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La revolución es joven

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La revolución es joven

No nos referimos a ideologías, corrientes de pensamientos o filosofías que se han encaramado en lo que suele entenderse como revolución política, o sea, un movimiento convulso planificado o espontáneo que destruye todo lo existente con el pretexto de que está mal, y la promesa vaga, siempre manipulada, de que será cambiado. Lo de “espontáneo” puede ser discutible.

 

 

Revolución -del latín revolutio- es un cambio social en la estructura de poder u organización que toma lugar en un periodo. Aristóteles describía dos tipos de revoluciones políticas: reemplazar desde una constitución a otra o modificar desde una constitución existente.

 

 

 

Aún se debate qué puede constituir una revolución y qué no. Estudios analizan eventos desde una perspectiva psicológica, otros incluyen acontecimientos globales e incorporan puntos de vista de las ciencias sociales, incluyendo sociología y política.

 

 

 

Sus orígenes son diversos; tecnológico, relaciones humanas, económica, moral, ética o un nuevo paradigma basta para que una sociedad cambie radicalmente su estructura y gobierno. En la actualidad son consideradas puntos de inflexión de la historia, de los que parten la mayoría de sistemas políticos.

 

 

Revoluciones categóricas en la historia han sido la guerra de Independencia de los Estados Unidos un conflicto que enfrentó a las Trece Colonias británicas en América del Norte con el Reino de Gran Bretaña (1775 y 1783). La Francesa, conflicto social y político, con periodos de violencia, que convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a otras naciones de Europa y de Latinoamérica, estos con expresiones desde mucho antes.

 

 

 

La comunista rusa, de la cual se adueñaron los bolcheviques y romantizaron como “revolución de octubre”, para seguidamente aguantarse una tiranía stalinista feroz, cruel y asesina por décadas. Y, la cubana que propusieron unos cuantos renegados -malas y buenas personas, unos falsos, la mayoría ingenuamente sinceros- que hicieron guerra armada en las selvas, para después convertirse en una tiranía uniformada que fusiló, encarceló y persiguió a la gran mayoría que no era -y sigue sin serlo- como ellos.

 

 

 

La encabezaron en Venezuela unos militares que, como aquellos perjuros rebeldes cubanos, se lanzaron a pelear armas en la mano contra un sistema de Gobierno con partidos y constitución que fallaba, pero era legítimo. Como sus inspiradores castristas, los venezolanos hablan siempre de revolución y usan desgastados argumentos para destruir la economía, arruinar la producción, llevar al país a situaciones de pobreza, hambre, decepción, miseria y creciente furia como jamás se había visto en su historia.

 

 

Con objetivos e ideologías diferentes, fueron revoluciones el fascismo de Benito Mussolini en Italia y de Adolfo Hitler en Alemania en los difíciles tiempos posteriores a la devastadora Primera Guerra Mundial, previos y conducentes a la aún más sangrienta y destructora Segunda Guerra Mundial.

 

 

 

Sin embargo, las revoluciones van mucho más allá de sólo esos desastres políticos. Revolución es sustituir en profundidad. Nace de necesidades reales en las mentes de hombres y mujeres con talentos especiales. Fue el cambio progresivo de aquella humanidad nómada y sin arraigo a la de la agricultura como recurso fundamental de la alimentación, que generó las ciudades permanentes, estudio, oficios y profesiones; que amplió el concepto de propiedad de la tierra y determinó los ciclos de vida y cultura en base a los de siembra y cosecha. Y también innumerables guerras pequeñas y grandes por su posesión.

 

 

 

Muchos siglos después, el nacimiento, desarrollo y consolidación de la industrialización fue revolución, que por una parte afirmó un nuevo tipo de esclavitud laboral, la de campesinos pobres que migraron a fábricas y ciudades para conseguir trabajos fijos con horarios agotadores y salarios pordioseros, y por la otra fue progreso y avance, un enorme cambio social que llevó a temas como la profesionalización militar, redefinición profunda en las armas, construcción de carreteras para automotores e impulso de la aviación. Sin duda con muchas injusticias, pero asimismo una modificación drástica para la humanidad en muchísimo menor tiempo que todos los eventos históricos anteriores.

 

 

Todas las revoluciones, y estamos en medio de la nueva, informática y comunicaciones al instante, son resultado de dos tipos de seres humanos que se complementan y a veces coinciden en la misma persona: jóvenes rebeldes y personas con talento y capacitación.

 

 

 

Nuestros revolucionarios del siglo XXI fueron jóvenes -ya no lo son- pero carecían de talentos y formación especial. No inventaron nada, copiaron lo que otros les enseñaron con alevosía y perversidad, pero lo aplicaron con incapacidad y desconocimiento, crearon un carnaval destructor del cual ya no pueden ni saben cómo salir.

 

 

 

El mundo avanza en un proceso de revoluciones sucesivas, mientras la Venezuela castro madurista se quedó estancada en un pasado que ya estaba retrasado respecto al resto de la humanidad.

 

 

 

Mientras los europeos (9/11/89) derribaban el Muro de Berlín y ejecutaban a déspotas como Nicolae Ceau?escu, opresor y arbitrario dictador de Rumania; Venezuela poco después elegía Presidente a un militar de bajo rango y escasa formación más allá del carisma personal, cursos de oratoria, y con él a sus mandados, leales, obedientes e inferiores.

 

 

 

Hoy tenemos a una juventud que nació y creció dentro de este mismo período, percibimos, existe la sensación de que se mueve y prepara a hacer su propia revolución por encima de políticos tradicionalistas, ególatras, demagogos y egoístas, revolucionarios incompetentes, ignorantes y estancados en su distorsionada interpretación del pasado.

 

 

 

No por usar twitter, Facebook, Instagram y otras herramientas el chavismo en el poder es moderno. La informática, la comunicación al instante, es cosa que los nuevos jóvenes saben usar, y están usando, comienzan a marcar sus propios y diferentes caminos. La revolución no está en los aparatos, sino en las mentes.

 

 

@ArmandoMartini

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