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La semana sangrienta de Maduro

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La semana sangrienta de Maduro

Cuatro muertos, 69 heridos y 80 desaparecidos es el saldo de la semana sangrienta en que Nicolás Maduro envió el mensaje de que, es tan torpe para convencer y gobernar, como cínico y brutal para reprimir y matar.

 

Cráteres, hendiduras, desgarramientos que aparecen adosados al carácter de los tiranos que se tienen por tales y actúan como tales, pero que en el caso de Nicolás, se revelan cómo las cicatrices de un funcionario nacido para poco o nada, pero convertido por el capricho de tres dictadores en el heredero de un legado para el que luce tan espúreo, como inhábil.

 

No ha dado pruebas concluyentes, incluso, de cuál es su lugar de nacimiento, -duda que inhabilitaría su mandato porque la Constitución prohíbe que el Primer Mandatario tenga doble nacionalidad- y en cuanto a documentación que avale su educación o formación para ocupar el cargo que desempeña, permanece sencillamente en el misterio.

 

Un anónimo en definitiva, absolutamente inusual en un tiempo en que la transparencia es una exigencia insoslayable en todas las actividades y realizaciones que nos involucran (sobre todo las que tienen que ver con la política) pero que los empleadores de Maduro (los dictadores Castro y Hugo Chávez) le excusaron por alguna razón inexplicable.

 

En la presidencia de Venezuela, por tanto, Maduro, no solo ha sido el peor presidente que ha conocido la República, sino también el que se ha rodeado del peor equipo, contaminados de una herencia mesiánica que no es sino un placet para la irresponsabilidad y la ejecución de las más siniestras tropelías, emplazadas con saña y ni el más mínimo amago para la corrección y el arrepentimiento.

 

Lleva 10 meses despedazando, deshuesando, desmembrando, rematando los restos de la Venezuela en agonía que le dejó el difunto Chávez, con las alarmas prendidas de que nos lleva hacia la hambruna, mientras continua imperturbable, echándole más leña al fuego, como si su única misión fuera preparar la entrada triunfal al país de los autócratas octogenarios cubanos, Fidel y Raúl Castro,

 

Le faltaba, sin embargo, su bautizo de sangre, su semana sangrienta, unos días en los cuales, apoyado en generalotes y matones. Ordenó disparar contra estudiantes y ciudadanos desarmados, que habían salido a protestar el miércoles 12, cuando se cumplía otro aniversario del triunfo de los patriotas contra los realistas en la batalla de La Victoria en 1814, cuál si de un Boves de pacotilla o de bolsillo se tratara.

 

Pero Boves al fin, puesto que el crimen es tan intemporal como la plaga o la peste, que pueden aparecer en los escenarios más disímiles y controversiales y continúan siendo los mismos.

 

Un Maduro, que ya empieza a nutrir su expediente de mercenario culpable de crímenes contra la humanidad, pues, si se demuestra (como promete hacerlo el abogado, político y parlamentario tachirense, Walter Márquez) que Maduro no es venezolano, se trataría de un extranjero que engañó hasta los suyos para perpetrar delitos valiéndose de una nacionalidad que usurpa.

 

Un punto de no retorno que hace difícil, si no imposible, la paz, la reconciliación y la convivencia entre un impostor y la mayoría de los venezolanos que aspiran también, por su condición de demócratas, a vivir apegados a los principios de la Constitución y las Leyes.

 

Pisoteada en todos sus términos, artículos y disposiciones por los neototalitarios para quienes gobernar es hacerlo en países de constituciones arrasadas, donde pueden sembrar el terror de sus masivas y gigantescas violaciones de los derechos humanos.

 

Ya no hay derecho a la propiedad privada en Venezuela, atropellada desde los tiempos del difunto Chávez para dar lugar a una propiedad “social o socialista”, que no es sino propiedad estatal y ha convertido las tierras productivas en rastrojos y los que fueron campos fértiles en eriales.

 

También industrias y comercios del sector privado fueron masacrados con impuestos, regulaciones y el control de cambio, al extremo de que, de 13.000 que había al comienzo del fatídico régimen chavista (en 1999), hoy sólo se cuentan 3000.

 

En otras palabras: que el advenimiento de la dependencia extranjera, vía las importaciones que garantizaban un alza cíclica de los precios del petróleo, que al estabilizarse y empezar a bajar, nos dejaron sin divisas para importar, ni tierras donde producir, empujándonos a la actual crisis inflacionaria y de escasez,

 

Los jinetes apocalípticos del socialismo (improductividad, desabastecimiento, inflación y cero crecimiento) que conducen a la hiperinfación.

 

Ya Venezuela es, en efecto, un país a las puertas de la hiperinflación, con índices de alzas de los precios que se cuentan entre los mas altos del mundo y una pérdida del poder adquisitivo del bolívar que, en su relación con el dólar, se cotiza a 80 bolívares por un dólar.

 

Toda la sintomatología, en fin, del llamado socialismo o comunismo que, progresivamente, va absorbiendo dosis cada vez más fuertes de represión totalitaria hasta que termina transfigurado en el “Ogro Filantrópico” que tan genialmente describió Octavio Paz en su obra homónima.

 

Claro, siendo lo de “filantrópico”, lo metafórico o retórico del caso venezolano, ya que se trata de represión con hambre o a nombre del hambre.

 

La Venezuela de Maduro, entonces, no puede ser más representativa del accidente o contingencia llamados socialismo o comunismo y su desempeño frente a esto -ya resulte venezolano o extranjero, revolucionario o contrarrevolucionario- era que tenía que reprimir y matar… y lo hizo.

 

No es poca su responsabilidad, por más que sea un irresponsable, pues cuentas tendrá que rendir por el derramamiento de sangre venezolana que nunca queda sin juicio ni castigo.

 

 Manuel Malaver

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