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La muerte del marrón

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La muerte del marrón

Por orden presidencial, sin fórmula de juicio, se ha decretado la muerte del billete de cien bolívares. Antes se había producido su reducción a la insignificancia. El orgulloso marrón de otros tiempos había llegado a cotizarse en algo más de dos centavos de dólar.

 

 

 

En mi infancia y juventud barquisimetanas, las “cuelgas” por el cumpleaños y los aguinaldos, eran con billetes morados de diez bolos o verdes de veinte. Y uno reunía para comprarse algo que uno quisiera. Mi día caía en vacaciones, y mi abuela paterna, en Caracas, me daba uno de cincuenta. El único de esa denominación que recibía, una vez al año. Pero un marrón, ni soñarlo. Y olvídese del anaranjado de quinientos. A ese no recuerdo haberlo visto nunca, como decía Cantinflas, personalmente y en persona.

 

 
Sin ir tan lejos. El subsidio familiar propuesto por Luis Herrera como Presidente en 1980, era de cien bolívares por hijo. Se lo llamó “el marrón de los pobres” y era plata. El Congreso, por cierto, negó su aprobación. Divergencia política que no desembocó en crisis entre los poderes del Estado, con amenazas o insultos.

 

 

 

Pero ese marrón de antes ya no existe, y el pálido amarillento de este tiempo ha sido condenado a muerte. Ha dicho el Presidente y explican los voceros oficiales, que la medida busca asestar un golpe decisivo a las mafias fronterizas que en Cúcuta compran y venden billetes venezolanos en plena calle, con fines de contrabando de extracción. Al parecer, informes de inteligencia han determinado que las susodichas organizaciones delictivas trafican exclusivamente con billetes de cien y por lo tanto no se atreverán con otras denominaciones, por lo cual se resignarán de inmediato a ver finalizado su negocio. Igual que el diputado José Guerra, quien es profesor de Economía, este humilde servidor, lo duda, porque las distorsiones que lo causan nada tienen que ver con eso y, en su miopía el gobierno no alcanza a verlas y menos a comprenderlas.

 

 

 

La verdad es que ese billetico de cien condenado al cadalso cucuteño, que sería de cien mil si recordamos los tres ceros de la reconversión ayer nomás, hace tiempo no puede considerarse de alta denominación. Ya no servía ni para una merienda escolar. Lo ha ido matando por pedazos la terquedad destructiva de este gobierno que nos trae la inflación más alta del mundo y una devaluación sin precedente histórico que juntas han evaporado el valor del salario y desbaratado el ahorro y también la inversión que genera producción y puestos de trabajo.

 
Aquí hace rato el problema dejó de ser el tipo de cambio, y cosas por el estilo. Es el cambio del tipo que nos gobierna, y del modelo fracasado por inviable que se empeña en imponer a un precio altísimo para todos los venezolanos.

 

 

Ramón Guillermo Aveledo

 

 

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