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La raíz de la crisis

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La raíz de la crisis

Ninguna forma de gobierno está a salvo del error humano, una de cuyas expresiones políticas más viejas y repetidas es el abuso de poder. La promesa de la perfección es, por definición, falsa. La democracia, consciente de la naturaleza humana sabe de las imperfecciones y diseña un poder distribuido y limitado, repartido en órganos que se equilibran y controlan entre sí. En cambio para la revolución, que siempre se siente en peligro, amenazada, todo vale y eso de los límites son formalismos que debilitan, cuando las fuerzas revolucionarias en el poder libran una lucha que consideran titánica y, obviamente, histórica y trascendente. Por eso es que las revoluciones degeneran tan fácilmente en dictaduras.

 

 

 

La Constitución venezolana, con las claras definiciones marco de sus Principios Fundamentales y su prolija carta de Derechos Humanos, es democrática. No es que sea perfecta, no hay tal cosa, pero sí es claramente democrática. En su cuerpo no cabría un artículo 62 de la constitución cubana: “Ninguna de las libertades reconocidas a los ciudadanos puede ser ejercida contra lo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el socialismo y el comunismo. La infracción de este principio es punible”. Lo que pasa es que quienes ejercen el poder quisieran que nuestra Constitución dijera lo que no dice, actúan como si fuera legítimo aplicar aquí los preceptos normativos cubanos y han logrado que los jueces los acompañen en esa interpretación torcida.

 

 

 
Ese error básico está en la raíz de la crisis política que el país padece y que nos obstruye las vías para resolver las crisis económica y social que impacientan hasta la desesperación a la abrumadora mayoría población, en la cual el poder hace todo para sembrar la desesperanza, calculando que así la desmovilizará, como es su propósito.

 

 

 

En el reciente informe del Centro de Justicia, Apoyo y Paz sobre persecución política en nuestro país, se advierte un cuadro de persecución sistemática que ya no se trata de casos aislados. Se incluye el patrón de persecución comunicacional, con el agravante de que se realiza desde los medios públicos, propiedad de todos. Asume la forma del desprestigio o fusilamiento moral de los considerados como enemigos. Son delincuentes, monstruos, asesinos fascistas, mercenarios, traidores, apátridas. En Cuba son gusanos como les decían los nazis, en Libia ratas y cucarachas en Sierra Leona.

 

 

 

El error básico de esa lectura equivocada de la realidad y de la Constitución, hace mucho daño a todos, y no solo a los activistas políticos, sociales o comunicacionales directamente afectados, porque empeora los problemas y cierra los caminos para resolverlos.

 

 

 

 

Ramón Guillermo Aveledo

Por Confirmado: Oriana Campos

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