuestra sombra empoderada y hecha gobierno. La forma de sanar es reconociendo que también somos eso y que tenemos que trabajar intensamente y sin descanso en la transformación que necesitamos. Suena duro pero solo en el marco de estos argumentos «chavez somos todos», porque él fue la representación colectiva de nuestros aspectos más sombríos. Pero tal vez habiéndolos expresado con tanta maestría nos permita ahora comenzar un cambio que se inicia en nosotros y que debería tomar como punto de partida todas esas formas de ser que nos hunden y nos impiden avanzar hacia la prosperidad, la paz y la libertad.

 

 

 

Victor Maldonado