La no-crisis de los misiles de 2018
diciembre 16, 2018 6:31 am

 

 

El ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino , aparece en la foto después de la llegada de dos aviones de bombardero supersónicos pesados de gran alcance Tupolev Tu-160 en el Aeropuerto Internacional de Maiquetia, al norte de Caracas, el 10 de diciembre de 2018. – Venezuela y Rusia Se realizarán ejercicios conjuntos de la fuerza aérea para la defensa del país sudamericano, anunció el lunes Padrino. Padrino dio la bienvenida a unos 100 pilotos rusos y otro personal después de que los Tu-160 y otros dos aviones aterrizaran en el aeropuerto internacional que sirve a Caracas.
 

 

Fue del 16 al 29 de octubre de 1962. La inteligencia de Estados Unidos proporcionó evidencia fotográfica de misiles nucleares soviéticos en Cuba. Una crisis con todos los ingredientes de un verdadero thriller cinematográfico, fue lo más cercano que el mundo estuvo jamás a un apocalipsis nuclear. Miles de páginas se escribieron sobre la Crisis de los Misiles y se siguen escribiendo, y más de una docena de películas y documentales se filmaron.

 

 

 

Después de Bahía de Cochinos en abril de 1961, los misiles llegaron para proteger a Cuba de otra invasión, aunque también como parte de una ecuación más compleja. La creciente tensión en Berlín—el muro fue erigido en agosto de 1961—y el despliegue de misiles americanos en Turquía—a tiro de pedrada de la Unión Soviética—fueron el contexto. Iniciada en 1949, la Guerra Fría nunca había estado tan caliente.

 

 

 

Ni volvería a estarlo. Krushchev sacó un conejo de la galera. Retiró los misiles y a cambio de ello obtuvo el compromiso público de Kennedy de no volver a invadir Cuba. Mejor aún, consiguió que Estados Unidos removiera los misiles de Turquía, lo cual ocurrió en secreto. La hecatombe fue evitada.

 

 

 

Todos los protagonistas de aquella historia han muerto excepto Raúl Castro, quien ya entonces era parte de la elite gobernante. Tal vez se haya sentido repentinamente nostálgico de aquella crisis con mayúsculas. No como las de ahora, habrá pensado ese hijo dilecto de la Guerra Fría. Quizás se puso a mirar alguna de esas películas en Netflix y se inspiró, con lo cual seguramente haya sugerido a Maduro una puesta en escena similar, además convenciendo a Putin de ser parte del elenco.

 

 

Aparentemente con éxito, ya que eso fue lo que sucedió. Salvo por el hecho que fue una remake mediocre, sin producción ni actuaciones convincentes. Es que no fueron siquiera trece días, tan solo cuatro. El lunes aterrizaron en Caracas dos bombarderos Tu-160, aeronaves con autonomía de vuelo superior a 12,000 kilómetros y capacidad de cargar misiles nucleares. Viajaron sin escala desde Rusia, siendo seguidos durante una buena parte del viaje por cazas noruegos.

 

 

 

Una nota a pie de página es que la agresividad rusa en el Báltico es seria, tanto que en Suecia reintrodujeron el servicio militar y reactivaron bases navales previamente jubiladas. En el Caribe, sin embargo, dicha agresividad parece enfocarse más en el saqueo —apropiarse de activos controlados por la organización criminal que gobierna Venezuela— que en producir una guerra con Estados Unidos. Al menos no por defender a un paria como Maduro, por cierto.

 

 

 

Y así lo leyó el Secretario de Estado Pompeo, quien ni siquiera dignificó la operación como una amenaza creíble no obstante las ostentosas declaraciones de los jerarcas chavistas repletas de términos extraídos del viejo manual del castrismo. De hecho, el tweet de Pompeo se concentró en remarcar que tan solo se trataba de “dos gobiernos corruptos que despilfarran recursos públicos y aniquilan la libertad mientras sus pueblos sufren”.

 

 

Pompeo tiene que haber tranquilizado a quienes se asustaron, entre los que me incluyo, confirmado por el hecho que el viernes los aviones ya habían partido de regreso a Rusia. Por lo tanto no fue una película de la crisis de 1962.

 

 

 

Ni mucho menos. Venezuela pertenece a otro genero cinematográfico, el de esas películas de ladrones de bancos en las que el robo sale mal y se quedan adentro con rehenes. La policía los rodea, los aísla, les corta la luz y el teléfono, y los vecinos se acercan a la escena indignados, sobre todo cuando se les escapa una bala y matan a alguno de los rehenes. La tensión provoca fisuras dentro de la banda, con divisiones y traiciones varias. El final se sabe de antemano pero igual uno se come las uñas.

 

 

 

Como en Tarde de Perros, un clásico con Al Pacino. Dos amateurs roban un banco y encuentran solo mil dólares en la caja fuerte, el transporte de caudales ya había pasado. La desesperación se apodera de los buenos y de los malos por igual. Un rehén sufren un ataque de asma, otro un shock diabético. Cada tanto los malhechores gritan consignas anti-bélicas, era la época de Vietnam, pero solo quieren el dinero que ya no está. Todo termina con uno de ellos muerto y el otro arrestado. Intentaban fugarse en un avión.

 

 

Esa es mejor metáfora del chavismo que la crisis de los misiles, con el colapso sanitario incluido. Los que aparentan ayudar ingresan al banco para llevarse algo, pero a esta altura también saben que solo quedan mil dólares. Es un show, los ladrones no tienen amigos. Son parias, tal cual el régimen de Maduro que convirtió a todo un país en su aguantadero.

 

 

 

 

Sabemos que la historia no terminará bien, pero el desenlace se prolonga. La espera se mide en hambre y enfermedad, en vidas terminadas antes de tiempo.

 

 

Héctor E. Schamis

@hectorschamis