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La receta para evitar el desplome

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La receta para evitar el desplome

 

 

La gente merece que le digan la verdad y que le den alternativas. Eso no está ocurriendo. El gobierno se niega a reconocer la realidad y se resiste a asumir la responsabilidad que tiene en toda esta tragedia. Peor aún, se niega a asumir que es parte protagónica de la caída de la sensatez a niveles francamente desastrosos. Uno no deja de sorprenderse por lo meramente anecdótico.  Que delante de un auditorio lleno de entusiastas correligionarios una candidata a diputada se atreva a decir que su propuesta de políticas públicas es la vuelta a la época de su abuelita, y que ante la conspiración internacional nosotros debíamos comenzar a sembrar “maticas de acetaminofen”, y que para colmo la concurrencia haya respondido a tamaña barbaridad con aplausos cerrados, como si fuera posible tamaña barbaridad, toda esa trama solamente indica que vivimos una farsa inmensa, pero que tiene lamentables consecuencias en la calidad de vida de todos los ciudadanos. Ellos viven un mundo de errores e ignorancias acumuladas, pero nosotros sufrimos su barbarie convertida en experiencias cotidianas.

 

Vivimos en la incertidumbre de escenarios inestables. Lo que pueda finalmente ocurrir solo Dios lo sabe –que afortunadamente no es encuestólogo- pero hay que considerar como factibles todas las posibilidades. Desde que el régimen se descomponga en una tiranía aun más primitiva y brutal hasta que padezcamos una larga época de convulsión social. Ni una cosa ni otra son deseables. Las dictaduras ideológicas son oscuras y crueles. Las guerras civiles son la vuelta a la condición precaria, breve y brutal del estado de naturaleza. Y por eso mismo hay que atajarlas. ¿Quién puede? ¿Quién debe? Allí está el detalle. El freno y la palanca de retroceso están en manos del mismo régimen que hoy se bambolea peligrosamente frente a su propio barranco. El mismo que no puede tomar decisiones porque hacia su interior se vive la contradicción y el desacato que solo se explican por las mutuas extorsiones dentro de la coalición de poder. El mismo que semeja al pataleo insensato de una gallina degollada. Estamos al borde de la violencia generalizada, o sea, una exacerbación de la que ya estamos viviendo por goteo.

 

Sin embargo hay que tener a la mano la receta para evitar el desplome. Y hacerla pública. Al menos por una razón. Vivimos aquí, y el desplome seremos nosotros. La dictadura ideológica será contra nosotros. La guerra civil será entre nosotros. La violencia la sufriremos nosotros. ¿Cuál es la receta? Todas las recomendaciones son de sentido común. Von Mises sabía que el combate a la locura política que representan el socialismo y su despotismo se planteaba desde la razón, las ideas, la sensatez y la entereza moral. Pero la combinación de “medicamentos” tiene que respetarse. No sirve escamotear el tratamiento, tampoco funciona si se administra parcialmente. El cuerpo social está muy enfermo y su sistema inmunológico muy debilitado. No hay cabida para los milagros. Se acabó el tiempo para la demagogia y la permisividad.

 

Hay indicadores concretos de que la violencia está ganando terreno frente a un régimen incapaz y/o poco interesado en contrarrestarla. Pero la economía tampoco está mejor. Ni el pudor institucional porque la corrupción se ha enseñoreado y se pavonea como si fuera “la señora de la casa”. La gente está hastiada y arrinconada en sus posibilidades. La pobreza es una realidad que se vive dramáticamente con su hambre y los intentos de un reacomodo imposible. Los salarios han colapsado porque la moneda no tiene sentido. Los precios son incalculables. Por todos lados se aprecia la destrucción del país y la posesión territorial de mafias y malos proyectos. El régimen parece no entender lo que está ocurriendo y la coalición de militares con civiles solo atina a ejercer ese autoritarismo terrorífico tan estéril e inútil como las amenazas, la cárcel y la producción histeroide de controles para controlar los controles que no han funcionado. Juegan a la dictadura sin entender que violan con eso aspectos sustanciales de la realidad. Luchan invocando sus propios delirios y por eso mismo destruyen todo lo que después nos puede hacer falta.

 

¿Qué es lo que hay que hacer para no terminar de caer en el abismo que todos estamos presintiendo?

 

1.       Rescatar el Imperio de la Ley y la esencia del Estado de Derecho para limitar el inmenso poder del gobierno y garantizar los derechos y garantías ciudadanas. Estas leyes chavistas y revolucionarias son la negación del Estado de Derecho, hay que derogarlas. El poder habilitante es una versión grotesca de la dictadura y los excesos presidencialistas. Hay que suprimirlo.

 

2.       Rescatar el monopolio de la violencia legítima y liquidar la impunidad de los colectivos chavistas. El gobierno tiene el imperativo moral de luchar contra la delincuencia para garantizarle al ciudadano el derecho a la vida y a la propiedad. Debe organizar un cuerpo policial profesional, seleccionado apropiadamente, bien remunerado y equipado. Ese cuerpo policial debe ser capaz de proteger a 30,6 millones de venezolanos. Esa exigencia supone al menos 400 policías por cada 100 mil habitantes. Hay que revertir la paradoja situación por la cual los inocentes están presos y los maleantes están libres y usufructúan privilegios inaceptables.

 

3.       Rescatar la vigencia del Derecho a la Propiedad y la Libre Empresa y por esa misma razón prescindir de los controles para manejar la economía. Necesitamos cuadruplicar el número de empresas privadas para generar empleo, producción y prosperidad. Necesitamos generar confianza social que solo se logra a través de un pacto productivo, estabilidad política y reconocimiento de la empresa como activo social. Hay que facilitar la concreción del ánimo emprendedor, evitar las barreras de entrada y la trama de obstáculos e ineficiencias que transforman cualquier iniciativa en una imposibilidad.

 

4.       Concentrar la acción del gobierno en sus tareas esenciales: seguridad, infraestructura, servicios públicos básicos, administración de justicia y defensa de la soberanía. Significa privatizar urgentemente el monopolio de empresas del Estado y clausurar los experimentos –todos fallidos- de empresas socialistas. Lo mismo debe privar para la banca pública, y las tierras agrícolas expoliadas a los privados. El estatismo es un fracaso monumental y la fuente más conspicua de corrupción.

 

5.       Administrar las finanzas públicas con disciplina, sin dispendio, estableciendo prioridades y evitando la tentación populista. Hay que garantizarle al ciudadano una moneda sólida que sea canjeable y que no sufra la enfermedad crónica de la inflación. Hay que eliminar en términos absolutos la manipulación monetaria que fundamenta el populismo.

 

6.       Acabar con los subsidios a los productos e intentar un régimen transitorio de subsidios a los sectores sociales más vulnerables.El esfuerzo social debe concentrarse en garantizar escuelas y hospitales públicos de calidad. Evitar la deserción escolar por razones de pobreza. Promover la creación de empleo productivo. Y mejorar la seguridad. En la transición hay que atender la condición de las madres pobres, los niños y los ancianos.

 

7.       Restablecer la descentralización política y fortalecer el papel y las atribuciones de gobernaciones y alcaldías. El centralismo es un error de concentración de poder que rápidamente se transforma en tentación autoritaria. No se puede seguir apostando al providencialismo rentista. Hay que cambiarlo por diversidad, pluralismo de opciones y sana competencia.

 

8.       Eliminar la reelección en todos los cargos públicos. En Venezuela debe clausurarse el cesarismo que se roba la alternancia y degrada las instituciones. La república civil siempre ha sido devorada por las ambiciones personalistas que se plantean a perpetuidad. Un país joven puede rotar a sus élites, y la carrera política no puede transformarse en el usufructo sempiterno de un cargo. La reelección favorece la tentación caudillista.

 

9.       Garantizar la independencia de los poderes públicos. Todos los poderes públicos han sido captados por un proyecto hegemónico. Hay que hacer un barajo que reconozca la diversidad política, pero sobre todo que represente las exigencias de probidad y apego al Estado de Derecho. Hay que restituir la decencia republicana en el marco de una Asamblea Nacional no tumultuaria, un poder judicial no servil y un poder moral que defienda los intereses del ciudadano.

 

10.   Devolver a la FFAA su rol institucional y democrático. Cesar las milicias. Implementar un programa de cambio cultural y organizacional que nos evite el error del militarismo y el mesianismo caudillista. Restablecer la “no-deliberancia” y prohibir que puedan ejercer en simultáneo cargos públicos. Hay que desmontar la coalición de militares y civiles cuyos resultados catastróficos están a la vista. Los militares llevan dieciséis años en el gobierno. Es necesario replantear la institución sin caer en la paradoja de proteger a los responsables de estos resultados.

 

11.   Cesar las relaciones de privilegio con Cuba y establecer una agenda de relaciones internacionales que favorezca los intereses del país y promueva principios y valores democráticos. Venezuela no puede mantener a otro país. Su economía está arruinada por un planteamiento inexplicable que cambia divisas por la implementación de una experiencia fracasada.  Hay que sustituir la grandilocuencia bolivariana por la moderación y la prudencia.

 

12.   Liquidar el populismo. Hay que convocar al país para la construcción abnegada del progreso a través del trabajo productivo. No hay atajos.

 

Estos doce puntos pueden y deben ser el producto del consenso y del reconocimiento de la política como el esfuerzo de convivir pacíficamente aquellos que son diversos. El país no puede seguir siendo la plataforma para que una minoría armada y con poder pueda saquear sus recursos. Tampoco puede pensarse en un futuro sin que se revise esta época y se establezcan responsabilidades. Esta locura ha tenido guión, guionistas, protagonistas, actores secundarios, extras y componenda. Porque no queremos que vuelva a ocurrir hay que contar esta época en tono de tragedia, pero también de redención si atinamos a salir de ella para construir un país diferente.

 

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 

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