La sed que viene
abril 9, 2019 7:54 am

 

 

El 26 de noviembre de 1998, 2 días después de cumplirse los cincuenta años del derrocamiento de Rómulo Gallegos –el primer presidente venezolano elegido en elecciones limpias, universales, secretas y directas– se realizaron en el antiguo hotel Caracas Hilton las Jornadas Ecológicas, una actividad encuadrada dentro de la campaña electoral del candidato Hugo Chávez Frías en la que participaron más de 2.000 representantes de agrupaciones ambientalistas.

 

 

Aquel acto ilustra con claridad el grado de confusión que existía en cuanto a las verdaderas intenciones del teniente coronel que se rindió y llevó al fracaso la intentona golpista del 4 de febrero de 1992. No fue el héroe, sino el que mejor aprovechó su breve aparición ante las cámaras de televisión. Una pista sobre su viveza que se desechó.

 

 

A Chávez nunca le interesó la protección de la naturaleza ni la ecología, tampoco la preservación del ambiente y la biodiversidad, a menos que se tratara de hacer un sancocho en la sabana o matar alguna res extraviada y emparrandarse. En el Hilton tuvo contradicciones insuperables con los ambientalistas, pero tragó grueso y se mordió la lengua. Faltaban diez días para las elecciones y no iba a arriesgar la victoria. Al final sería él quien haría los nombramientos, firmaría las leyes y decidiría el rumbo del gobierno. Aceptó las 85 conclusiones que le presentaron y la declaración final que incluía el fortalecimiento del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables, el fin de la minería ilegal en Amazonas y Guayana y la suspensión definitiva del tendido eléctrico a través del parque nacional Canaima para venderle electricidad a Brasil. Ahí repitió su consigna electoral –“entre el oro y el agua prefiero el agua– y hasta los sabios del IVIC aplaudieron a rabiar al encantador de serpientes.

 

 

A los pocos días de posesionarse enseñó su verdadero bojote ambientalista: puso al frente del Marnr a una maestra guajira ajena a los asuntos relacionados con el ambiente y el candidato natural para ese cargo, el sociólogo Alexander Luzardo, se convirtió en innombrable. Los próximos pasos siguieron el mismo rumbo hasta minimizar el despacho que era orgullo de los venezolanos. Se ensañó con la gente que tanto luchó a favor de la protección de la naturaleza al designar como presidente de Inparques a un vendedor de automóviles que le había prestado dinero para la campaña electoral. Esa fue la manera que encontró de solventar la deuda. Nunca se había traficado tan bajo con la naturaleza.

 

 

 

Después continuó el tendido eléctrico que había cuestionado y fueron los pemones los primeros que se le alzaron. También los primeros que conocieron lo que vendría contra los demás: los aplacaron a sangre y fuego. Tres murieron a balazos de la Guardia Nacional y numerosos resultaron heridos. No paró ahí. Revivió el decreto que autorizaba la minería en la Sierra de Imataca, volvió polvo cósmico las trazas que quedaban del Ministerio del Ambiente y prohibió que las organizaciones no gubernamentales protectoras del ambiente recibieran fondos del extranjero. El ambientalismo dejó de darle dividendos políticos y comenzó a ser perseguido.

 

 

 

Con la creación del Arco Minero se exacerbó la vocación extractivista de la camarilla gobernante, pero no de una manera institucionalizada sino a la brava. No se han otorgado concesiones a empresas o grupos, sino que se ha permitido la libre extracción de oro, diamantes y coltán con una sola condición: aceptar los precios que paguen los presuntos funcionarios autorizados. Todo va a la misma bolsa.

 

 

 

Hoy los militares, que deben proteger los parques nacionales y los monumentos naturales, son los principales destructores. Ay, biodiversidad. En Canaima las principales minas ilegales de oro las operan generales activos y hasta utilizan helicópteros de la FANB para transporte de equipo y personal. Ocurre a la vista de todos y ante cualquier denuncia aparecen la pistola al cinto y las ejecuciones extrajudiciales.

 

 

 

Al sur del río Orinoco hay minerales suficientes para hacer ricos a muchos, pero el precio que deben pagar los demás venezolanos y ellos mismos es extremadamente caro: sed y muerte. Son ecosistemas muy frágiles y tierras muy vulnerables. Selvas que tardaron millones de años en formarse están desapareciendo a gran velocidad sin que al Estado le preocupe que ahí está la fábrica de agua y oxígeno con que cuenta el país para su futuro. De continuar la actual desidia en un par de años será un desierto, el Guri se secará y el Orinoco será un hilillo de agua contaminada de mercurio. Los herederos de Chávez prefirieron el oro al agua. Vendo pastillas para la memoria.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg